lunes, 27 de diciembre de 2010

{Meditación Dominical} Epifanía del Señor (Domingo 2 de enero) y Santa María Madre de Dios )(1 de enero)

Epifanía del Señor. Ciclo A

«Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle»

 

Lectura del libro del profeta Isaías 60, 1-6

 

«¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido! Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece.  Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti.  Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh.»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 3,2- 6

 

«Si es que conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió en orden a vosotros: cómo me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio, tal como brevemente acabo de exponeros. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo; Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio,»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12

 

«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle". En oyéndolos, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: "En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: = Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel". = Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: "Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle".

 

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

«La gloria del Señor amanecerá sobre ti», leemos en la lectura de Isaías. Cristo es presentado y reconocido por el pueblo de Israel (en los pastores) y por los gentiles (en los Magos). La singular estrella que ven los magos de oriente hace referencia a la estrella de Jacob profetizada siglos antes por Balaam[1], gentil y no judío: «Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Nm 24,17). Esta estrella de Jacob pasó en la tradición judía a ser la estrella del rey David con un sentido nacionalista, que con el profeta Isaías empieza a abrirse al universalismo mesiánico (Primera lectura); confirmado en el texto de San Pablo (Segunda Lectura) y en el relato del Evangelio de San Mateo. 

 

Los Reyes Magos

 

En todos los pesebres y en las representaciones gráficas del nacimiento de Jesús aparecen los tres «reyes magos», que siempre imaginamos llegando a Jerusalén montados en camellos después de un largo viaje y procedentes respectivamente de las regiones de Arabia, de la India y de África. Pero en realidad el Evangelio no dice que sean tres, ni que sean reyes, ni que vengan viajando en camellos; tampoco dice nada sobre la raza de que proceden. El Evangelio dice escue­tamen­te: «Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiem­pos del rey Herodes, ocurrió que unos magos de oriente llegaron a Jeru­salén, pregun­tando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto su estrella en oriente y hemos venido a adorar­lo». Lo único que pudo haber conducido al número «tres» es la frase: «Abrieron sus cofres y le ofrecie­ron dones: oro, incienso y mirra».

 

Mucho se ha especulado además sobre la palabra enigmáti­ca «magos». Lo que el Evangelio quiere decir es simplemente que se trata de ciertos astrólogos que proceden de una vasta y lejana región,  designada con el término poco preciso de «o­riente», porque se creía que por allá estaba más desarro­llada la astro­logía. «Mago» era el término dado a hombres sabios, maestros, sacerdotes, físicos, astrólogos, videntes, hombres que interpretaban sueños. En la época era corriente la convicción de que con ocasión del nacimien­to de un personaje extraor­dinario surgie­ran signos en el cielo. En este caso, los magos descu­brieron que había nacido el «rey de los judíos» porque vieron surgir «su estre­lla»; pero este rey supera a todos los demás pues agregan: «Hemos venido a adorarlo».

 

El Evangelio de San Mateo

 

El primer capítulo del Evangelio de Mateo comienza con la genealogía de Jesús, sigue con el relato de su concepción virginal y la vocación de San José. La genealogía corresponde al género literario de aquellos antiguos relatos de los patriarcas de Israel y tiene la finalidad de demostrar que Jesús nació claramente dentro del pueblo de Israel, como hijo de Abraham y de David; el relato de su concepción virginal acontece en ambiente de Israel y de la ley de Moisés, afirma que el que va a nacer salvará «a su pueblo» del pecado y que todo ocurrió así para que se cum­pliese un antiguo oráculo del profeta Isaías. Queda claro que Dios ha sido fiel a sus promesas, pues Jesús es el Salvador prometido a Israel.

 

En este segundo capítulo, en cambio, se abre el horizon­te hacia «el oriente», es decir, hacia regiones consideradas lejanas de Israel, poco conocidas y enigmáticas. Jesús ha sido manifes­tado también a esas regiones por medio de la luz de una estrella que apareció en el firmamento. Esto es lo que da el nombre a esta fiesta: Epifanía[2] del Señor. El relato nos informa sobre dos circunstancias que rodearon el nacimiento de Jesús: el lugar de su nacimiento fue Belén de Judea; el tiempo fue en los días del rey Herodes[3].

 

Belén era la ciudad de David. Cuando Dios eligió a David como rey de Israel, mandó al profeta Samuel con esta orden: «Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí» (1Sam 16,1). David fue ungido como rey hacia el año 1010 antes de Cristo. Reinó diez años en Hebrón; hacia el año 1000 a.C. tomó Jerusalén y desde allí reinó sobre las doce tribus de Israel unificadas bajo su mando hasta el año 970 a.C. Su reinado dejó un recuerdo de prosperidad y de unidad. Por eso Israel anhelaba un rey semejante a David y las promesas hechas por Dios a su pueblo confirmaban esta esperanza. Belén tenía que ser el lugar de nacimiento del rey esperado. El hecho de que Jesús fuera manifestado a «unos magos de oriente» que llegaron donde él, lo reconocieron como Dios y lo adoraron, es la primera afirmación en el Evangelio de San Mateo de la univer­salidad del cristianismo: la misión de salvación de Jesús rebasa los límites de Israel y abraza a todos los hombres.

 

Contrastes...

 

El Evangelio quiere subrayar el contraste entre el entusiasmo de los magos de oriente y la igno­rancia de Herodes y de «toda Jerusalén». Aquéllos son extran­jeros y llegan a Judea preguntando por «el rey de los judíos que ha nacido» para ir a adorarlo; éstos son judíos pero no han oído de ningún rey, «quedaron turbados» ante esta pregun­ta tan insó­lita y sospechando que podría tratarse del Mesías anunciado, se informan, por medio de los oráculos, dónde debía nacer el Mesías y hacia Belén encaminan a los magos. ¡Se sobresaltan por la venida de aquel a quien deberían estar esperando! Y no se alegran ante su eventual venida.

