lunes, 25 de junio de 2012

{Meditación Dominical} Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Domingo de la Semana 13ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo de la Semana 13ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B

«Muchacha a ti te digo, levántate»

 

Lectura del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

 

«Que no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni imperio del Hades sobre la tierra, porque la justicia es inmortal.

 

Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen».

 

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios 8, 7.9.13-15

 

«Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.

 

No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad. Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad, como dice la Escritura: El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 5, 21-43

 

«Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: "Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva". Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

 

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: "Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré". Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: "¿Quién me ha tocado los vestidos?" Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ¿Quién me ha tocado?" Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le  contó toda la verdad. Él le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad".

 

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: "Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?" Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: "No temas; solamente ten fe". Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: "¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida".

 

Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los  suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «= Talitá kum =», que quiere decir: "Muchacha, a ti te digo, levántate". La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

El Evangelio de hoy nos enseña que la muerte no es un error en la obra creadora de Dios, que no es inherente a la creación, y que las criaturas pueden ser salvadas de la muerte teniendo fe en Aquel que es la vida misma. Ya en el Antiguo Testamento se había llegado a esa convicción, como lo expresa el libro de la Sabiduría: «Dios no creó la muerte... En efecto, Él ha creado todo para la existencia... no está en las criaturas el veneno de la muer­te... Sí, Dios ha creado al hombre para la inmor­tali­dad... Pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo» (Primera Lectura). Como se ve, este texto vuelve sobre la antigua historia del Génesis: por tentación de la serpien­te, nuestros primeros padres pecaron y de esa manera gustaron el veneno de la muerte, que a partir de ellos se transmite a todos los hombres.

 

Pero no fue así al principio; al princi­pio Dios creó al hombre para la inmortalidad. Y no es así ni siquiera ahora, pues ahora Dios crea a todos los hombres para la salvación; quiere que todos los hombres se salven y gocen de la vida eterna. Es por eso que Jesucristo «se hizo pobre para que nos enriqueciéramos con su pobreza» (Segunda Lectura) mostrándonos que todos somos hermanos en Cristo Jesús ya que todos estamos llamados a la vida eterna. Finalmente vemos en el Evangelio como Jesús cura tanto a la hemorroísa como a la hija de Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga. ¿Qué hace que sucedan estos bellos milagros? La fe en aquel que es la Vida misma y que tiene poder sobre la muerte. 

 

J «No temas; sólo ten fe»

 

En la lectura del Evangelio de San Marcos tenemos dos episodios de salvación, es decir, dos casos en que la muerte y la enfer­medad son vencidas. De ellos podemos deducir que la salva­ción es el encuentro de dos cosas: del poder de Cristo y de nuestra fe en Él. Ninguna de ellas bastaría por sí sola; tiene que ser el encuentro de ambas. Uno de los beneficiados fue uno de los «jefes de la sinagoga». Sin duda debió ser una persona importante, puesto que el Evangelio nos conserva su nombre: Jairo. Está en la categoría de otras personas influyentes que creyeron en Jesús, como es el caso de Nicodemo y de José de Arimatea.

 

Jairo «cae a los pies de Jesús y le suplica con insistencia, diciendo: 'Mi hija está a punto de morir; ven, impón tu mano sobre ella, para que se salve y viva'». El mismo episodio narrado por San Lucas añade que la niña moribunda era unigénita y que tendría unos doce años de edad. La curiosidad de la gente, al ver la actitud humilde de este hombre, debió ser grande, pues el Evangelio observa: «Le seguía un gran gentío que lo oprimía». Jairo hace un acto de fe magnífico en el poder de Cristo. Cree que Jesús puede salvar a su hija que está enferma de muerte; que para eso basta que Jesús le imponga las manos. Jesús no puede rechazar una súplica presentada con esa confianza y se fue con él. Pero lo detiene la multitud y lo demora el diálogo con la mujer que sufría flujo de sangre. Mientras el Evangelio transcurre en su relato de esta situación, podemos imaginar el nerviosismo de Jairo, para el cual cada minuto es importante.

 

Y precisamente en ese momento, llegan algunos enviados de su casa a decirle: «Tu hija ha muerto: ¿a qué molestar ya al maestro?». Queda clara la falta de fe de estos mensajeros. Aparentan preocupación por no incomodar a Jesús, pero en realidad, no creen que Jesús pueda hacer algo. Era comprensi­ble que Jairo, angustiado por la gravedad de su hijita, quisiera intentar todo mientras la niña vivía y quedaba alguna esperanza; pero ahora no tiene sentido seguir insistiendo, porque la niña está muerta. Nos gustaría poder penetrar en el ánimo de Jairo para saber si su fe traspasaba este lími­te; si creía que Jesús podía hacer algo aunque su hijita hubiera muerto; si era necesario seguir suplicando a Jesús; si seguía teniendo fe. Jesús se nos adelanta y dice al padre angustiado: «No temas; sólo ten fe». Llegan a la casa de Jairo y ya está en acto todo el aparato fúnebre. Al ver este espectáculo, Jesús dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». El que ha llegado es el mismo que ha dicho: «Yo soy la vida» (Jn 14,6).

