lunes, 27 de agosto de 2012

{Meditación Dominical} Santa Rosa de Lima y Domingo de la Semana 22ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo de la Semana 22ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B

«Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre»

 

Lectura del libro del Deuteronomio 4, 1-2.6-8

«Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que os da Yahveh, Dios de vuestros padres. No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo.

Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente". Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos? Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?»

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 1, 17-18.21b- 22.27

 

«Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación. Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuésemos como las primicias de sus criaturas.

 

Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

 

«Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, - es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -.

 

Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: "¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?" El les dijo: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: = Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. =  En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. = Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres".

 

Llamó otra vez a la gente y les dijo: "Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre".»

 

 

 

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

¿Vivo realmente mi fe? ¿Qué es lo más importante para mí en mi relación con Dios? A estas preguntas responden las lecturas del Domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario. La Primera Lectura responde que la religión auténtica consiste en escuchar y cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Jesucristo, en el Evangelio de San Marcos, enseña que «el mandato de Dios» está por encima de las tradiciones y leyes humanas. Por tanto, la verdadera religión está en el corazón del hombre, que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. A partir de este Domingo y, durante los seis Domingos siguientes, leeremos la carta del apóstol Santiago. En un lenguaje muy directo y concreto, nos dirá que la religión pura e intachable ante Dios consiste en poner por obra «la Palabra» que hemos recibido de Jesucristo: amar al prójimo, especialmente a los más necesitados de este mundo.

 

J «Escucha Israel los preceptos y las normas que yo os enseño...»

 

El pasaje de la Primera Lectura  pertenece al primer discurso de despedida de Moisés. En él hace un recuento de la historia de Israel desde la esclavitud y liberación de Egipto hasta el reparto de las tierras en Transjordania, a punto ya de cruzar el Jordán para la conquista de Palestina. El texto se centra en la Ley del Señor como sublime sabiduría que acredita, ante las demás naciones, al Dios de Israel y a su Pueblo. La ley mosaica fue complicándose después por la casuística atomizada de las escuelas rabínicas.

 

El libro del Deuteronomio (que en griego significa segunda ley) es el último de los cinco libros del Pentateuco y constituye una «teología[1]» de la historia de Israel con la perspectiva que dan los siglos a los hechos relatados. Su redacción definitiva data probablemente de los tiempos del destierro babilónico, en los círculos sacerdotales (IV a.C.). Su texto permaneció desconocido durante mucho tiempo, habiendo sido localizado en el reinado del rey Josías en el 622 a.C., ofreciendo una base muy importante para la reforma  religiosa y moral que se dio en Israel.  

 

J La religión pura e intachable ante Dios

 

El apóstol Santiago nos pone en guardia, en la Segunda Lectura, contra la permanente tentación del "formalismo" religioso y la incoherencia de vida. Éste es un escrito de carácter eminentemente práctico y moral, y su mentalidad es la de mayor cuño judío de todo el Nuevo Testamento, con muy pocas referencias directas a Jesucristo. La idea fundamental es la de dar a conocer «la religión  pura e intachable a los ojos de Dios».

 

 El concepto clave de este pasaje es «la Palabra» (St 1,18). La escucha activa de esta palabra de Dios revela al hombre su identidad más profunda y constituye el camino de la auténtica felicidad. La exhortación de Santiago exige dos actitudes básicas también en nuestro tiempo: la disponibilidad para escuchar y acoger la Palabra, sobre todo, la Palabra de la Salvación injertada en nosotros; y la audacia para ponerla en práctica. Esta Palabra que se identifica con la ley perfecta, la libertad (St 1,25); es el mensaje del Evangelio por el que los bautizados hemos nacido a una vida nueva. Más adelante dirá que la fe debe de traducirse a las obras, porque la fe sin obras está muerta (ver St 2,14ss.).

 

K «La tradición de los antepasados»

 

Reuniéndose nuevamente la gente alrededor de Jesús, tenemos una sección que se inicia tras el portentoso milagro de «la multiplicación de los panes» (Mc 6,30-44). El milagro ha inundado el aire con la fresca fragancia del pan multiplicado. La llegada de los maestros de la ley y los fariseos trae, sin embargo, un pesado aire del legalismo más mezquino. Parece como si las manos de Jesús, de los discípulos y de las cinco mil personas saciadas olieran todavía a pan, mientras que las de los maestros de la ley y la de los fariseos, debidamente lavadas y purificadas, despidieran un olor nauseabundo. Sin coraje para enfrentarse directamente con Jesús o con la gente, escogen a los discípulos como blanco de sus críticas.

 

La discusión comenzó en torno a ciertas prácticas de purificación ritual al ver los fariseos y los escribas que «algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, no lavadas... le preguntan (a Jesús): ¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?[2]». La pregunta habría sido inofensiva, si no hubieran incluido la acusación descalificadora: «Tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados». La cuestión del lavatorio de manos, codos, copas, jarros y bandejas queda olvidada y la discusión se centra sobre el valor de esa «tradición de los antepasados». A esto se refiere Jesús en la defensa que hace de sus discípulos. La expresión «tradición de los antepasados» es un término técnico que indica el cuerpo de leyes transmitidas oralmente y que los fariseos consideraban igualmente vinculantes que la ley escrita. Jesús la llama «tradición de hombres» o «vuestra tradición»; concuerda en que son preceptos, pero los llama «preceptos de hombres» y los contrapone al «precepto de Dios».