 

Al contrario, Herodes concibe inmediatamente el proyecto de eliminar al «Rey de los judíos que ha nacido»; y, por su parte, los sumos sacer­dotes y escribas del pueblo, después de informar que el Cristo tenía que nacer en Belén, no demuestran ningún interés en verificar el asunto. Estaban preocupados de otras cosas y habían perdi­do la capacidad de ver los signos de la presencia del «Dios con nosotros».

 

Cuando llegan los magos al lugar donde estaba el niño, «entrados en la casa, vieron al niño con María su Madre y postrándose, lo adoraron». ¿Qué vieron en ese niño? ¡Cómo desearíamos poder preguntarles a ellos mismos! En todo caso, vieron tan claramente algo superior a todo lo de esta tierra que «se postraron y lo adora­ron» y lo que vieron era de tal belleza que «se llenaron de alegría». Resulta que los primeros en reconocer a Jesús como Dios y adorarlo, son unos extranjeros, que en el concepto de los judíos son «paganos». Ellos revelan poseer un profundo conocimiento del «misterio de Cristo» como se deduce de sus dones: el oro es símbolo de su realeza, el incienso es símbo­lo de su divinidad y la mirra de su pasión.

 

Una palabra del Santo Padre:

 

«Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60, 3). Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la Epifanía, «manifestación» de Cristo a todas las gentes, representadas por los Magos venidos de Oriente. Esta fiesta nos ayuda a penetrar en el sentido profundo de la misión universal de la Iglesia, que se puede entender como un movimiento de irradiación: la irradiación de la luz de Cristo, reflejada en el rostro de su Cuerpo místico. Y puesto que esta luz es luz de amor, de verdad y de belleza, no se impone con la fuerza, sino que ilumina las mentes y atrae los corazones.

 

La Iglesia, al irradiar esta luz, obedece al mandato de Cristo resucitado: «Id pues, y haced discípulos a todas las gentes...» (Mt 28, 19). Se trata de un movimiento que desde el centro, desde la Eucaristía, se difunde en todas las direcciones a través del testimonio y el anuncio del Evangelio. Este «ir» está animado por un impulso interior de caridad, sin la cual no produciría ningún fruto.

 

La experiencia de los Magos es muy elocuente al respecto: avanzan guiados por la luz de una estrella, que los atrae a Cristo. La Iglesia debe ser como aquella estrella, es decir, capaz de reflejar la luz de Cristo, para que los hombres y los pueblos que buscan la verdad, la justicia y la paz, se pongan en camino hacia Jesús, único Salvador del mundo».

 

Juan Pablo II, Ángelus en la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 1997.

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1. En este momento de la historia en que nos toca vivir, el misterio de Cristo está presente y actuando en medio de nosotros. ¿Reconozco la presencia de Dios en mi vida? ¿De qué manera concreta? Hagamos un momento de oración.

 

2. ¿Qué le podría ofrecer a Jesús niño que está al lado de su Madre? ¿Cuáles son los regalos que voy a llevarle en esta Epifanía? 

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 512 - 530.

 

 



[1] Balaam o Balaán (devorador o glotón): profeta de Petor de Mesopotamia. Balac, rey de Moab, le pidió que maldijera a los israelitas durante la peregrinación de éstos por el desierto. Acababan de derrotar a los amorritas, y Balac tenía miedo de que su país sufriera la misma suerte. Al principio Balaam se negó a acudir a ver al rey pero luego accedió. En el camino el ángel del Señor detuvo a la burra de Balaám y advirtió a éste que dijera únicamente lo que Dios le ordenase. En vez de maldecir a los israelitas, Balaam los bendijo tres veces. Mas tarde intento causar la ruina de los israelitas y ganar el premio que se le había prometido si los incitaba a adorar a Baal. Fue muerto cuando los israelitas atacaban a los madianitas (ver Nm 22-24).     

[2] Epifanía: palabra  griega  que en su  sentido religioso designa la mani­festación o aparición espléndida de una divinidad escon­dida.

[3] Herodes el Grande reinó sobre Judea y sobre otras regiones de la Palestina desde el año 37 a.C. hasta el año 4 a.C. Debe llamar la atención que Herodes haya muerto 4 años antes de Cristo, en circunstancias que el Evangelio dice que Jesús nació cuando Herodes aún era rey. Sabemos que en la cronología que nos rige Jesús nació entre los años 6 y 4 antes de Cristo. Esto se debe a un error cometido por el monje Dionisio el Exiguo que en el siglo VI sustituyó la era cristiana a la era dioclesiana. La era dioclesiana ponía el punto de partida para el cómputo de los años en la fundación de la ciudad de Roma, considerada el hecho central de la historia. Pero en el siglo VI Roma había decaído y a ese hecho no se reconocía tanta importancia.

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lunes, 20 de diciembre de 2010

{Meditación Dominical} Natividad del Señor y Sagrada Familia

Que Dios los bendiga abundantemente con su Nacimiento.

Reciban mis oraciones y mis mejores deseos para el 2011.


Rafael de la Piedra Seminario

http://razonesparacreer.blogspot.com/

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Sagrada Familia: Jesús, María y José. Ciclo A

«Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto»

 

Lectura del libro de Eclesiástico 3,2-6.12-14

 

«Pues el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole.  Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre. Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor. Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido, será para ti restauración en lugar de tus pecados. »

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses 3,12-21

 

«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.

 

La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre. Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 13 - 15. 19-23

 

«Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al  niño para matarle". El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

 

Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño". El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: Será llamado Nazoreo».