 

Los pre­sentes opinan que Jesús está desubicado y se burlan de Él. Pero esa burla pronto se transformará en asombro y estupor. Cuando Jesús llega ante la niña, que yacía muerta, la toma de la mano y le ordena: «Talitá kum» (¡Muchacha, a ti te digo, levántate!). El hecho debió ser tan impresionante que los discípulos recordaban las palabras literales que Jesús había pronunciado en arameo y así nos las han transmitido. La niña se levantó y se puso a andar. Es comprensible que todos «quedaron fuera de sí, llenos de estupor». Jesús es el único que permanece sereno. Y también la niña. Mientras los demás no atinaban a nada, Jesús observa que, después de la larga enfermedad y de su consiguiente debili­dad, ahora ella está tan sana que necesi­ta alimentarse: «les dijo que le dieran de comer». ¡Hasta de esto se preocupó el Señor!

 

J «Hija, tu fe te ha salvado»

 

El episodio intermedio, el que causó la demora de Jesús es igualmente hermoso. Una mujer que desde hacía doce años perdía sangre continuamente y nada había podido sanarla habiendo gastado todos sus bienes en las dolorosas curaciones de ese tiempo[1]. Perdida toda fe en la medicina, la enferma halló su medicina en la fe: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Y de hecho se salva porque se encuentran las dos cosas que operan la salvación: el poder de Cristo y la fe de la mujer. ¿Por qué lo hace a escon­didas y no le pide a Jesús abiertamente que la cure, como hacen otros? Porque su enfermedad es vergonzosa y la hacía impura, con una impureza contagiosa. Según la ley «cuando una mujer tenga flujo de sangre... quedará impura mientras dure el flujo de su impu­re­za... Quien la toque será impuro hasta la tarde» (Lv 15,19.25).

 

Ella no vacila en tocar a Jesús; está segura de que Él no puede quedar impuro, porque Él es la fuente de toda pure­za. Cuando lo tocó, «inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal». Jesús percibió en ese instante «la fuerza (dynamis) que había salido de Él" y pregunta. "¿Quién me ha tocado los vestidos?"». ¡Todos le han tocado los vestidos! Por eso los apóstoles hacen notar lo absurdo de su pregunta: «Estás viendo que la gente te oprime y pre­guntas: ¿Quién me ha tocado?». Pero Jesús sabe lo que dice; quiere conocer a la mujer que ha demostrado tener una fe enorme en su poder sanador y reconciliador. La mujer «se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad».

 

Jesús al ponerla en evidencia no quiere avergonzarla, sino darle algo mayor que la salud: quiere que ella goce de una palabra suya, y no cualquier palabra sino esta palabra magnífica: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Es la única vez en todo el Evangelio en que Jesús llama a alguien «hija». Revela un profundo afecto por esta mujer, porque ella sufría y se sentía marginada por su enfermedad, y sobre todo, porque tenía una fe tan grande. Es que Jesús se deja impresio­nar por la fe de los hombres y cuando ve una fe grande no deja de expresar su admiración y de manifestar su poder salva­dor.

J «Dios no hizo la muerte»

 

La muerte no hacía parte del amoroso Plan de Dios y es consecuencia directa del pecado que entra en el mundo «por envidia del diablo» que tienta al hombre. San Pablo nos dice que «por el pecado entró la muerte» y «así alcanzó a todos los hombres» (Rm 5,12). Dios crea todo por amor y quiere compartirnos su eternidad. «Unid vuestro corazón a la eternidad de Dios y seréis eternos como Él», nos dice bellamente San Agustín. Las rupturas y los desórdenes actuales no son sino manifestación de esa primera ruptura fruto del orgullo y de la autosuficiencia. «Del orgullo de la desobediencia proviene la pena de la naturaleza» (San Agustín). Los hombres que viven de espaldas al amor de Dios dirán «la vida es corta y triste, no hay remedio en la muerte del hombre, ni se sabe de nadie que haya vuelto del Hades. Por azar llegamos a la existencia…al apagarse el cuerpo se volverá ceniza y el espíritu se desvanecerá como aire inconsistente» (Sb 2, 1-3).