 

Veamos la violenta reacción de Jesús: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres'. Dejando el precepto de Dios os aferráis a la tradición de los hombres». La respuesta fuerte y directa nos revela que el asunto no se trata de una cuestión de higiene, sino de un asunto religioso. Las abluciones y el lavatorio de manos y vasijas es una observación ritual, y había sido asumida como parte de la ley judía que incluía otros preceptos importantes como «honrar padre y madre». Se trata entonces de decidir qué valor salvífico tiene la observancia de una ley externa, tanto más que, como hace notar Jesús, en este caso se trata de «preceptos de los hombres». La ley que es santa y que fue dada por Dios, se había desconectado de su origen y se había transformado en un código externo, de cuyo cumplimiento riguroso dependía la salvación. Sutilmente se había vuelto contra el dogma central de la fe judía, el de la trascendencia e independencia absoluta de Dios. La ley se había transformado en la manera cómoda de manejar a Dios: si observo externamente todas las normas, Dios está «obligado» a salvarme. La salvación ya no es obra de Dios sino es mía...solamente mía.

 

Y es precisamente esto lo que denuncia San Pablo: «Si la salvación se obtiene por las obras de la ley, entonces Cristo habría muerto en vano» (Gal 2,21). Ahora entendemos por qué el asunto tiene validez actual y porqué Cristo reacciona de esa manera tan fuerte. A propósito de esta discusión sobre las tradiciones de los antepasados, Jesús se detiene en el tema de los alimentos puros o impuros, preguntando a sus discípulos: «¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerlo impuro, pues no entra en su corazón sino en el vientre y va a parar al excusado?». Y la conclusión es la que rige hasta ahora a los cristianos: «Declaraba así puros todos los alimentos». Luego Jesús afirma: «Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios... Todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al hombre». La impureza del corazón, es el estado que hace al hombre indigno ante Dios.

 

Si todas esas cosas son las que hacen al hombre impuro, nos preguntamos: ¿Qué es lo que lo hace puro? Leamos lo que dice San Pedro a los demás apóstoles para justificar el haber aceptado al bautismo a los gentiles: «Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe» (Hech 15,8-9). El corazón del hombre se purifica con la aceptación de la fe en Cristo y por la práctica de su mandamiento de amor a Dios y al prójimo. «El amor es infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). El que ama ha cumplido la ley en plenitud y todo precepto particular debe de ceder ante las exigencias del amor que es la norma suprema: estamos hablando del amor sobrenatural, de ése que habla San Juan cuando dice que «Dios es amor» (1Jn 4,8). Por eso no puedo haber contradicción entre la ley de Dios y la ley del amor. La ley de Dios es el amor puesto en práctica. El gran San Agustín con el genio que lo caracteriza, sintetiza magistralmente la relación entre la ley y el amor sobrenatural: «Ama y haz lo que quieras». En el fondo: ama y serás libre.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«En este momento no puedo por menos de pensar en la situación, cada vez más grave y trágica, que se está viviendo en Oriente Próximo: centenares de muertos, muchísimos heridos, una multitud ingente de personas sin hogar y de desplazados; casas, ciudades e infraestructuras destruidas, a la vez que en el corazón de muchos parece crecer el odio y el deseo de venganza. Estos hechos demuestran claramente que no se puede restablecer la justicia, crear un orden nuevo y edificar una paz auténtica cuando se recurre al instrumento de la violencia. Hoy, más que nunca, constatamos cuán profética y al mismo tiempo realista es la voz de la Iglesia cuando, ante la guerra y todo tipo de conflictos, indica el camino de la verdad, la justicia, el amor y la libertad, como señala la inmortal encíclica «Pacem in terris» del beato Papa Juan XXIII. Este es el camino que debe recorrer la humanidad también hoy para conseguir el deseado bien de la paz verdadera.

 

En nombre de Dios me dirijo a todos los responsables de esta espiral de violencia para que cada una de las partes deponga inmediatamente las armas. A los gobernantes y a las instituciones internacionales les pido que no escatimen ningún esfuerzo para obtener este necesario alto el fuego, para que se pueda comenzar a construir, mediante el diálogo, una convivencia duradera y estable entre todos los pueblos de Oriente Próximo. A los hombres de buena voluntad les pido que sigan intensificando el envío de las ayudas humanitarias a aquellas poblaciones tan probadas y necesitadas.

 

Pero, especialmente, es necesario que desde todos los corazones se siga elevando la oración confiada a Dios bueno y misericordioso, para que conceda su paz a aquella región y al mundo entero. Encomendemos esta ferviente súplica a la intercesión de María, Madre del Príncipe de la paz y Reina de la paz, tan venerada en los países de Oriente Próximo, donde esperamos que pronto reine la reconciliación por la que el Señor Jesús dio su sangre preciosa».

 

Benedicto XVI. Ángelus 30 de Julio de 2006

 

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. «Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos», nos exhorta Santiago. ¿Cómo vivo mi fe en mi vida cotidiana?  ¿Soy coherente? ¿Doy testimonio de mi fe cristiana a lo largo de mi día? ¿De qué manera concreta?

 

2.  Leamos en familia el Salmo Responsorial 15 (14) y pidamos al Señor que nos dé su gracia para vivir más el amor especialmente con el prójimo y el más necesitado. 

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2052-2055. 2093 -2094

 

 

 



[1] Teología: del griego Theos = Dios, y Logos = palabra, tratado. La ciencia que estudia a Dios y lo referente a Él, a la luz de la revelación. La teología es reflexión: es la fe que busca entender («fides quaerens intellectum») hasta donde le es posible, consciente que en el fondo permanece el misterio insondable de Dios. 