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

Todas las lecturas de este Domingo están centradas en la importancia de la familia. En la Primer Lectura, el libro del Eclesiástico  nos da consejos muy claros y directos sobre la honra que se debe de tener hacia los padres. En toda la tradición judía es un deber religioso guardar un profundo respeto hacia los padres. El Salmo Responsorial 128 (127) nos muestra todas las bendiciones que Dios derrama sobre la familia especialmente del hombre que teme a Dios[1]. En la carta a los Colosenses, San Pablo demuestra de manera clara y concreta cómo se debe de vivir el amor cristiano, especialmente en el seno familiar.

 

Finalmente el Evangelio según San Mateo nos manifiesta cómo la amorosa providencia va guiando y protegiendo a la Sagrada Familia. San José cumple prontamente el mandato del Ángel del Señor ya que para proteger a su familia se ve forzado a emigrar a Egipto y, finalmente se establece con su familia, años más tarde, en Nazaret, Galilea. De una manera misteriosa todas las profecías del Antiguo Testamento se van cumpliendo una a una en la Sagrada Familia.

 

La Sagrada Familia de Nazaret

 

El Domingo después de la Navidad se celebra la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. La institución de esta fiesta litúrgica remonta solamente al año 1921 y su ubicación en este momento cercano a la Navidad es recién del año 1969 y obedece al propósito de darle mayor importancia. A causa de sistemas políticos materialistas y del secularismo[2] que nos azota; la familia ha sufrido en este último tiempo una crisis y un deterioro en nuestra sociedad que no tienen precedentes en la historia. Ante esta situación, la Iglesia nos recuerda que el Hijo de Dios se encarnó y nació en el seno de una familia, para enseñarnos que la familia es la institución dispuesta por Dios para la venida a este mundo de todo ser humano.

 

El Evangelio nos muestra cómo el Hijo eterno de Dios, se hizo hombre y nació de una mujer en el seno de una familia normal y estable. La familia es lo más grande que todo hombre posee. Nos impresionamos cuando ­vemos que el Hijo de Dios nació en la pobreza más extrema -más aun, en el lugar reservado a los anima­les-, porque no había lugar para él en este mundo. Pero inmedia­tamente nos consolamos al observar que él contaba, en cambio, con una riqueza mucho mayor, a saber, el amor infini­to de su madre María y de su querido padre San José. Y es que ninguna pobreza es tan extrema para una familia unida en la cual reina el amor.

 

Por cuatro veces se repite, con clara insistencia, la expresión que demuestra que José asumió su rol de esposo de María y padre del niño Jesús, y que los tres formaban un verdadero «cenáculo de amor». El mismo Ángel del Señor, que ya le había dicho que tomara consigo a su espo­sa[3], se aparece a José en sueños por dos veces y le ordena: «Levántate, toma conti­go al niño y a su madre y huye a Egip­to... levántate, toma contigo al niño y a su madre y vuelve a Israel...». Y otras dos veces se dice que José cumplió la orden: «Levantándose de noche, tomó consi­go al niño y a su madre y huye­ron a Egipto... levan­tándo­se, tomó consigo al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel". El mismo Ángel le avisa en sueños que se retire a la región de Galilea, y José así lo hace estableciéndose en Nazaret.

 

En el Evangelio de hoy queda claro que quien conduce los desti­nos de esta familia es Dios mismo. Pero no lo hace sino por medio de José a quien da las instrucciones en sueños. Es otra lección divina sobre el valor de la fami­lia. En efecto, aunque esta familia esté integrada por su propio Hijo y por su santísima Madre, Dios respeta la jerarquía propia de la familia, que él mismo estableció y que San Pablo formula así en la carta a los Colosenses: «Mujeres, sed sumisas a vues­tros mari­dos, como conviene en el Señor... Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor» (Col 3,18.20).

 

Finalmente leemos en el texto evangélico la fórmula: «Ocurrió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profe­ta...». Esta fórmula es típica de San Mateo. Pero no debe enten­derse como si los perso­najes del Evangelio estuvie­sen actuando conforme a un libreto preestablecido que ellos tienen que interpre­tar. En realidad, lo que ocurre es que el Evangelis­ta, al exponer los hechos de la vida de Jesús, evoca algún texto del Antiguo Testamento que en Jesucristo encuen­tra su sentido pleno. Especialmente significativo resulta el prime­ro de estos textos, que San Mateo aplica a Jesús: «De Egipto llamé a mi Hijo». El texto del Antiguo Testamento está tomado del profeta Oseas; allí Dios se refiere a todo el pueblo de Israel: «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo» (Os 11,1). El Evangelista, que conoce todo el desarrollo de la vida y enseñanza de Jesús y sabe que él es el Hijo unigénito de Dios, de una sustancia con el Padre, interpreta esas palabras en un sentido pleno como referidas a Jesús.

 

Honra a tu padre y a tu madre...

 

En la tradición judía del Eclesiástico y en el cumplimiento cristiano, según la carta de San Pablo a los Colosenses, vemos la naturaleza religiosa del respeto y de la reverencia filial hacia los padres naturales. En la tradición judía los padres debían ser honrados y temidos, sobre todo por ser los transmisores de la Ley de Dios a sus hijos. De hecho, en el cuarto Mandamiento, el verbo usado para hacer referencia a los padres, al honor, se utiliza también en otros textos de las Escrituras, tales como Isaías 29, para referirse a Dios. Esto implica un motivo sobrenatural más alto por las dos partes, para los hijos que honren a sus padres  y también, para los padres, un papel más importante hacia sus hijos que la generación natural.