 

La maligna tentación del inmanentismo materialista. ¡Qué lamentable  vigencia encontramos en estas palabras! Los que piensan de esa manera son aquellos «que los ciega su maldad, (que) no conocen los secretos de Dios, (que) no esperan recompensa por la santidad, ni creen en el premio de las almas intachables» (Sb 2, 21-22). Sin embargo nosotros creemos y sabemos que nuestro Señor Jesucristo nos ha abierto las puertas de la eternidad y que esta vida no es sino una preparación para la vida eterna. «Aunque el tiempo rige nuestras obras, la eternidad debe, sin embargo, hallarse en nuestra intención», dirá San Gregorio.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«La vida que el Hijo de Dios ha venido a dar a los hombres no se reduce a la mera existencia en el tiempo. La vida, que desde siempre está "en Él" y es "la luz de los hombres" (Jn 1, 4), consiste en ser engendrados por Dios y participar de la plenitud de su amor: "A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; el cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn 1, 12-13).

 

A veces Jesús llama esta vida, que El ha venido a dar, simplemente así: "la vida"; y presenta la generación por parte de Dios como condición necesaria para poder alcanzar el fin para el cual Dios ha creado al hombre: "El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios" (Jn 3, 3). El don de esta vida es el objetivo específico de la misión de Jesús: Él "es el que baja del cielo y da la vida al mundo" (Jn 6, 33), de modo que puede afirmar con toda verdad: "El que me siga... tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).

 

Otras veces Jesús habla de "vida eterna", donde el adjetivo no se refiere sólo a una perspectiva supratemporal. "Eterna" es la vida que Jesús promete y da, porque es participación plena de la vida del "Eterno". Todo el que cree en Jesús y entra en comunión con El tiene la vida eterna (cf. Jn 3, 15; 6, 40), ya que escucha de El las únicas palabras que revelan e infunden plenitud de vida en su existencia; son las "palabras de vida eterna" que Pedro reconoce en su confesión de fe: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). Jesús mismo explica después en qué consiste la vida eterna, dirigiéndose al Padre en la gran oración sacerdotal: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina.

 

Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. El creyente hace suyas las palabras del apóstol Juan: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 1-2).

 

Así alcanza su culmen la verdad cristiana sobre la vida. Su dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor. A la luz de esta verdad san Ireneo precisa y completa su exaltación del hombre: "el hombre que vive"» es " gloria de Dios", pero "la vida del hombre consiste en la visión de Dios" ».

 

Juan Pablo II. Encíclica Evangelium Vitae, 37-38.

 

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. Nada puede detener el poder salvador de Dios revelado en Jesucristo cuando es acogido con fe. Ni siquiera la muerte es obstá­culo, pues ella también es vencida por Cris­to. ¿Qué tan sólida es mi fe en Jesucristo? ¿Confío en el poder reconciliador de Jesús?

 

2. San Pablo nos recuerda que la verdadera riqueza provienen del Señor Jesús que «siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza». ¿Creo en estas palabras? ¿Cuál es mi riqueza? ¿Dónde está mi corazón?     

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 295. 356. 646. 1502-1505. 1006-1011.



[1] Ver el pasaje en el paralelo de San Lucas 8, 40 – 56. 

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lunes, 18 de junio de 2012

{Meditación Dominical} Natividad de San Juan Bautista «Pues ¿qué será este niño?»

Natividad de San Juan Bautista 

«Pues ¿qué será este niño?»

 

Lectura del profeta Isaías 49, 1-6

 

«¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahveh desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj[1] me guardó. Me dijo: "Tú eres mi siervo (Israel), en quien me gloriaré". Pues yo decía: "Por poco me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado. ¿De veras que Yahveh se ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?" Ahora, pues, dice Yahveh, el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a él, y que Israel se le una. Mas yo era glorificado a los ojos de Yahveh, mi Dios era mi fuerza. "Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra".»

 

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 13, 22-26

 

«Depuso a éste y les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: = He encontrado a David, = el hijo de Jesé, = un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera. = De la descendencia de éste, Dios, según la Promesa, ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús. Juan predicó como precursor, ante su venida, un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. Al final de su carrera, Juan decía: "Yo no soy el que vosotros os pensáis, sino mirad que viene detrás de mí aquel a quien no soy digno de desatar las sandalias de los pies." «Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros temen a Dios: a vosotros ha sido enviada esta  Palabra de salvación».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 1, 57- 66.80

 

«Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: "No; se ha de llamar Juan". Le decían: "No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre". Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre". Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: "Pues ¿qué será este niño?" Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Este año la  Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, cae en Domingo y la Iglesia la conserva en el «Día del Señor» dada la importancia de este santo y por su innegable vínculo con el misterio de Jesucristo. La lectura del profeta Isaías contiene la promesa hecha a David que su casa y su realeza será estable para siempre. Promesa que se realizó en Jesucristo pero que es aplicable a Juan Bautista, escogido ya desde el seno materno para «preparar los caminos los caminos del Señor». Hecho que resalta San Pablo en su predicación a los judíos en la sinagoga de Antioquia de Pisidia (Segunda Lectura). El Evangelio de esta Solemnidad nos recuerda el misterioso nacimiento del Bautista y la expectativa que se crea alrededor del hijo de Zacarías e Isabel.