[2] Comentando este pasaje Riccotti nos dice: «No se imagine que semejante cúmulo de prescripciones fuese sugerido por miras meramente higiénicas o pudiese tomarse a la ligera. Al contrario: el espíritu que lo había dictado era estrictamente religioso, y quien no lo cumpliera habría violado preceptos sagrados. Encontramos, en efecto, sentencias rabínicas de este género: "Quien come pan sin lavarse las manos, es como quien frecuenta una meretriz… quien descuida el lavarse las manos será desarraigado del mundo" (Sotah, 4b). Otras veces se pregunta que quiénes son los del "pueblo de la tierra" (am'ha'aretz), esto es, aquellos que según el gran Hillel, no temían el pecado y no eran piadosos (§ 40), y se contesta que "los que comen manjares profanos y no en estado de pureza", es decir, sin lavarse las manos (Berakhoth, 47b). En ocasiones se citan sentencias de excomunión dictadas contra quienes descuidaban la limpieza de las manos antes de comer.

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lunes, 20 de agosto de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 21ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B. «¿Donde quién vamos a ir? »

Domingo de la Semana 21ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

«¿Donde quién vamos a ir? »

 

Lectura del libro de Josué 24,1-2a.15-17.18b.

 

«Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas que se situaron en presencia de Dios. Josué dijo a todo el pueblo: "Esto dice Yahveh el Dios de Israel. Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh".

 

El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar a Yahveh para servir a otros dioses. Porque Yahveh nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos. También nosotros serviremos a Yahveh, porque él es nuestro Dios»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 5, 21-32

 

«Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.

 

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 60- 69

 

«Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?" Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: "¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?..."El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. "Pero hay entre vosotros algunos que no creen". Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: "Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre".

 

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?" Le respondió Simón Pedro: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios".»

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Una de las ideas centrales en las lecturas de este Domingo es la opción personal por seguir a Dios y recorrer sus caminos. En la Primera Lectura vemos cómo todas las tribus de Israel están reunidas por Josué en Siquén para decidir si van a servir a Yahveh o a otros dioses. Es sin duda un momento importante donde deciden «servir a Yahveh, porque es nuestro Dios». Los seguidores de Jesús, también tienen que decidirse por seguir a Jesús ante el escándalo que les ha producido las duras palabras del Maestro: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». Luego será a los Doce a quienes Jesús directamente les preguntará: «¿También ustedes quieren irse?». Pedro, en nombre de los  Doce, abre su corazón y le dice: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Evangelio). En la Segunda Lectura vemos el «gran misterio» de amor y fidelidad de Jesucristo por su Iglesia, es decir por todos aquellos que por el bautismo hacemos parte del Nuevo Pueblo de Dios.

 

JL ¿Continuamos o lo abandonamos?

 

Josué[1], ya anciano, convocó a todas las tribus de Israel para una asamblea general en Siquén «en presencia de Dios», es decir en el santuario. Siquén era, por su posición geográfica, un lugar ideal para la reunión de las tribus (ver 1R 12);  y por su pasado, era  un escenario predestinado para la realización de este pacto religioso ya que había sido el lugar donde Abrahán había ofrecido el primer sacrificio en tierra cananea (Gn 12,7) y donde la familia de Jacob había enterrado los ídolos paganos (Gn 35,4). Después de su testamento espiritual (Jos 23); Josué se dirige a la asamblea reunida realizando un resumen de todas las intervenciones de Dios en favor de su pueblo amado (Jos 24,2-13).

 

La expresión «esto no se lo debes a tu espada ni a tu arco» (Jos 24,12) es un buen resumen de toda la historia del pueblo elegido y protegido por Dios. Una vez recordada la historia, Josué saca la consecuencia para el presente y el futuro: temed al Señor y servidle con fidelidad; lo que supone la retirada de los dioses paganos a los que sirvieron en Mesopotamia y en Egipto. Esto es más sorprendente todavía. Habían servido a otros dioses no sólo en Mesopotamia; sino ¡también en Egipto! Más aún, puesto que habla de retirar esos dioses podemos concluir que hasta ese momento les seguían dando culto. Josué busca un compromiso bien definido, que no admita interpretaciones ni rebajas. Busca también un compromiso solemne, que se recuerde para siempre: hay que elegir entre servir al Señor, con todas las consecuencias, o servir a los dioses paganos con todas las consecuencias. Josué y su familia ya han optado por el Señor.

 

La respuesta del pueblo es la esperada: el compromiso de servir, no a ningún otro Dios, sino al Señor, «porque Él es nuestro Dios». No pueden ser infieles a quien ha hecho tanto por ellos. El pueblo clama que quiere servir al Señor. Josué les dice: «Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirlo». El pueblo responde: «¡Lo somos!» Josué les exige que retiren los dioses extranjeros. El pueblo entero concluye: «Serviremos al Señor nuestro Dios y obedeceremos su voz» (Jos 24, 21- 24). Finalmente se pactará una alianza que se pondrá por escrito (Jos 24,25-28). Luego Josué tomará una gran piedra y la coloca en la encina[2] que había en el santuario de Yahveh.

 

J «Gran misterio es éste respecto a Cristo y la Iglesia»

 

Toda la sección que leemos en la carta a los Efesios 5,21-6,9 contiene una serie de consejos para cada uno de los miembros de una familia cristiana. Sin embargo en el tema de fondo podemos ver cómo Pablo nos quiere explicar el «gran misterio» que existe entre Cristo y su Iglesia, tema fundamental de toda la carta. En el versículo 21 leemos: «Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo», estableciendo así el principio que debe regular las relaciones entre todos los miembros de la familia cristiana. En el lenguaje bíblico la expresión «temor de Dios» tiene el sentido de respeto, veneración, honor, y en último término se aproxima al concepto de amor reverencial. En éste caso concreto evoca sin duda el amor que nos merece quien vivió entre los hombres como modelo de sumisión, de espíritu de sacrificio y de obediencia; y que estando entre nosotros nos: «amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

 

San Pablo descubre que el sentido más profundo de unión de los esposos, tal como Dios lo estableció al principio, constituye una prefiguración de la unión de Cristo con la Iglesia (Ef 5,31-33). Ahí radica el gran misterio. Y de esa perspectiva deriva los deberes radicales del amor y la fidelidad que han de profesarse los esposos, en un perfecto cumplimiento del precepto del amor (ver Mc 12,31; Jn 13,34).