 

San Pablo es muy sucinto; hay deberes cristianos hacia el marido y la esposa, así como hacia los padres y hacia los hijos. El cumplimiento de estos deberes agrada a Dios. Esto mismo lo expresaba Israel en su poesía, como se canta en el Salmo que se recita en la liturgia de este día: «Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128). ¿En qué consiste esa dicha? Lo dice el mismo salmo: «Tu mujer como vid fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa». Esta es la descripción de un ambiente familiar sano, en que los hijos numerosos y llenos de vida rodean a sus padres. El Salmo agrega: «Esta es la bendición del hombre que teme al Señor». Es decir, gozar de una vida familiar plena

 

«El futuro de la humanidad se fragua en la familia» 

 

Jesucristo fue engendrado, dado a la luz y educado en el seno de una familia. Y quiso reivindicar este dere­cho para todo ser humano que viene a este mundo. Por eso enseñó que la unión entre un hombre y una mujer es indiso­luble. Así está escrito en la natu­raleza creada por Dios y el «hombre no puede separar lo que Dios ha unido». El ser humano tal como ha sido creado por Dios tiene derecho a nacer de padres tan unidos que sean «una sola cosa» y a desarrollarse en una familia estable; negarle este dere­cho es una injusticia. Es inútil y antinatural engañarse, llamando «familia» a algo que no lo es. La familia es el grupo humano nacido de la unión indiso­luble entre un hombre y una mujer.

 

Pensar lo contrario es hacer «una caricatura» de lo que Dios ha querido para el hombre y para la mujer. Romper esta unión es destruir la familia porque se la priva de su fundamen­to. El divorcio con disolución de vínculo es algo que el hombre no puede hacer, porque estaría rompiendo lo irrom­pible. Pretenderlo, de todas maneras, es un acto de vio­len­cia contra el cónyuge, contra los hijos y contra toda la sociedad. Nadie, en su sano juicio, va buscar el bien de algo destruyéndolo. Esto lo podemos aplicar al vínculo matrimonial, aunque nos cueste aceptarlo.

 

Una palabra del Santo Padre:

«La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos.

En algunas familias de América Latina persiste aún por desgracia una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre. La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos. Las madres que quieren dedicarse plenamente a la educación de sus hijos y al servicio de la familia han de gozar de las condiciones necesarias para poderlo hacer, y para ello tienen derecho a contar con el apoyo del Estado.

En efecto, el papel de la madre es fundamental para el futuro de la sociedad. El padre, por su parte, tiene el deber de ser verdaderamente padre, que ejerce su indispensable responsabilidad y colaboración en la educación de sus hijos. Los hijos, para su crecimiento integral, tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre, para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de su vida. Es necesaria, pues, una pastoral familiar intensa y vigorosa. Es indispensable también promover políticas familiares auténticas que respondan a los derechos de la familia como sujeto social imprescindible. La familia forma parte del bien de los pueblos y de la humanidad entera».

Benedicto XVI. Discurso Inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

Aparecida, 13 de mayo 2007

 

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1.  Hagamos un sincero examen de conciencia a partir de la lectura de la Carta a los Colosenses.

 

2. ¿Qué puedo mejorar en mi familia para que pueda vivir el mismo espíritu de la «Familia de Nazaret»?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2196- 2233.

 

 

 



[1] En la Biblia, el santo temor de Dios,  del que por ejemplo vemos en la figura del «siervo de Yavheh», no es tener miedo a Dios o al castigo; sino sentir la dependencia total de su grandeza y, al mismo tiempo, de su bondad. Esto produce, entre otras cosas,  miedo de perder ese amor o de ofenderlo. Este es el temor reverencial, distinto al temor servil, que sí encierra el miedo hacia Dios, a quien no se ama y cuya bondad no se percibe.   

[2] Del latín saceculum: siglo, que de un tiempo (cien años) pasa a significar el espíritu de una época. Consiste en la emancipación de la tutela religiosa sobre las realidades temporales. La legítima autonomía  de lo temporal se llama secularización, y la ruptura con lo religioso, secularismo. Leemos en el Concilio Vaticano II nos dice: «si por autonomía de las realidades terrenales se entiende que tanto ellas como las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aprovechar y ordenar progresivamente, justo es exigirla, puesto que no sólo la reclaman nuestros contemporáneos, sino que también es conforme a la voluntad del Creador… Mas si por "autonomía de las realidades terrenales" se entiende que las cosas creadas no dependen de Dios y que puede el hombre usarlas sin referencia alguna al Creador, no hay creyente alguno que no vea la falsedad de tales opiniones. Porque la criatura, sin el Creador, desaparece. Y así los creyentes todos, a cualquier religión que pertenezcan, siempre han escuchado la voz y la manifestación de Dios en el lenguaje propio de las criaturas. Más aún: la misma criatura queda envuelta en tinieblas, cuando Dios queda olvidado» Gaudium et spes, 36.

[3] Recordemos la lectura del Evangelio del Domingo IV de Adviento del Ciclo A (Mateo 1,18-24). 

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lunes, 13 de diciembre de 2010

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 4ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A. «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel»

Domingo de la Semana 4ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A

«Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel»

 

Lectura del profeta Isaías 7, 10-14

 

«Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: "Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto". Dijo Ajaz: "No la pediré, no tentaré a Yahveh". Dijo Isaías: "Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. »

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 1, 1- 7

 

«Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 1, 18-24

 

«La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros". Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

Una frase que podría sintetizar las lecturas de este cuarto Domingo de Adviento podría ser: «Emmanuel- que traducido significa- Dios con nosotros». La Primera Lectura expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Ajaz o Acaz[1] desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos (rey de Damasco y rey de Samaria). Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yahveh. El rey Ajaz debía confiar en el Señor y no aliarse con ningún otro rey. Sin embargo, el rey Ajaz ve las cosas desde un punto de vista terreno y desea aliarse con el más fuerte, el rey de Asiria. Isaías sale a su encuentro y le dice: «pide un signo y Dios te lo dará. Ten confianza en Él». Sin embargo, el rey Ajaz teme abandonarse en las manos de Dios y se excusa diciendo: «no pido ningún signo». En su interior había decidido la alianza con los hombres despreciando el precepto de Dios. Isaías se molesta y le ofrece el signo: «la virgen[2] está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros». La tradición cristiana siempre ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María.