 

 J «Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan»

Todo en la vida de Juan gira alrededor del misterio de Jesús. Ya desde mucho antes de la venida de Cristo, estaba anunciado en los profetas que él tendría un Precursor. Jesús mismo, refiriéndose a Juan, dice: «Este es de quien está escrito: 'He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino'» (Lc 7,27; cf. Ml 3,1). No se puede exponer el misterio de Cristo sin empezar por Juan. Cuando San Pedro predica en la casa de Cornelio, el centurión romano, dice: «Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo, cómo Dios a Jesús de Nazaret lo ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hch 10,37-38).

A menos que alguna circunstancia lo impida, la fiesta de los santos suele celebrarse en el día de su muerte. Los santos han alcanzado la perfección en el amor, y en el día de su muerte ellos nacen a la vida eterna y entran inmediatamente a la gloria celestial. La Iglesia celebra el día de su natalicio, pero no a esta tierra, sino al cielo. ¿Por qué, entonces, la fiesta de Juan el Bautista se celebra el día de su nacimiento a esta tierra? Porque él nació del seno de su madre, Santa Isabel, ya santificado. Así lo declara el ángel Gabriel que anunció su nacimiento: «Estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre» (Lc 1,15). La Iglesia celebra el nacimiento solamente de tres personas: Jesucristo nuestro Señor (25 de diciembre), la Virgen María (8 de septiembre) y Juan el Bautista (24 de junio). Con razón Jesús se refirió a él, diciendo: «Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan» (Lc 7,28).

La fiesta de San Juan el 24 de junio se origina en el Occidente desde el siglo IV; y su fecha se deduce por un simple cálculo. El día que el ángel Gabriel anunció a María el nacimiento de su hijo Jesús, le dijo: «También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril» (Lc 1,36). El hijo que Isabel esperaba es Juan. Él nació seis meses antes que Jesús. Si celebramos el nacimiento de Jesús el 24 de diciembre en la noche, el de Juan hay que celebrarlo el 24 de junio. La fiesta de San Juan, que marcaba el inicio de verano en el hemisferio norte, se celebraba con una serie de costumbres populares; entre las cuales se distinguía la «fogata de San Juan», que se conserva todavía en algunos países.   

J «Juan es su nombre»

El Evangelio de hoy nos relata los hechos que rodearon el milagroso nacimiento de Juan: «Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella». Debemos grabar estas palabras en nuestra mente, porque introducen y explican todo lo que sigue. El tema de este pasaje evangélico es el nombre que deberá ponerse a este niño: «Al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre, tomando la palabra, dijo: 'No; se ha de llamar Juan'». ¿Por qué lo decide la madre? Porque el padre estaba mudo, y, según se deduce, también sordo. Por eso, le preguntan, «por señas», cómo quería que el niño se llamase. Sigue el relato: «Él pidió una tablilla y escribió: 'Juan es su nombre'. Y todos quedaron admirados».

Los vecinos y parientes quedan admirados, porque ellos no saben lo que nosotros, leyendo el Evangelio de Lucas, hemos sabido: ese nombre se lo dio al niño el ángel Gabriel, que anunció a Zacarías su nacimiento. El ángel le dijo «Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan». Lo más lógico es que Zacarías lo haya comunicado a su mujer; probablemente, usando el mismo medio de la tablilla. Pero el acuerdo entre los esposos obedece también a otro motivo: al significado del nombre de Juan. Este nombre en hebreo suena así: Yehojanan. El prefijo «Yeho» corresponde al nombre divino: Yahweh; y el verbo hebreo «janan» (está en 3ª persona singular, tiempo pretérito perfecto) significa: tuvo misericordia, hizo gracia. El nombre de Juan significa, entonces: «El Señor tuvo misericordia». Y esto es precisamente lo que comentaban los vecinos y parientes: que el Señor había hecho a Isabel gran misericordia. El niño es una prueba de la misericordia de Dios; su nombre debía ser un reconocimiento de este hecho. Zacarías debió escribir en una tablilla, porque estaba mudo. Pero en ese momento «se abrió su boca y su lengua y hablaba bendiciendo a Dios». Podía soltarse ya su lengua porque lo anunciado a Zacarías por el ángel había sucedido y se había cumplido el plazo fijado: «Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Lc 1,20). En su alabanza Zacarías confirma el nombre del niño destacando dos veces la misericordia de Dios: «Ha hecho misericordia a nuestros padres, recordando su santa alianza... por las entrañas de misericordia de nuestro Dios hará que nos visite una Luz de los alto...» (Lc 1,72.78).

J «¿Qué será de este niño?»