 

J «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»

 

La lectura del Evangelio del vigésimo Domingo del Tiempo Común nos presentaba el rechazo indignado de los judíos ante la declaración de Jesús: «Yo soy el pan del cielo...el pan que yo daré es mi carne, ofrecida en sacrificio por la vida del mundo» (Jn 6,51). Éste rechazo obligó a Jesús a reafirmar el sentido literal de sus palabras: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6,54). Éste Domingo vemos la reacción del círculo más cercano de Jesús y nos presenta la conclusión del capítulo sexto de San Juan.

 

El comentario  de este capítulo exige constantemente retomar lo que se ha dicho antes, ya que aquí tenemos el típico modo oriental de pensar y de exponer. No es un modo lineal que avanza de una afirmación a otra vinculada por un vínculo lógico, sino un modo cíclico, es decir que va retomando continuamente lo anterior sin dejar de avanzar, como una espiral. ¿Cuál será la reacción ante sus afirmaciones? Muchos decían: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?».

 

Ésta es la reacción del círculo más cercano de «sus discípulos», de los que habían confiado en Él y, dejándolo todo, lo habían seguido. Ante estas palabras de Jesús se exigía un acto de total confianza en Él: se trata de aceptar como una verdad algo que la razón no puede controlar y mucho menos entender. Es que aquí se trata de una verdad revelada que exige un verdadero acto de fe. Cuando la Iglesia  anuncia el Misterio de la Eucaristía no hace sino repetir las palabras de Jesús.

 

Vemos en sus discípulos una resistencia interior al leer en el texto: «murmuración». Pero Jesús no vacila y llama las cosas claramente por su nombre: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?». Lo que los discípulos sufren es de escándalo. El escándalo de la verdad que Jesús les ha manifestado. Es interesante notar que el punto que determinó la crisis en «muchos» discípulos fue un punto de fe y más precisamente la revelación de la Eucaristía.

 

También hoy muchos de los que se llaman «cristianos» encuentran obstáculo en esta enseñanza y no la aceptan. El acto de fe exige confiar «en quien revela» y así aceptar «lo que revela» siendo dóciles a la ayuda, gracia de Dios, que generosamente se nos otorga en abundancia. Observemos que se habla de «muchos de sus discípulos», y no de «todos sus discípulos». Esto quiere decir que «algunos de sus discípulos» no se echan atrás y siguen con Él.

 

Finalmente entra en escena el grupo más íntimo  de Jesús: los Doce. Si buscamos en el Evangelio de San Juan un lugar donde se relate la vocación de los doce discípulos elegidos por Jesús para constituir un grupo particular, no lo encontraremos. Y sin embargo, Juan menciona este grupo como si fuera perfectamente conocido por sus lectores; de hecho, a nosotros no nos llama la atención que Juan hable de los Doce sin previa presentación, porque también nosotros los conocemos. Esto demuestra que la comunidad en la cual Juan escribe conoce ya los otros Evangelios. «¿También ustedes quieren marcharse?», les dice Jesús de manera directa y con el riesgo de una respuesta negativa de parte de los allegados más cercanos. No, los Doce, a pesar de todo lo dicho por Jesús acerca de comer su carne y beber su sangre, no quieren marcharse.

 

Ellos comprenden que las palabras dichas por Jesús son verdad, pero no hay que entenderlas según la inteligencia humana, sino según el Espíritu. Así lo explica Jesús: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida». Por eso Pedro, a nombre de los Doce, responde la pregunta de Jesús: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios». L

 

La diferencia entre los Doce y todos los demás que estaban en la sinagoga está en estas palabras de Pedro: «Nosotros creemos y sabemos». Por eso ellos permanecen con Jesús y siguen siendo hasta ahora las columnas de la Iglesia. Ellos tanto aceptaron y creyeron las palabras de Jesús que de hecho, después que Jesús ascendió al cielo, se alimentaron de su cuerpo y de su sangre y se realizó en ellos lo prometido por Jesús: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él».

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«Queridos monaguillos, en realidad, vosotros ya sois apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento, vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres. El vínculo de amistad con Jesús tiene su fuente y su cumbre en la Eucaristía.

 

Vosotros estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, y éste es el mayor signo de su amistad para cada uno de nosotros. No lo olvidéis; y por eso os pido: no os acostumbréis a este don, para que no se convierta en una especie de rutina, sabiendo cómo funciona y haciéndolo automáticamente; al contrario, descubrid cada día de nuevo que sucede algo grande, que el Dios vivo está en medio de nosotros y que podéis estar cerca de Él y ayudar para que su misterio se celebre y llegue a las personas.


Si no caéis en la rutina y realizáis vuestro servicio con plena conciencia, entonces seréis verdaderamente sus apóstoles y daréis frutos de bondad y de servicio en todos los ámbitos de vuestra vida: en la familia, en la escuela, en el tiempo libre. El amor que recibís en la liturgia llevadlo a todas las personas, especialmente a aquellas a quienes os dais cuenta de que les falta el amor, que no reciben bondad, que sufren y están solas. Con la fuerza del Espíritu Santo, esforzaos por llevar a Jesús precisamente a las personas marginadas, a las que no son muy amadas, a las que tienen problemas.

 

Precisamente a esas personas, con la fuerza del Espíritu Santo, debéis llevar a Jesús. Así, el Pan que veis partir sobre el altar se compartirá y multiplicará aún más, y vosotros, como los doce Apóstoles, ayudaréis a Jesús a distribuirlo a la gente de hoy, en las diversas situaciones de la vida. Así, queridos monaguillos, mi última recomendación a vosotros es: ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesucristo!».