 

Así lo interpreta el Evangelio de San Mateo cuando considera la concepción virginal y el nacimiento de Cristo: María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Esta fe en Cristo se recoge admirablemente en el exordio de la Carta a los Romanos. San Pablo ofrece una admirable confesión de fe en Jesucristo, el  Señor. Nacido del linaje de  la familia de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios. San Pablo subraya el origen divino del Mesías y, al mismo tiempo, su naturaleza humana: «nacido de la estirpe de David». Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

 

La genealogía de Jesús

 

Cuando leemos las Sagradas Escrituras, vemos que la identidad de una persona queda esta­blecida cuando se sabe de quién es hijo. Por eso la histo­ria de los grandes personajes comienza con su genea­logía. Esto lo que ocurre también con Jesús. En efecto, el Evangelio según San Mateo comienza así: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1). Y sigue el detalle de las generaciones desde Abraham, pasan­do por David, hasta Cristo. Se repite el verbo «engendró» trein­ta y nueve veces, siempre con la misma fórmula (A engendró a B; B engendró a C; C engendró a D...), con la única excep­ción de la última, donde se produce una llama­tiva disonan­cia evitando cuidadosamente decir: «José engendró a Jesús», porque esto habría sido falso.

 

Veamos también que son cuatro las mujeres que se mencionan en la genealogía de Jesús, cinco con María. Pero siempre según esta fórmula: «Judá engendró, de Tamar, a Fares... Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró de Rut.... David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón». En el caso de María no es ésa la fórmula sino: «José, el esposo de María, de la cual nació Je­sús». Se debe concluir que «José no engendró a Jesús, pues éste nació virginalmente de María». Aun a riesgo de poner en cuestión la descendencia davídica de Jesús -lo único claro es que el hijo de David es José-, el Evangelio afirma la concep­ción virginal de Jesús porque esto es lo único coherente con su identidad. Justamente lo que el Evangelio de este Domingo quiere explicar es cómo llegó José a ser padre de Jesús, para que esa genealogía pueda realmente llamarse: «Libro de la generación de Jesús Cristo»

 

Aproximándonos al texto...

 

El Evangelio de este Domingo comienza con estas palabras: «La génesis[3] de Jesús Cristo fue así: concedida en matrimonio su madre María a José, antes que ellos comenzaran a estar juntos, se encontró encinta del Espíritu Santo». Ya está afirmado lo principal: el niño fue concebido por obra del Espíritu Santo; no es hijo de José, sino que es Hijo de Dios. Así lo confirma la cita­ción que aporta Mateo como explicación del retorno de la Sagrada Familia de Egipto, cuando se refugiaron allá huyendo de Herodes: «De Egipto llamé a mi Hijo» (Mt 2,15). Según la genealogía, como hemos visto, el que es «hijo de David» es José. Y así lo proclama el ángel cuando se le aparece en sueños: «José, hijo de David». Pero hasta aquí resulta claro que José no es el padre de Jesús. Para responder a esta cuestión debemos examinar detenidamente el texto: «José, su marido, siendo justo y no queriendo denunciarla, resol­vió repudiarla en secre­to».

 

Según la interpretación frecuente de este texto, José, al ver a María espe­rando un hijo, habría sospechado de su fidelidad y la habría juzgado culpable; pero, siendo justo y no queriendo dañarla, decidió dejar la cosa en secreto. Pero, en reali­dad, esta interpreta­ción es extraña al texto. Si José hubiera sospe­chado que su esposa era culpa­ble de infideli­dad, el hecho de ser justo, le exigía aplicar la ley, y ésta ordenaba al esposo entregar a la mujer una escritura de repu­dio (ver Dt 22,20s). En ningún caso la ley permite dejar la cosa en secre­to. Esto es lo que observaba San Jerónimo: «¿Cómo podría José ser calificado de justo, si esconde el crimen de su esposa?» Si, sospechando el adulterio, José hubiera queri­do evitar un daño a su esposa, su actitud habría sido caracterizada por la mansedumbre, no por la justicia.

 

¿Cómo supo José que María estaba encinta?

 

Esta pregunta es bastante importante y la respuesta obvia es: María se lo dijo tan pronto como lo supo ella[4]. Hay que tener en cuenta que José era su esposo y que, como explicaremos a continuación, estaba en la víspera de llevarla a vivir consigo. El Evangelio dice: «Antes de empezar a vivir juntos ellos, se encontró encinta». Nos preguntamos: ¿cuánto tiempo antes? Si todos pensaban que Jesús era hijo de José[5], eso quiere decir que José empezó a vivir junto con María en los mismos días de la concepción de Jesús, de manera que vivieran juntos los nueve meses del embarazo.

 

En cualquier otra hipótesis, se habría arrojado una sombra sobre la generación de Jesús: se habría pensado que sus padres habían tenido relaciones antes de convivir o, lo que es peor, que el Niño era hijo de otro. Ambas cosas repelen a la santidad de María y también de José. Por último, si María no hubiera dicho a José lo que ocurría en ella, habría faltado de honestidad, cosa imposible en ella. En efecto, su identidad había cambiado, y su esposo tenía derecho a saberlo. Más aun, tenemos que considerar que ambos ya habían decidido mantenerse vírgenes por la sencilla razón de que la decisión de María necesariamente ha tenido que ser compartida por José.