Sólo nos queda comentar la reacción de los vecinos ante estos hechos. «En toda la montaña de Judea se comentaban estas cosas. Todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: '¿Qué será, pues, este niño?'. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él». Todos percibían que había algo de extraordinario en este niño, que hacía pensar en un destino superior, en algo aún no visto: ¿Qué irá a ser este niño? Tenían razón de pensar así, porque –observa el evangelista- «la mano de Dios estaba con él». Dondequiera que actúa la "mano de Dios", los efectos son sobrenaturales. La mano de Dios es expresión del poder de Dios, de la protección de Dios, del favor de Dios, de la conducción de Dios. Todo esto está expresado en la descripción que hace el ángel al anunciar el nacimiento de Juan: «Será grande ante el Señor... estará lleno del Espíritu Santo... irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías...» (Lc 1,15.17). Y Elías[2] era un profeta que, con su palabra, abría y cerraba el cielo y que hizo caer fuego del cielo para consumir el sacrificio ofrecido al Dios verdadero. Cuando el niño creció y llegó el momento de comenzar a desarrollar su misión, se verificó todo lo dicho sobre él. El pueblo estaba convencido de que Juan era un profeta y de que su bautismo era del cielo (ver Lc 20,4.6). Al celebrar hoy día su natividad, la Iglesia cumple lo anunciado por el ángel Gabriel: «Muchos se gozarán en su nacimiento» (Lc 1,14).

La figura y personalidad de San Juan Bautista se perfila a partir de su vocación como el último de los profetas del Antiguo Testamento y precursor de Cristo; de esta manera también se le considera el primero de los profetas del Nuevo Testamento. Nos dice San Agustín: «Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado».

J «Yahveh desde el seno me llamó…» 

El fragmento del libro del profeta Isaías versa sobre un misterioso «Siervo de Yahveh». Éste tiene que transmitir un inaudito mensaje de Dios e invita «las islas»  y a los «pueblos lejanos» a prestar atención. Se está refiriéndose a los países costeros del Mediterráneo como a todos los pueblos conocidos de entonces. Su condición es tan excepcional que, no ha sido elegido, como Moisés y otros profetas, durante su vida;  sino que «desde el seno materno» le ha llamado Yahveh a una misión más concreta y sublime, ya que por su misión hará que la salvación llegue hasta los confines de la tierra. Por su entrega total merecerá por antonomasia el nombre de «Siervo de Yahveh» y para ello Dios le dotará de cualidades excepcionales de predicador. Tal será la penetración de su palabra en los que lo escuchan que será como «espada cortante» (ver Hb 4,12) ya que su fuerza proviene de Dios. Su primera misión será «reconducir a los salvados de Yahveh», es decir los que han permanecido fieles a los designios de Dios, el resto fiel  (ver Is 10,20; Ez 6,12). Su aplicación a San Juan Bautista es evidente….   

  +  Una palabra del Santo Padre:

«Juan Bautista anuncia al Mesías-Cristo no sólo como el que « viene » por el Espíritu Santo, sino también como el que « lleva » el Espíritu Santo, como Jesús revelará mejor en el Cenáculo. Juan es aquí el eco fiel de las palabras de Isaías, que en el antiguo Profeta miraban al futuro, mientras que en su enseñanza a orillas del Jordán constituyen la introducción inmediata en la nueva realidad mesiánica. Juan no es solamente un profeta sino también un mensajero, es el precursor de Cristo. Lo que Juan anuncia se realiza a la vista de todos. Jesús de Nazaret va al Jordán para recibir también el bautismo de penitencia. Al ver que llega, Juan proclama: « He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo ». Dice esto por inspiración del Espíritu Santo, atestiguando el cumplimiento de la profecía de Isaías. Al mismo tiempo confiesa la fe en la misión redentora de Jesús de Nazaret. «Cordero de Dios» en boca de Juan Bautista es una expresión de la verdad sobre el Redentor, no menos significativa de la usada por Isaías: «Siervo del Señor». Así, por el testimonio de Juan en el Jordán, Jesús de Nazaret, rechazado por sus conciudadanos, es elevado ante Israel como Mesías, es decir « Ungido » con el Espíritu Santo. Y este testimonio es corroborado por otro testimonio de orden superior mencionado por los Sinópticos».

 

Juan Pablo II. Encíclica Dominum et Vivificantem,19.

 

 

'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1. El nacimiento del Bautista nos habla de la apertura al Plan de Dios. Esto nos enseña tanto Zacarías como Isabel. ¿Confío en lo que Dios quiere de mí? ¿Busco conocer y cumplir su Plan en mi vida?

 

2. La humildad de Juan el Bautista ante Jesús es realmente edificante. Leamos el bello Salmo 138 que nos habla de esta excepcional virtud.

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 523-524. 608. 717-720.

 

 



[1] Carcaj: del fr. ant. carcais, este del gr. tardío καρκσιον, cruce de ταρκσιον y el gr. καρχσιον, vaso de boca ancha, y este del persa tarkāš). m. aljaba. Especie de cuja pendiente de un tahalí, en que se mete el extremo del palo de la cruz cuando se lleva esta en procesión. Funda de cuero para el rifle.

