miércoles, 2 de enero de 2013

{Meditación Dominical} Epifanía del Señor

Epifanía del Señor

 

«Se postrarán ante ti Señor, todos los pueblos de la Tierra»

 

Lectura del libro del profeta Isaías 60, 1-6

 

«¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido!  Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh.»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 3,2 - 3ª. 5.- 6

 

«Si es que conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió en orden a vosotros: cómo me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio. Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio,»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12

 

«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle". En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo.

 

Ellos le dijeron: "En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:  Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel". Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella.

 

Después, enviándolos a Belén, les dijo: "Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. 12Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.»

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

La solemnidad que celebramos este Domingo es la Epifanía del Señor. Luego celebraremos el Bautismo del Señor encerrando así el tiempo de Navidad e iniciando el Tiempo Común. Los Sabios-Magos llegan a Jerusalén del Oriente guiados por la luz de una estrella para adorar al Rey de los Judíos y ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra. Tal vez nunca se expresa con mayor claridad la univer­salidad de la salvación aportada por Jesucristo que en este episo­dio. Queda también claro que Israel, el pueblo elegido al cual había sido prometido el Mesías Salvador, no lo reconoció. En cambio, estos hombres que vienen guiados por esta misteriosa estrella lo reconocen como rey y vienen a reverenciarlo con el honor y el respeto que merece.

 

 Ya desde su mismo nacimiento Jesús es un claro signo de contradicción. Para unos, como los Magos o el mismo San Pablo, será una «epifanía»: manifestación del misterio de Dios (Segunda Lectura).Para otros, Herodes, será una amenaza que pondrá en riesgo su poder y su ambición terrenal. Esta «epifanía» ya es anunciada en la Primera Lectura por el profeta Isaías, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la «luz y la gloria de Yahveh» que amanecerá sobre Jerusalén.

 

J El gran Misterio

 

Jesús, nació en Belén de Judá pero existía el peligro real de que su nacimiento pasara inadvertido. Es cierto que el ángel del Señor anunció a los pasto­res su nacimiento y que estos reac­ciona­ron como era de espe­rar. Fueron corriendo y verifi­caron la verdad de lo anunciado. Pero estos sencillos pasto­res no tenían ni voz ni poder de comunicación en Israel. Es cierto también que el anciano Simeón, a impulsos del Espíri­tu Santo, acudió al templo cuando sus padres presen­taban a Jesús y lo reconoce como: «Luz para ilumi­nar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). También vemos a la anciana profe­tisa Ana que hablaba de Él a todos los que esperaban la libe­ración de Israel (ver Lc 2,36). Pero todo esto quedaba en un círculo muy reducido de personas. Entre todas estas personas sin duda estaba sobre todo la Virgen María, quien «guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Nadie conoció mejor que ella el misterio profundo de Jesucristo.

 

Este es el Miste­rio del que escribe San Pablo en su carta a los Efesios: «me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo» (Ef 3, 4-5). ¿Cuál es este gran misterio al que se refiere San Pablo? Jesús mismo manifestará muchas veces a lo largo de su vida pública lo que ya vemos en el pasaje de la adoración de los reyes Magos. La misteriosa estrella que guía a los Magos no es sino el anticipo de aquella verdadera luz que es Jesucristo mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Porque es Jesucristo mismo el gran Misterio que el Padre quiere comunicar a todos los hombres: gentiles y judíos. «Porque tanto amó Dios al mundo que mandó a su Hijo único para que todo aquel que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Tanto el anciano Simeón, en los albores del misterio, como San Pablo, después de su pleno desarrollo; ambos iluminados por el Espíritu Santo, afirman la irradiación universal de la reconciliación iniciada por Jesucristo.