 

La reacción de José

 

Analicemos ahora lo que José ha decido hacer ante la información dada por María: el texto nos dice que como era justo, decidió repudiarla; y, como no quería ponerla en evidencia, decidió hacerlo en secreto. Examinemos lo primero: José no podía pretender ser el esposo de esta Virgen que llevaba en su seno a un Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, y sobre todo, no podía pretender ser el padre de semejante Hijo. No cabe otra reacción sino considerarse indigno. Por eso decide repudiarla[6] (esta es una expresión idiomática que significa no seguir adelante con el desposorio). Pero no quiere poner en evidencia los motivos, porque esto pertenecía a la intimidad de María con Dios. Por eso decide proceder privadamente e interrumpir su desposorio con María en secreto. De hecho, después que José tomó a su esposa y nació el Niño, todos estos hechos siguieron siendo secretos. Son un misterio admirable y no pudo revelarlos nadie sino Jesús mismo.

 

Hay que tener en cuenta que hasta ahora nadie había pedido a José que él fuera el padre de ese Niño. Entonces el Ángel de Dios se le aparece en sueños y le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque, aunque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo y dará a luz un hijo, tú le pondrás por nombre Jesús...». Esta traducción es perfecta­mente correcta[7]. El ángel está confirmándole algo que José ya sabe y cree - lo sabe porque María se lo dijo y lo cree -, pero ahora le comunica su vocación: tú le pondrás por nombre Jesús[8]. Esto quiere decir: tú estás llamado a ser el padre del Niño. Y José reaccionó según su justicia: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer». Si María, al recibir el anuncio de su vocación de Virgen Madre de Dios, respondió: «He aquí la esclava del Señor», José, su casto esposo, respondió igual. Al asumir la paternidad de Jesús, José no está sustituyendo a nadie (como ocurre en las adopciones nuestras), porque Jesús no tiene padre biológico. Su Padre es Dios, pero es precisamente Dios quien encomienda a José la misión de ser su padre en la tierra. A él Dios le encomienda la paternidad de esa manera; a todos los demás padres Dios se la encomienda por vía de la generación biológica. ¡Ojalá todos los padres fueran tan fieles como José! Por esto Jesús es verdaderamente «hijo de José e hijo de David»: él es el «Dios con nosotros» de quien celebraremos el nacimiento.

 

Una palabra del Santo Padre:                

 

«En la tradición del pueblo de Israel el nombre "Jesús" conservó su valor etimológico: «Dios libera». Por tradición, eran siempre los padres quienes ponían el nombre a sus hijos. Sin embargo, en el caso de Jesús, Hijo de María, el nombre fue escogido y asignado desde lo alto, ya antes de su nacimiento, según la indicación del ángel a María  en la anunciación y a José en sueños...En el Plan dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret lleva un nombre que alude a la salvación «Dios libera», porque Él es en realidad lo que el nombre indica, es decir, el Salvador». 

 

Juan Pablo II. Catequesis  del 14 de enero de 1987.

 

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. Vivamos estos últimos días de espera cerca de la Virgen Santa y de San José. Preparemos nuestro hogar para que en él nazca el «Emmanuel».  ¿Qué vamos hacer en estos últimos días del Adviento?

 

2.  A todos nos gusta recibir regalos y eso está muy bien. Pero al dueño del "santo", ¿qué regalo le voy a dar?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 437- 439. 496- 507. 1846.

 

 

 

 

 



[1] Ajaz o Acaz, rey de Judá aproximadamente del 732 al 716 a.C., introdujo el culto pagano en el Templo de Jerusalén e incluso llegó a sacrificar a sus propios hijos quemándolos. Ajaz fue finalmente derrotado cuando Siria (Damasco era su capital) e Israel (Samaria era su capital) llevaron adelante juntos un ataque contra Judá. Rechazando el consejo de Isaías, pidió ayuda a Tiglat-Piléser, rey de Asiria, pero ello lo convirtió en vasallo suyo (2R 15, 38 ss.; 2Cro 27, 9; Is 7). Fue tan aborrecido por sus súbditos que le negaron sepultura entre los reyes de Judá.    

[2] Es cierto que en el texto hebreo de Isaías no se hablaba explícitamente de una «Virgen», sino de una «doncella» (betulah), pero cuando los mismos sabios hebreos tradujeron la Biblia al griego mucho antes de Cristo (la LXX), haciendo una inter­preta­ción auténtica, usaron aquí el térmi­no «parthenos», que signi­fica claramente «virgen», y es precisamente este el punto que llama la atención de Mateo y que él quiere destacar como leemos en el texto evangélico de este Domingo.

[3] Es significativo que el Evangelio de Mateo, que es el primer libro del Nuevo Testa­mento, comience con estas pala­bras: "Libro de la génesis de Jesús Cristo" (Mt 1,1). El evan­gelista ha elegido deliberadamente la pala­bra "génesis" (con una n) y no "generación" (esta última palabra se escribe en griego con doble n: "gennêsi­s"). Su intención es recordar el primer libro de la Biblia, que recibe el nombre "Génesis", porque en su traducción griega el relato de la creación concluye con esta frase: "Este es el libro de la génesis del cielo y de la tierra" (Gn 2,4). Tenemos entonces el "libro de la génesis del cielo y de la tierra" y el "libro de la génesis de Jesús Cristo". De esta manera Mateo quiere destacar que con Jesu­cristo se tiene un nuevo inicio en la historia.

[4] Un presupuesto importante que tenemos que tener en cuenta es que la vocación de María, que leemos en el relato del Evangelio de San Lucas 1,26-38, tiene directa relación con la vocación de su esposo y padre de Jesús: San José. Ambos relatos tratan de explicar cómo fue el nacimiento  en este mundo del Hijo de Dios hecho hombre. Lucas expone el punto de vista de María; Mateo, por su parte, nos va a entregar el punto de vista de San José. 

[5] Ver Lc 3,23; Jn 1,45; 6,42.

[6] En la traducción de la Biblia Americana de San Jerónimo leemos: «...quiso abandonarla secretamente».