[2]Elías (Yavheh es Dios).  El más reconocido profeta del siglo IX A.C. en Israel. Por su sobrenombre se cree que nació en Tisbe, en las montañas de Galaad. Su ministerio profético se narra en 1R 17-19; 21; 2 R 1-2. Su actividad pública comienza cuando enfrenta a Acab, rey de Israel, para anunciarle tres años de sequía. Por indicación divina, debió esconderse junto al arroyo de Querit y luego en la casa de una viuda en Sarepta, Fenicia. En ambos lugares fue alimentado milagrosamente: en el primero por cuervos, y en el segundo mediante una milagrosa provisión de harina y aceite durante la sequía. Dios se sirvió de él para resucitar al hijo de la viuda (ver 1R 17.2-24). En su segundo encuentro con Acab, concertado por medio de Abdías su mayordomo, Elías propuso la gran concentración de los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y cuatrocientos cincuenta de Asera, para demostrar delante de todo el pueblo quién era el verdadero Dios. Los falsos profetas fracasaron al invocar a sus dioses, pero Dios honró a su profeta y contestó su oración enviando fuego del cielo que consumió el holocausto y el altar de Yavheh que Elías construyó. Aclaman a Yavheh y Elías degüella a los profetas de Baal junto al arroyo de Cisón (ver 1R 18.1-46) y anuncia a Acab la llegada de la lluvia. Luego la reina Jezabel trama la muerte de Elías, quien huye al desierto donde, desalentado, desea la muerte. Un ángel alimenta al profeta y le fortalece para caminar durante cuarenta días hasta Horeb, el monte de Dios. Allí contempla la majestad de Dios en un silbo apacible y recibe una triple orden divina (ver 1R 19.1-17). Pasadas las guerras con Siria, e indignado por la traición conjurada por Jezabel contra Nabot para adueñarse de su viña, Elías vuelve a enfrentarse con Acab y le anuncia la sentencia que Dios decretó (ver 1R 21.17-24). Esta se cumple para Jezabel en 2R 9.30-37, pero es detenida por Acab, por haberse arrepentido, hasta el reinado de Ocazías, su hijo (1R 21.27-29; 2R 10.10-17). Ocozías, que recibe el anuncio de su muerte enviado por Elías, intenta arrestar al profeta tres veces. Fuego desciende del cielo y aniquila a los dos primeros y el capitán del tercer grupo pide clemencia. Elías perdona al tercer grupo y es conducido ante Ocozías, delante de quien confirma su mensaje de juicio (ver 2R 1). Eliseo, ya ungido como sucesor de Elías, no se aparta de este. A la vista de cincuenta de los hijos de los profetas, Elías divide las aguas del Jordán con su manto y ambos cruzan el río. Eliseo le pide "una doble porción" de su espíritu. Mientras hablan, un carro de fuego los separa; Elías sube al cielo en un torbellino y Eliseo recoge su manto (2 R 2.1-12).

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lunes, 11 de junio de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 11ª del Tiempo Común. Ciclo B. «El Reino de Dios es como un grano de mostaza»

Domingo de la Semana 11ª del Tiempo Común.  Ciclo B

«El Reino de Dios es como un grano de mostaza» 

 

Lectura de profeta Ezequiel 17, 22-24

 

« Así dice el Señor Yahveh: También yo tomaré de la copa del alto cedro, de la punta de sus ramas escogeré un ramo y lo plantaré yo mismo en una montaña elevada y excelsa: en la alta montaña de Israel lo plantaré. Echará ramaje y producirá fruto, y se hará un cedro magnífico. Debajo de él habitarán toda clase de pájaros, toda clase de aves morarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo, Yahveh, humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde, hago secarse al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, Yahveh, he hablado y lo haré».

 

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios 5, 6-10

 

«Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión...Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle. Porque es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 4, 26-34

 

«También decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega".

 

Decía también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra". Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

El Reino de los Cielos marca la pauta en las lecturas dominicales. Siendo el mensaje principal en la predicación de Jesús. Él ha venido a  inaugurar el Reino de los Cielos. Pero ¿qué es este Reino? San Marcos nos pondrá dos figuras que el Señor Jesús utiliza para describir y hacer entender a sus oyentes de qué estaba hablando. Con metáforas agrícolas – el grano de trigo y el grano de la mostaza – los seguidores del Maestro comienzan a percibir que los parámetros del Antiguo Testamento se ven sobrepasados. En la Primera Lectura, el profeta Ezequiel nos dejará la figura del ramo que, plantado por Dios, se convertirá en un cedro magnífico. Finalmente San Pablo nos exhorta a vivir con una mirada fija en el futuro, de manera tal que sopesemos nuestro actos a la luz del juicio final que se dará cuando se instaure de manera definitiva el Reino de Dios.  