 

Benedicto XVI. Audiencia 2 de Agosto de 2006 en la peregrinación europea de monaguillos.

 

 

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. «Queridos jóvenes, al volver a vuestra tierra poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria: amadla, adoradla y celebradla, sobre todo el Domingo, día del Señor. Vivid la Eucaristía dando testimonio del amor de Dios a los hombres». Acojamos estas palabras de Juan Pablo II a los jóvenes en el jubileo del año 2000. ¿La Santa Misa es el corazón y el centro de mi Domingo? ¿Voy a Misa con mi familia?

 

2. «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna». La respuesta de San Pedro es todo un programa de vida. Recemos y meditemos estas hermosas palabras a lo largo de nuestra semana. 

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1333 - 1336



[1] Josué: su nombre significa «Dios es salvación». Josué fue elegido para capitanear el ejército mientras se hallaban en el desierto. Después de la muerte de Moisés, Josué condujo a los israelitas por Canaán. Una vez conquistada la tierra, Josué la distribuyó entre las doce tribus.  

[2] Encina: árbol de la familia de las Fagáceas, de diez a doce metros de altura, con tronco grueso, ramificado en varios brazos, de los que parten las ramas, formando una copa grande y redonda. 

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lunes, 13 de agosto de 2012

{Meditación Dominical} Asunción de María y Domingo de la Semana 20ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo de la Semana 20ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»

 

Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6

 

«La Sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas, ha hecho su matanza, ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa. Ha mandado a sus criadas y anuncia en lo alto de las colinas de la ciudad: "Si alguno es simple, véngase acá". Y al falto de juicio le dice: "Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia"».

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 5,15-20

 

«Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor. = No os embriaguéis con vino, = que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo».

           

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 51-58

 

«"Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo". Discutían entre sí los judíos y decían: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"

 

Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre"».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Las lecturas de este Domingo nos ponen de frente con el misterio eucarístico: «fuente y culmen de toda la vida cristiana[1]». Hay momentos que podemos olvidar las claras palabras de Jesús que nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna».Y es que solamente Aquel que ha bajado del cielo puede abrirnos la puerta a la eternidad (Evangelio). Pero ¿estamos realmente ante la verdadera carne y la verdadera sangre de Jesús? Misterio insondable y central de nuestra fe que «contiene verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo»[2].

 

En la Primera Lectura vemos a la Sabiduría de Dios que se deleita en contemplar sus obras y en comunicarse con sus hijos por medio de un celestial banquete, a fin de hacerlos sabios e inteligentes. Justamente ésta es la exhortación que San Pablo dirige a la comunidad de Éfeso: «mirad atentamente cómo vivís; no como necios, sino como sabios». El «Pan vivo bajado del cielo» es el  alimento que necesitamos para que poder vivir de acuerdo a la Sabiduría de Dios.

 

J «Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado»

 

El texto que leemos en la Primera Lectura es un extracto del párrafo titulado: «El Banquete de la Sabiduría», o «La Sabiduría hospitalaria». La Sabiduría es un atributo de Dios, pero aparece en este texto como su personificación. Para los Padres de la Iglesia «la Sabiduría» es la revelación anticipada veterotestamentaria del Verbo de Dios o del Espíritu Santo. La figura de la Sabiduría que se ha construido una casa trae a nuestra memoria el prólogo de San Juan: «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (puso morada entre nosotros), vino a su casa, y los suyos no lo recibieron». Por otra parte, las siete columnas, símbolo de perfección, reflejan más la estructura de un «temenos»[3] griego que la de una casa. En tal caso, se trataría de un banquete sagrado, no de una invitación doméstica. El banquete expresa familiaridad, hospitalidad, invitación a la intimidad, a la confianza y comunión. En la mentalidad oriental el ser invitado a la mesa es una muestra de confianza y amistad muy especial. Quien rechaza esta oferta generosa comete una falta grave; más aún traiciona una amistad.

 

El banquete expresa en este caso concreto la unión intima entre Dios y el hombre. Dios dispone la mesa para dar de sus manjares al hombre, compartiendo con él sus riquezas y bienes. Sin embargo entrar en la comunión íntima con Dios Vivo, con Dios Amor conlleva necesariamente rechazar, abandonar toda simpleza y necedad para adentrarse en las realidades profundas del Espíritu y conocer la hondura y la longitud de los misterios divinos, que llevan a la cabal comprensión del misterio humano. Por ello este «banquete celestial» es una invitación a recorrer el camino «de la inteligencia», es decir el sendero humanizante y personalizante que nos permite ir más allá de aquello que nuestros limitados sentidos nos pueden ofrecer y abrirnos a lo que Dios nos quiere compartir.

 

K «Mirad atentamente como vivís…»

 

La verdadera sabiduría, que proviene de Dios (ver 1 Cor 1,18-31) y que es «más fuerte que la fuerza de los hombres», nos permite conocer y comprender cuál es el designio de Dios y estar dispuesto a cumplirlo. Frente al vino, que conducía al libertinaje (ver la cita de 1 Cor 11,20-22), San Pablo recomienda a los cristianos de Éfeso que se dejen guiar por el Espíritu y que practiquen un culto digno de Dios. Para ello les exhorta a que encuentren en la oración comunitaria la fuerza necesaria para mantenerse firmes y así poder dar gracias a Dios Padre por tantos beneficios recibidos[4].