[7] Esta traducción es válida y ha sido propuesta por biblistas tan destacados como Xavier León-Dufour, A. Pelletier, René Laurentin, entre otros. 

[8] Se sigue así la costumbre judía de impo­ner el nombre según la misión o según alguna circunstan­cia que acompaña al nacimiento. En este caso el nombre que debía darse al niño suena en hebreo así: «Yeho­shua» y quiere decir: «Yahveh salva»

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lunes, 6 de diciembre de 2010

{Meditación Dominical} Domingo de la 3 semana de Adviento y la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

Domingo de la Semana 3ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A

« ¿Eres tú el que ha de venir?»

 

Lectura del profeta Isaías 35, 1-6a.10

 

«Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo. La gloria del Líbano le ha sido dada, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Se verá la gloria de Yahveh, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!»

 

Lectura de la carta de Santiago 5,7-10

 

«Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser juzgados; mirad que el Juez está ya a las puertas. Tomad, hermanos, como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 11,2-11

 

«Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: "¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?" Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!" 

 

Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. "En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

La liturgia del tercer Domingo de Adviento destaca de manera particular la alegría por la llegada de la época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la reconciliación definitiva ya se ha dado con Jesucristo. El profeta Isaías, en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. Santiago (Segunda Lectura), constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener esperanza y paciencia.

 

El Evangelio, finalmente, pone nuevamente (como veíamos en el Domingo de la segunda semana de Adviento) de relieve la figura de San Juan el Bautista quien en las oscuridades de la prisión dirige a Jesús una pregunta fundamental: « ¿Eres tú el que estamos esperando?». Todas las expectativas y esfuerzos de Juan descansan en la respuesta que Jesús le da: «Vayan a contar a Juan lo que ven y lo que oyen…».

 

¡Encendamos nuestra tercera vela!

 

Ya estamos en el corazón del Adviento y la liturgia de este tercer Domingo del tiempo de espera está llena del gozo de la Navidad que ya está próxima. En efecto, la antí­fona que introduce la liturgia eucarística de este día es un llamado a la alegría: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. ¡El Señor está cerca!» (Flp 4,4.5). La primera palabra de esta invitación, traducida al latín, ha dado tradicionalmente el nombre a este Domingo: «Gaude­te!». Y si el color del Adviento es el morado, en este Domingo, para indi­car que la espera pronto será colmada, se debería usar ornamentos de color rosado.

 

«¿Tú eres el que ha de venir?»

 

El Evangelio de hoy contiene uno de los puntos más difíciles de interpretar. Juan había sido arrojado en la cárcel por Herodes[1]. Habiendo oído de las obras de Jesús, desde la cárcel,  manda a preguntar acerca de su identidad. El mismo que había saltado de gozo en el vientre de su madre cuando percibió la presencia del Señor encarnado en el seno de la Virgen María, el mismo que predicando un bautismo de conversión había preparado el camino para la venida del Señor, el mismo que lo había anunciado ya presente entre los hombres y espe­raba su inminente manifes­tación, el mismo que lo había identifi­cado con la persona concreta de Jesús de Nazaret, ahora parece dudar.

 

Y para complicar aún más las cosas notemos que el Evangelio dice: «Juan había oído hablar de las obras del Cristo». Después del título del Evangelio de Mateo y de sus relatos sobre el origen de Jesús, ésta es la primera vez que se habla de «el Cristo». Si lo que Juan ha oído es que  las obras que Jesús hace son las «obras del Cristo», entonces no se entiende por qué luego pregunta: « ¿Eres tú el que ha de venir?», vale decir: «¿Eres tú el Cristo?», pues ya las obras mismas le estaban dando una respuesta afirmativa. En el resto del relato ya no se habla más de Cristo, sino sólo de Jesús. El reconocimiento de que Jesús es el Cristo se narra solamente en el capítulo 16. Justamente a la pregunta que el mismo Jesús dirige a los Doce sobre su propia identidad: «¿Vosotros, quién decís que soy yo?». Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,15-16).

 

Las obras del Cristo

 

¿Cuáles son las obras de Jesús que el Evangelio ha narrado hasta ahora? Ha transmitido dos discursos de Jesús: el sermón de la montaña y el discurso apostólico, y varios milagros obrados por él: curación de un leproso, del criado del centurión, de la suegra de Pedro; ha calmado la tempestad en el lago; ha liberado a dos endemoniados de la posesión del demonio; ha curado a un paralítico y a la mujer con flujo de sangre; ha resucitado a la hija de Jairo, ha devuelto la vista a dos ciegos, ha hecho hablar a un mudo. Después de este elenco impresionante de obras, el Evangelio hace un resumen: «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 9,35). Esto es lo que Juan ha oído y que él reconoce como las «obras de Cristo».

 

A la pregunta de Juan Jesús responde: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva». Pero justamente esto es lo que Juan ya había oído. Por eso debemos concluir que esa respuesta de Jesús no va dirigida a Juan sino a sus enviados y a los demás presentes. A ellos también va dirigida la frase: «¡Dichoso aquel que no halle escándalo en mí!». Juan ya reconocía que quien hacía esas obras era el Cristo, en tanto que los mismos apóstoles, es posible, aún no habían llegado a esa conclusión.

Solamente así se puede explicar por qué Jesús hace un impresionante reconocimiento de Juan: «Os digo que él es un profeta, y más que un profeta... En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista». Es un testimonio impactante y que no deja duda de lo que Jesús pensaba acerca de su primo.