 

 

J El primero de todos

 

El Evangelio de San Marcos, tal como lo tenemos hoy, es considerado el más antiguo de los Evangelios.  Para cualquier lector atento de los Evangelios es evidente que entre los tres primeros Evangelios – San Mateo, San Marcos y San Lucas- hay muchos episodios paralelos que tienen notables semejanzas, incluso de vocabula­rio. Esto es lo que permite ponerlos en columnas paralelas de manera que puedan percibirse con una sola mirada; en una «sinopsis». Por este motivo a estos tres Evangelios se les llama «Evange­lios sinópticos».

 

Examinando los episodios paralelos resulta evidente que existe dependencia entre ellos. Rige aquí el principio de Santo Tomás de Aquino: «Es necesario que en aquellas cosas que son semejantes, una sea causa de otra o que todas procedan de una sola causa». Puede demostrarse fácilmente que San Mateo y San Lucas son independientes. En efec­to, si San Lucas hubiera conocido el Evangelio de San Mateo sería impensable que hubie­ra desar­ticulado el Sermón de la Montaña, por ejemplo, y que hubiera dejado fuera de su Evangelio, la parábola de las diez vírgenes necias y prudentes, y la parábola del juicio final, que son textos propios del Evangelio de San Mateo. Por su parte, tampoco es posible concluir que San Mateo haya conocido el Evangelio de San Lucas, porque, en este caso habría debido prescindir del así llamado «Evangelio de la infan­cia» de San Lucas con los episodios de la Anunciación, de la Visita­ción, del Naci­miento de Jesús, y habría tenido que desesti­mar las magní­ficas parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano, que aparecen sólo en Lucas.

 

Resta entonces la única conclusión posible para explicar las semejanzas entre los tres Evangelios sinópti­cos: que tanto San Mateo como San Lucas dependan de San Marcos, es decir, que ambos evangelistas, al escribir sus respectivos Evangelios, hayan tenido ante los ojos el Evangelio de San Marcos y lo hayan empleado como fuente. Esto significa que el Evangelio de San Marcos es el más antiguo y original -como hemos afirmado más arriba- y es el único que en un momento existió sólo.

 

Podemos concluir entonces que fue San Marcos el creador el género literario llamado «evangelio», que luego fue adoptado por todos los demás. Este género consiste en la revelación progresiva de la identidad de Jesús de Nazaret a través de un relato de su vida, predicación y milagros, de la hosti­lidad creciente de las autoridades judías, de su pasión y muerte en la cruz y de su resurrec­ción de entre los muertos. Cuando escribió su Evangelio, San Marcos pretendía dar una respuesta completa a la pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret? En nuestra lectura de este Evangelio, que es el que se lee en la liturgia durante este año B, estamos procurando encontrar esa respuesta.

 

J El ramo plantado en la montaña

 

Hemos dicho que la Primera Lectura tiene relación con el Evangelio. En efecto, la lectura del profeta Ezequiel (17,22-24) se dirige al pueblo en el exilio de Babilonia y anuncia que Dios tomará de la punta de un alto cedro un ramo que plantará en la montaña de Israel. Echará ramas y se convertirá en un cedro magnífico en cuya ramas habitará toda clase de pájaros. El profeta veía el futuro de Is­rael. Pero Dios veía mucho más allá. Jesús le da su pleno sentido, anunciando el desarrollo impresionante de la Iglesia, cuya realidad es precisamente hacer presente en el mundo el Reino de Dios.

 

J ¿Qué es el Reino de Dios?

 

En el Evangelio de hoy Jesús explica el misterio del Reino de Dios mediante dos parábolas: el Reino de Dios es como un grano de trigo echado en la tierra, que brota y crece hasta que, sin saber cómo, llega a ser trigo abun­dante; el Reino de Dios es como un grano de mostaza, que siendo la más pequeña de las semillas, crece hasta hacerse la mayor de las hortalizas, de modo que las aves del cielo anidan en sus ramas.

 

Las parábolas del trigo que crece indefectiblemente y del grano de mostaza que crece hasta un árbol magnífico, destacan el crecimiento del Reino de Dios en el mundo. Jesús extiende su mirada hacia el futuro y ve que, a pesar de la modestia de los orígenes, la Iglesia crecerá y llenará el mundo. Sólo dentro de la Iglesia de Cristo tenemos expe­riencia del Reino de Dios.

 

Si nos preguntamos: ¿Qué es el Reino de Dios?, nos responde el Santo Padre en su encíclica sobre las misiones: «El Reino de Dios no es un concepto, no es una doctrina, no es un programa sujeto a libre elaboración; el Reino de Dios es ante todo una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible»[1].  Por eso es que se puede encontrar sólo dentro de la Iglesia. Es que «la luz de los pueblos, que es Cristo, resplan­dece sobre la faz de la Iglesia», como leemos en la Lumen Gentium.