 

J La estrella y el rey de los judíos

 

El Evangelio de hoy nos habla que unos Magos del Oriente son guiados por una  misteriosa estrella a Jerusalén en busca del «Rey de los judíos» que acaba de nacer. Para comprender el sentido del texto evangélico debemos remontarnos a una antigua profecía que Balaam, otro vidente de Oriente, pronunció sobre Israel cuando recién salió de Egipto y recién se estaba formando como nación: «Lo veo, aunque no para ahora; lo diviso, pero no de cerca: de Jacob[1] avanza una estrella, un cetro surge de Israel... Israel despliega su poder, Jacob domina a sus enemigos» (Num 24,17-19). En el antiguo Oriente, la estrella era el signo de un rey divinizado. Nada más natural que entender la profecía de Balaam como referida al Mesías, el descen­diente prome­tido a David cuyo reino no tendría fin (ver 2Sam 7,12-13). Los magos preguntan por el «Rey de los judíos» porque David era de la tribu de Judá. Se trata de un rey que es Dios; por eso su objetivo es «adorarlo» es decir reverenciarlo de acuerdo a su dignidad real. Pero ¡qué desilusión al observar que en Jerusalén nadie sabía nada! «Al oír estas palabras, Herodes y con él toda Jerusalén se sobresaltaron». ¡Ignoraban lo que estaba ocu­rriendo en medio de ellos! Pero no ignoraban el significado de la pre­gunta formu­lada por los Magos.

 

El «rey de los judíos» era un título que quería decir mucho y no podía pasar inadver­tido para un he­breo. Es el mismo que fue dado por Pilato a Jesús (de manera iróni­ca, por cierto) para expresar la causa de su muerte en la cruz. Por eso Herodes se inquieta y convoca a los entendidos en las profecías, a los sacerdotes y escri­bas, para interrogarlos acerca de algo que, a primera vista, parece no tener rela­ción con la pregun­ta de los magos: ¿En qué lugar debía nacer el Cristo? Cristo no era todavía un nombre propio (así llama­mos nosotros ahora a Jesús) y por eso en buen castellano la pregunta suena así: «¿Dónde está anun­ciado que tiene que nacer el Ungido del Señor?».

 

Herodes ha pasado a la historia como un hombre sangui­na­rio y enfermo de celos por el poder, que no vacilaba en quitar de en medio a quienquiera pudiera dispu­tarle el trono, aunque fuera su propio hijo. Pero al leer el relato queda la sensa­ción de que un rey, con ejércitos a su dispo­si­ción, no podía temer a un niño anónimo nacido en la mi­nús­cula aldea de Belén, aunque allí se hubiera anunciado que debía nacer el Ungido del Señor. Para comprender la matanza de todos los niños de Belén y sus alrededores, ordenada por Herodes, hay que conocer las Escrituras y captar la espe­ranza de salvación que había en Israel. Hay que remontarse muy atrás, más de diez siglos antes del nacimiento de Je­sús. En tiempos del profeta Samuel, cuando Israel se estaba organizando como nación y dándose sus instituciones, pidie­ron a Dios que les diera un rey, para que los gobernara, igual que las demás naciones. La cosa podía ser grave, pues era un dogma en Israel, que «Yahveh es Rey». La petición, sin embargo, fue concedida y manda Dios a Samuel a que busque entre los hijos de Jesé, que vivía en Belén, el rey prometido.

 

Cuando Samuel llegó a Belén convo­có a Jesé y a sus hijos y fueron desfilando uno tras otro ante el profeta. Pero quien fue elegido fue el pequeño David que estaba guardando el reba­ño. Fue llamado y, por mandato de Dios, ungido por Samuel. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíri­tu de Yahveh (ver 1Sam 16,1ss). Israel esperaba un Ungido, nacido en Belén como David y lleno del espíritu del Señor.

 

Por eso Herodes temía aunque el nacido en Belén fuera de origen humilde. Herodes dice a los magos cínicamente: «Id e indagad cuidado­samente sobre ese niño; y cuando lo encontréis comunicádmelo, para ir también yo a adorarle». Pero ya sabemos que los estaba enga­ñan­do. Lo que quiere Herodes es eliminarlo. Su lucha es contra el Ungido del Señor, el Mesías, el Cristo. Su lucha es contra Dios mismo. A él se le deben citar las palabras del sabio Gamaliel acerca del anuncio del Evangelio: «Si la obra es de Dios no podréis destruirla» (Hch 5,39). La historia ha demostra­do el desenlace de esta lucha: Herodes acabó tris­temente y Cristo reina en el corazón de millones de hombres y mujeres.