San Jerónimo nos ayuda a entender mejor el sentido de la pregunta del Bautista. «No pregunta, pues, como si no lo supiera, sino de la manera con que preguntaba Jesús: "¿En dónde está Lázaro?" (Jn 11, 34), para que le indicaran el lugar del sepulcro, a fin de prepararlos a la fe y a que vieran la resurrección de un muerto; así Juan, en el momento en que había de perecer en manos de Herodes, envía a sus discípulos a Cristo, con el objeto de que, teniendo ocasión de ver los milagros y las virtudes de Cristo, creyesen en Él y aprendiesen por las preguntas que le hiciesen. Que efectivamente los discípulos de Juan habían tenido cierta envidia contra Cristo, lo demuestra la pregunta siguiente, de que ya se ha hablado: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y tus discípulos no ayunan?" (Mt 9,14)».

«Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán...»

 

La respuesta que Jesús da a los discípulos de Juan condensa un conglomerado de citas del profeta Isaías (ver Is 35,5-6; 61,1...) El primero de estos textos es justamente la Primera Lectura de este Domingo. La visión esperanzadora del profeta que consuela al pueblo oprimido se sirve de imágenes que desbordan alegría para la naturaleza hostil del desierto y para las caravanas de los repatriados que la cruzan. La esperanza de un nuevo éxodo hacia la patria alentó la fe de la generación del destierro. Unas cincuenta mil personas regresaron a Palestina cuando el edicto liberador de Ciro, rey de Persia (538 a.C.). Por otro lado leemos cómo, en la Segunda Lectura, Santiago exhorta a los fieles de esas primeras comunidades cristianas, y a nosotros, a la fortaleza evangélica en la espera paciente (hypomone[2]) y activa de la venida del Señor, imitando la esperanza del que siembra y el aguante de los profetas.

   

«¡Dichoso aquel que no halle escándalo en mí!»

 

En la última parte de la respuesta a los discípulos de Juan, Jesús agrega a los enviados de Juan esta frase enig­mática que es una bienaventuranza; pero en su contexto suena a reproche. ¿Para quién ha sido Jesús escándalo? Es decir, un obstácu­lo en su camino: ¿para Juan, para los enviados de Juan, para la gente que lo escuchaba entonces, o para nosotros que estamos ahora escu­chando su palabra? Jesús está seguro de que él no es escándalo para Juan, quien se encontraba en la cárcel y habría de sufrir el martirio por su defensa de la pureza de la unión conyugal. En efecto, había sido encarcelado porque decía a Herodes: «No te es lícito tener la mujer de tu hermano» y sufrió el martirio a instigación de la adúltera (ver Mt 14,3-12). ¿No habría de enseñar también Jesús: «El que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio» y «no separe el hombre lo que Dios ha unido» (ver Mt 19,6.9)? Ambos poseían el mismo Espíritu, tanto que cuando Jesús pregunta qué dice la gente acerca de él, la primera respuesta es: «Dicen que eres Juan el Bautista» (Mt 16,14).

 

Por eso tal vez las palabras más elogiosas de Jesús en todo el Evangelio están dichas acerca de Juan. «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista». Pero Jesús agrega: «Sin embargo el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él». Este es un modo metafórico para expresar la diferencia entre dos tiempos: el tiempo en que el Reino de los cielos era futuro, aunque estuviera cerca, y el tiempo en que el Reino de los cielos está presente entre nosotros. Este último tiempo es infinita­mente superior, pues contie­ne en su seno la eterni­dad. Juan pertenece al tiempo anterior. A él llegó solamente noticia de lo que Jesús enseñó e hizo; en cambio, a los de este tiempo se dice: «Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Pues os aseguro que muchos profe­tas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vie­ron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron» (Mt 13,16-17). La desgracia mayor es pertenecer a este tiempo y así y todo no ser capaces de ver ni de oír, ni de reconocer al Mesías, el Cristo.

 

Una palabra del Santo Padre:                


«Tened paciencia (...) hasta la veni­da del Señor». Al mensaje de alegría, típico de este Domingo «Gaude­te», la liturgia une la invitación a la pa­ciencia y a la espera vigilante, con vistas a la venida del Salvador, ya próxima. Desde esta perspectiva, es preciso sa­ber aceptar y afrontar con alegría las di­ficultades y las adversidades, esperando con paciencia al Salvador que viene. Es elocuente el ejemplo del labrador que nos propone la carta del apóstol Santia­go: «aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia tem­prana y tardía». «Tened paciencia tam­bién vosotros —añade—, manteneos fir­mes, porque la venida del Señor está cerca». Abramos nuestro espíritu a esa invita­ción, avancemos con alegría hacia el misterio de la Navidad. María, que espe­ró en silencio y orando el nacimiento del Redentor, nos ayude a hacer que nuestro corazón sea una morada para acogerlo dignamente. Amén».

 

Juan Pablo II. Homilía del 13 de diciembre de 1998.

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. «Dichoso el que no halle escándalo en mí». ¿Para mí seguir lo que Jesús me pide es motivo de escándalo? ¿Pienso que es demasiado lo que pide?

 

2. La carta de Santiago es una exhortación a vivir la paciencia. ¿Soy paciente en las adversidades? 

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 274.1717. 1817-1821. 2657.



[1] El Bautista se encontraba preso, según el historiador Flavio Josefo, en la fortaleza de Masqueronte en la ribera oriental del Mar Muerto, donde moriría decapitado (29 D.C.) por orden del tetrarca Herodes Antipas.

[2] «Hypomone se traduce normalmente por «paciencia», perseverancia, constancia. El creyente necesita saber esperar soportando pacientemente las pruebas para poder "alcanzar la promesa" (ver Hb 10,36). En la religiosidad del antiguo judaísmo, esta palabra se usó expresamente para designar la espera de Dios característica de Israel: su perseverar en la fidelidad a Dios basándose en la certeza de la Alianza, en medio de un mundo que contradice a Dios. Así, la palabra indica una esperanza vivida, una existencia basada en la certeza de la esperanza» (Benedicto XVI.  Spe Salvi, 9).    

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