 

K «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

 

«Habiendo Jesús pronunciado y dicho del pan: 'Esto es mi cuerpo', ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y ha­biendo Él aseverado y dicho: 'Esta es mi sangre', ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de Él?». Estas palabras de San Ciri­lo de Jerusa­lén, pronuncia­das en una catequesis en el año 350 d. C. nos ayudan a entender el tema central del Evangelio dominical. Cuando Jesús declaró: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo», los judíos duda­ban y «dis­cutían entre sí diciendo: ¿Cómo puede éste dar­nos a comer su carne?». Ellos habían entendido perfectamente la frase de Jesús y por eso la rechazan indigna­dos ya que para ellos: «¡Es absur­do que éste pretenda que comamos su car­ne!», pensarían. Pero el Evangelio dice que había «discusión[5]» entre los judíos. ¿Qué discu­tían? ¿Hab­ían entendido bien las palabras de Jesús? ¿Era verdad lo que habían entendido?

 

Y claro, esperan que en la próxima frase Jesús retire lo dicho o que atenúe su sentido literal, explicando que se trataba de una expresión metafórica. Pero lejos de esto, Jesús res­ponde rea­firmando el sentido literal de sus pala­bras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no be­béis su sangre, no tenéis vida en voso­tros». Es decir Jesús no sólo reafirma que deberán comer su carne, sino además que deberán beber su sangre. Y por si quedaran dudas va un poco más: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resu­citaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verda­dera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, perma­nece en mí y yo en él».

 

No hay ninguna duda que toda la tradición de la Iglesia Cató­lica ha entendido este texto en su sentido literal y cuan­do celebra la Eucaristía y se nutre de ella cree firmemen­te que bajo la apariencia de pan y vino los fieles comen y beben real­mente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que reci­ben la vida eterna y la garantía de que serán resuci­ta­dos por Jesucristo en el último día. Esta ha sido la fe de la Igle­sia desde siempre, desde antes de la refor­ma pro­tes­tante, desde mucho antes que existieran los grupos evangé­licos y las otras sectas que se han disgregado de la única Igle­sia fundada por Jesús. El mismo San Cirilo es testigo de esta fe en el siglo IV: «En la Eucaristía, lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el Cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino la Sangre de Cristo».

                       

Es cierto que Jesús amaba usar expresiones enigmáti­cas; pero cuando era mal comprendido Él mismo se apresuraba en sacar a sus oyentes del error; cuando la comprensión literal es errónea, el mismo Jesús aclara el sentido de sus palabras. En cierta oca­sión Jesús dice a sus discípu­los: «Cui­daos de la levadura de los fariseos y saduceos» y como lo entendieron literalmente, acla­ra: «¿Por qué no entendéis que no me refería a los panes? Entonces compren­dieron que se refería a la doc­tri­na de los fariseos y saduceos» (ver Mt 16,6-12). Nico­demo en­tiende materialmente un nuevo naci­miento y objeta: «¿Cómo puede un hombre siendo anciano, nacer?». Jesús aclara que no se trata de un naci­miento material, sino de «nacer del agua y del Espíritu» (ver Jn 3,3-9).

 

Un día Jesús dice a sus discípulos: «Lázaro duerme, voy a desper­tarlo». Y como ellos entendie­ron literalmente y les parece demasiado arriesgado ir allá sólo para despertar al amigo, Jesús aclara: «Lázaro ha muerto» (ver Jn 11,11-14). Podríamos colocar muchos otros ejemplos[6]. Sin embargo nada de eso ocurre en el pasaje de hoy. Los ju­díos entendieron literalmen­te la palabra de Jesús y Jesús, lejos de corregirlos, reafir­ma eso que entendieron. Ellos han entendido que Jesús dará un pan que es su carne, y entendieron bien. Eso mismo es lo que Cristo quiso enseñar y prometer. Tanto así que termina el pasaje diciendo que «desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron a atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6, 66) porque sus palabras eran muy duras.

 

A continuación también se refiere Jesús al origen celestial de este pan: «Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma de este pan vivirá para siempre». En tiempos de Jesús los judíos creían que el maná era un pan preparado por ángeles que Dios había dado a su pueblo, haciéndolo caer del cielo. Es la convicción que expresa el libro de la Sabidu­ría, muy cercano a la época de Jesús: «A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles; les suminis­traste sin cesar desde el cielo un pan ya prepara­do» (Sab 16,20). Lo que Jesús quiere decir es que esos textos no describen el maná histórico, sino «el verdadero pan del cielo», un pan que estaba aún por venir y que Él daría al mundo. Los que comieron del maná histórico murie­ron todos en el desierto y no entraron en la tierra prome­tida. En cambio, el que coma del «pan vivo bajado del cielo», vivirá para siempre y entrará en el paraíso a gozar de la felicidad eterna.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«La Eucaristía constituye, de hecho, el «tesoro» de la Iglesia, la preciosa herencia que su Señor le ha dejado. Y la Iglesia custodia esta herencia con la máxima atención, celebrándola cotidianamente en la Santa Misa, adorándola en las iglesias y en las capillas, distribuyéndola a los enfermos y, como viático, a cuantos emprenden el último viaje. Pero este tesoro, que está destinado a los bautizados, no agota su radio de acción en el ámbito de la Iglesia: la Eucaristía es el Señor Jesús que se entrega «por la vida del mundo» (Juan 6, 51).

 

En todo tiempo y lugar, Él quiere encontrarse con el hombre y darle la vida de Dios. Y no sólo esto. La Eucaristía tiene también una valencia cósmica: la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo constituye, de hecho, el principio de divinización de la misma creación. Por este motivo, la fiesta del Corpus Christi se caracteriza particularmente por la tradición de llevar el Santísimo Sacramento en procesión, un gesto lleno de significado.


Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas, queremos sumergir el Pan descendido del cielo en lo cotidiano de nuestra vida; queremos que Jesús camine donde nosotros caminamos, que viva donde vivimos. Nuestro mundo, nuestras existencias tienen que convertirse en su templo. La comunidad cristiana, en este día de fiesta, proclama que la Eucaristía es todo para ella, que es su misma vida, la fuente del amor que triunfa sobre la muerte.

 

De la comunión con Cristo Eucaristía surge la caridad que transforma nuestra existencia y apoya el camino de todos hacia la patria celestial. Por este motivo, la liturgia nos invita a cantar: «Buen pastor, verdadero pan… Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra, conduce a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos». María es la «mujer eucarística», como la definió el Papa Juan Pablo II en su encíclica «Ecclesia de Eucharistia». Pidamos a la Virgen que todo cristiano profundice su fe en el misterio eucarístico para que viva en comunión constante con Jesús y sea su testigo válido».

Benedicto XVI. Ángelus 18 de Junio de 2006.

 

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. «En el santísimo sacramento de la Euca­ris­tía están contenidos verdadera, real y sustan­cial­mente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo ente­ro[7]» Por eso resulta incomprensible que alguien que conozca a Cristo y lo reconozca como Dios; esté alejado de este Sacramento. ¿Cómo vivo mi amor por la Eucaristía?¿Visito con frecuencia al Santísimo Sacramento? 

 

2. El Papa Juan Pablo II nos dijo en la Plaza de Armas de Lima en 1988: «La Eucaristía restablece en nosotros la armonía de nuestro ser y nos impulsa a proyectar sobre la sociedad el espíritu de reconciliación que hemos de vivir según el designio de Dios (cf. 2 Cor 5, 19). Nos nutrimos del Pan de vida para llevar a Cristo a las diversas esferas de la existencia: al ambiente familiar, al trabajo, al estudio, a las instituciones políticas y sociales, a los mil compromisos evangélicos de la vida cotidiana». ¿A qué me invita estas palabras del Papa? ¿Qué voy a hacer?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1384-1390. 1402-1405. 1524.



[1] Lumen Gentium,11.

[2] Concilio de Trento. Sesión XII, cap. 8. 

[3] Temenos (del verbo griego que significa literalmente "cortar"). Este término griego es dado, en arqueología, al pedazo de tierra que circunscribe el  terreno separado para el templo o el santuario. 

[4] La carta de San Pablo a los Efesios fue probablemente una «carta circular» dirigida a un grupo de iglesias  situadas en lo que ahora es la parte occidental de Turquía.  La iglesia en Éfeso (principal ciudad de la región) era la más importante del grupo. Pablo escribe la carta desde la prisión en Roma alrededor de los años sesenta. El gran tema de la carta: «el Plan de Dios es…reunir toda la creación, todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra, bajo Cristo como cabeza» (Ef 1,10).    

[5] Discutir: (Del lat. discussĭo, -ōnis). Acción y efecto de discutir. Análisis o comparación de los resultados de una investigación, a la luz de otros existentes o posibles.

 

[6] Ver también Jn 2,19-21; 4, 31-34; 7,37-39.

[7] Catecismo de la Iglesia Católica 1374.

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martes, 7 de agosto de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 19ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B. «El pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo»

Domingo de la Semana 19ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B

«El pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo»

 

Lectura del primer libro de los Reyes 19, 4-8

 

«El (Elías) caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama[1]. Se deseó la muerte y dijo: "¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!" Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: "Levántate y come". Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. Volvió por segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó y le dijo: "Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti". Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 4, 30-5,2  

 

«No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo.»

 

Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como  oblación y víctima de suave aroma.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 41-51

 

«Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan que ha bajado del cielo". Y decían: "¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?"

 

Jesús les respondió: "No murmuréis entre vosotros. "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.  Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.  No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.  En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna.  Yo soy el pan de la vida.  Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron;  este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera.  Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo".»

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Las lecturas de la semana pasada subrayaban el poder de la fe. Este Domingo  el acento se pone en la eficacia, el poder, de la Eucaristía. El pan eucarístico que Cristo nos da está prefigurado en el pan que un mensajero de Dios ofrece a Elías, «con la fuerza del cual caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb» (Primera Lectura). El pan del que Cristo habla en el Evangelio es el pan bajado del cielo, es el pan de la vida; de una vida que dura para siempre ya que es su carne ofrecida para que el mundo tenga vida eterna (Evangelio). La carne ofrecida como oblación y víctima de suave aroma da fuerza a los cristianos para «vivir en el amor como Cristo (nos) amó» (Segunda Lectura).

 

J La fuerza de aquella comida

Elías es una de los grandes profetas que actuó en el reino del norte en el siglo IX a.C. en el tiempo del rey Ajab. Los libros de los reyes narran los grandes milagros realizados por él y su enérgica lucha contra el culto idolátrico a Baal. La crisis de fe propia de su tiempo le alcanza respecto a la misión que Dios le ha confiado. Su celo, un tanto difícil de entender para nosotros, fue tanto que mandó matar a 450 sacerdotes del falso dios Baal en el torrente de Quisón, después que fracasaron con el fuego del sacrificio en lo alto del monte Carmelo.

Por eso Elías sufre el odio a muerte del rey Ajab y de su esposa Jezabel, adoradores ambos de ídolos, como tantos israelitas en el reino del norte. El profeta tiene que huir al desierto. Allí le espera el sol, el hambre, la fatiga y la desesperación. Rechazado por todos, se ve seriamente tentado a abandonar todo. Así, al final de la jornada se sentó bajo una retama y se deseó la muerte.

En ese momento Dios interviene mandándole por medio de un ángel pan del cielo. El pan que Dios le da le saca primeramente de su angustia y de su descarrío, y luego le da fuerzas extraordinarias para marchar hasta el monte Horeb en el Sinaí; lugar donde Dios se reveló a Moisés como Yahveh y donde hizo alianza con su pueblo entregando a Moisés las Tablas de la Ley. Ese pan del cielo que fortificó a Elías es prefiguración del pan bajado del cielo, que es el mismo Jesucristo.

K ¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo?

El Evangelio del Domingo pasado nos narra el diálogo de Jesús con los judíos que culmina con una frase reveladora acerca de Él mismo: «Yo soy el pan de la vida». El Evangelio de esta semana nos dice cuál fue la reacción de los judíos ante la afirmación hecha por Jesús: «Y decían: "¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?"».  Una persona atenta y cuidadosa notará inmediatamente que Jesús no ha dicho exactamente eso y que fácilmente podría responder diciendo: «Yo no he dicho eso». Pero Jesús no reacciona así, porque si bien los judíos no citan sus palabras textualmente, la conclusión a la que llegan es exacta. Es decir Jesús ha proclamado que el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.

 

Y cuando los oyentes exclaman: «Señor, danos siempre de este pan»; es claro que se refieren a ese pan que baja del cielo y da la vida al mundo. Al hacer esta petición, ellos confían en que Jesús puede dar ese pan. Tendría que ser algo mucho mejor que los panes de cebada multiplicados por Jesús que ellos ya habían comido al otro lado del lago. Ciertamente pensarían: ¿quién sabe ahora qué milagro hará ahora para hacer caer ese pan del cielo que da la vida al mundo? La respuesta de Jesús «Yo soy el pan de la vida», es como la que había dado a la samaritana cuando ella aseguró que vendría el Mesías y entonces toda duda sería resuelta por Él: «Yo soy, el que te está hablando» (Jn 4,26). 

 

Los judíos hacen un buen resumen de lo ha dicho Jesús. No han torcido sus palabras sino que ellos entienden que Jesús es el pan que ha bajado de los cielos y por eso murmuran. Podríamos esperar que Jesús los tranquilizara, pero no hace eso, porque lo que han entendido los judíos es exactamente lo que Él ha querido decir. Jesús da un paso más y realiza una revelación más al decir: «Yo soy el pan de la vida...Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo"». En el comentario de los próximos Domingos veremos cuál fue la reacción de los judíos.

 

J «El que cree tiene vida eterna»

 

En este pasaje del Evangelio de San Juan, vamos encontrar una declaración solemne de Jesús, de ésas que están dichas para ser memorizadas y tenidas como fundamento de la vida: «En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna». Jesús no promete la vida eterna solamente para después de la muerte. La vida eterna se posee desde ahora, la poseen los que creen que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios hecho Hombre y fundan su existencia en su Palabra.

 

Sobre la base de esta declaración leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (l Co 13, 12), "tal cual es" (1 Jn 3, 2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna»[2]. Y citando a Santo Tomás agrega: «la fe es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida eterna»[3]. La fe en Jesús nace de ese conocimiento que poseemos de las cosas que Dios nos ha enseñado. Si la inteligencia del hombre experimenta el gozo en el conocimiento de la verdad natural, ¡qué decir del gozo que experimenta en el conocimiento de la Verdad eterna, que es Cristo! Este conocimiento no se adquiere por esfuerzo humano, pues lo supera infinitamente; este conocimiento lo enseña sólo Dios. La Eucaristía, el «Pan de vida eterna», es parte de la enseñanza divina.

 

J «Sed más bien buenos entre vosotros»

En la carta a los Efesios, San Pablo exhorta a la comunidad a vivir según las mociones del Espíritu: ser buenos, compasivos...vivan en el amor como Cristo vivió. El modelo es el «Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad». Solamente en la comunión con el Señor de la Vida podremos intentar desaparecer de nosotros toda clase de maldad ya que «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13).

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.

 

Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es "fuente y cima de toda la vida cristiana". "La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo". Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.

 

Durante el Gran Jubileo del año 2000, tuve ocasión de celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, donde, según la tradición, fue realizada la primera vez por Cristo mismo. El Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Allí Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros" (cf. Mt 26, 26; Lc 22, 19; 1 Co 11, 24).

 

Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: "Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados" (cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Co 11, 25). Estoy agradecido al Señor Jesús que me permitió repetir en aquel mismo lugar, obedeciendo su mandato "haced esto en conmemoración mía" (Lc 22, 19), las palabras pronunciadas por Él hace dos mil años».

 

Juan Pablo II. Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 1-2.

 

J Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1.El caso de Elías, salvadas las distancias, se puede repetir en nuestra propia situación personal. Cuando crece la incoherencia e indiferencia de la fe en el ambiente en que vivimos. Cuando crece amenazante el desierto de la increencia, cuando se torna intratable el  duro asfalto de la vida, cuando Dios se pierde en el horizonte, entonces surge fácilmente el cansancio en la fe. Sin embargo, todos podemos y estamos llamados a atravesar el desierto de la fe sin desfallecer. ¿Dónde encontrar las fuerzas que necesitamos?  La Palabra de Dios y el Pan de la Vida son el alimento que nos fortalecen y nos dan vida eterna.

 

2. ¿Alguna vez he tomado conciencia de que así como puedo entristecer puedo también alegrar al Espíritu Santo de Dios?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1391- 1398.  



[1] Retama: nombre común que reciben varias especies pertenecientes a géneros muy próximos de arbustos de tallos característicamente rígidos, con profusión de flores atractivas, casi siempre de color amarillo, similares a las del guisante o chícharo, aunque también las hay de flor blanca. Son plantas nativas de Europa, norte de África y Oriente Próximo; ahora se cultivan en algunas zonas de América del Norte, donde también se han naturalizado.

 

[2]Catecismo de la Iglesia Católica, 163.

[3]Catecismo de la Iglesia Católica,184.

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