 

J Los Magos del Oriente

 

La denominación «Magos de Oriente» que se da a los personajes que llegan a Jerusalén guiados por la estrella, indica personajes de proverbial sabiduría, sabios astrólogos de pueblos muy lejanos y considerados exóticos desde el punto de vista de Israel. Si algo se puede afirmar claramente de ellos es que están alejadísi­mos de Israel y de sus tradiciones. La tradición los llama «reyes», porque influye la profecía de Isaías sobre Jerusalén, que se lee en esta solemnidad en la primera lectura: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz...! Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu alborada... las riquezas de las naciones vendrán a ti... todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor» (Is 60,1-6). Así queda en evidencia que el que ha nacido en el mundo es el «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,­16).

Ellos tuvieron noticia del naci­miento del Salvador, pues el que ha nacido es el Salvador de todo hombre. Por eso, llegando donde estaba el Niño con María su madre, «postrán­dose, lo adora­ron». Un judío tiene prohibido estrictamente por la ley postrarse ante nadie fuera del Dios verdadero. Aquí los magos se postran y adoran a Jesús. Y el Evangelista San Mateo lejos de reprobar esta actitud la aprueba. Es que están ante el verdadero Dios. También sus regalos indican la percep­ción que se les ha concedido del misterio del este Niño: «Abrieron sus cofres y le ofrecie­ron dones de oro, incienso y mirra». Un anti­guo comentario aclara el sentido: «Oro, como a Rey sobera­no; incienso, como a Dios verdadero y mirra, como al que ha de morir». Estos Magos de Oriente tenían un conoci­miento de misterio de Cristo mucho más claro que los mismos sabios de Israel. De esta manera se quiere expresar que Jesús es el Salvador de todo ser humano.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«Cuando se perfila en el horizonte de la existencia una respuesta como ésta, queridos amigos, hay que saber tomar las decisiones necesarias. Es como alguien que se encuentra en una bifurcación: ¿Qué camino tomar? ¿El que sugieren las pasiones o el que indica la estrella que brilla en la conciencia? Los Magos, una vez que oyeron la respuesta «en Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta» (Mt 2,5), decidieron continuar el camino y llegar hasta el final, iluminados por esta palabra. Desde Jerusalén fueron a Belén, es decir, desde la palabra que les había indicado dónde estaba el Rey de los Judíos que buscaban, hasta el encuentro con aquel Rey, que es al mismo tiempo el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También a nosotros se nos dice aquella palabra. También nosotros hemos de hacer nuestra opción. En realidad, pensándolo bien, ésta es precisamente la experiencia que hacemos en la participación en cada Eucaristía.

 

En efecto, en cada Misa, el encuentro con la Palabra de Dios nos introduce en la participación del misterio de la cruz y resurrección de Cristo y de este modo nos introduce en la Mesa eucarística, en la unión con Cristo. En el altar está presente al que los Magos vieron acostado entre pajas: Cristo, el Pan vivo bajado del cielo para dar la vida al mundo, el verdadero Cordero que da su propia vida para la salvación de la humanidad. Iluminados por la Palabra, siempre es en Belén – la «Casa del pan» – donde podremos tener ese encuentro sobrecogedor con la indecible grandeza de un Dios que se ha humillado hasta el punto hacerse ver en el pesebre y de darse como alimento sobre el altar».

 

Benedicto XVI. Discurso en el encuentro con los jóvenes a las orillas del río Rhin.

18 de agosto 2005

'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. Vemos claramente dos actitudes realmente opuestas ante el recién Niño Jesús: los magos del Oriente y Herodes. Ante el misterio de Jesús Sacramentado en el altar, ¿cuál es mi actitud? ¿Cómo me aproximo ante Jesús que realmente está presente en la Santa Eucaristía? 

 

2. Los sabios del Oriente le hacen tres ofrendas al Niño. ¿Qué le voy a ofrecer a Jesús para este año que iniciamos?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525 -526.528-530.



[1] Israel y Jacob son dos nombres del mismo personaje. Israel es el nombre que Dios mismo dio al patriarca Jacob, el padre de las doce tri­bus de Israel.

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