 

Las parábolas del crecimiento del Reino de Dios deberían ser suficientes para comprender que Jesucristo es el Señor de la historia. No es necesario tener fe para entender que aquí hay una auténtica profecía. Esta ense­ñanza fue propuesta por Jesús alrededor del año 30 de nuestra era y fue registrada por escrito en el Evangelio de San Marcos no después del año 70 (en realidad, mucho an­tes). A la luz del desarrollo posterior y de la situación actual del cristianismo en el mundo, cualquier persona inteligente debe reconocer que Jesús fue de una clarivi­dencia extraordinaria. Él anunció este desarrollo de su Iglesia cuando nada hacía preverlo y cuando nadie lo habría imaginado. Al contrario, todo hacía suponer que ese movimiento había sido sofocado con la muerte de Jesús en la cruz.

 

Tal vez la opinión más sensata haya sido la del Rabino Gamaliel. En un momento en que los seguidores de Jesús eran un minúsculo grupo, aconsejó al tribunal judío: «'Desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destrui­rá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra Dios'. Todos aceptaron su parecer» (Hch 5,38-39). La historia ha registrado numero­sos episodios de persecución; pero no han conseguido destruir la Iglesia. Los hombres sensatos de hoy tienen más elementos para concluir que la Iglesia es obra de Dios y que Él la conduce y gobierna. ¡Ojalá nadie se encuentre luchando contra Dios!

           

  +  Una palabra del Santo Padre:

 

«Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Después de haber recibido el Espíritu Santo en el bautismo, manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea proclamando "la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 14-15; cf. Mt 4, 17; Lc 4, 43). La proclamación y la instauración del Reino de Dios son el objeto de su misión: "Porque a esto he sido enviado" (Lc 4, 43). Pero hay algo más: Jesús en persona es la "Buena Nueva", como Él mismo afirma al comienzo de su misión en la sinagoga de Nazaret, aplicándose las palabras de Isaías relativas al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor (cf. Lc. 4, 14-21). Al ser Él la "Buena Nueva", existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el secreto de la eficacia de su acción consiste en la identificación total con el mensaje que anuncia; proclama la "Buena Nueva" no sólo con lo que dice o hace, sino también con lo que es.

 

El ministerio de Jesús se describe en el contexto de los viajes por su tierra. La perspectiva de la misión antes de la Pascua se centra en Israel; sin embargo, Jesús nos ofrece un elemento nuevo de capital importancia. La realidad escatológica no se aplaza hasta un fin remoto del mundo, sino que se hace próxima y comienza a cumplirse. "El Reino de Dios está cerca" (Mc 1, 15); se ora para que venga (cf. Mt 6, 10); la fe lo ve ya presente en los signos, como los milagros (cf. Mt 11, 4-5), los exorcismos (cf. Mt 12, 25-28), la elección de los Doce (cf. Mc 3, 13-19), el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf. Lc 4, 18). En los encuentros de Jesús con los paganos se ve con claridad que la entrada en el Reino acaece mediante la fe y la conversión (cf. Mc 1, 15) Y no por la mera pertenencia étnica.

 

El Reino que inaugura Jesús es el Reino de Dios; Él mismo nos revela quién es este Dios al que llama con el término familiar "Abba", Padre (Mc 14, 36). El Dios revelado sobre todo en las parábolas (cf. Lc 15, 3-32; Mt 20, 1-16) es sensible a las necesidades, a los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas.

 

San Juan nos dice que "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16). Todo hombre, por tanto, es invitado a "convertirse" y "creer" en el amor misericordioso de Dios por él; el Reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a un Padre en la intimidad de la oración (cf. Lc 11, 2; Mt 23, 9), y se esfuerce en cumplir su voluntad (cf. Mt 7, 21)».

 

Juan Pablo II. Encíclica Redemptoris Missio, 13.

 

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. El Reino de Dios es Jesús mismo que viene a nosotros. ¿Cómo es mi relación personal con Jesús? ¿Qué puedo hacer para que mejore y sea más cercana?

 

2. San Pablo  nos pide algo que es aparentemente muy sencillo: "estad de buen ánimo". ¿Cómo es mi ánimo? ¿Tengo esa visión de eternidad que estoy llamado a tener? 

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 541- 556. 567. 680. 2046.



[1] Juan Pablo II. Encíclica Redemptoris missio, 18. 

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martes, 5 de junio de 2012

{Meditación Dominical} Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo B. «Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre»

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo B

«Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre»

 

Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8

«Vino, pues, Moisés y refirió al pueblo todas las palabras de Yahveh y todas sus normas. Y todo el pueblo respondió  a una voz: "Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Yahveh". Entonces escribió Moisés todas las palabras de Yahveh; y, levantándose de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel.

 

Luego mandó a algunos jóvenes, de los israelitas, que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahveh. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh". Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: "Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras"».

 

Lectura de la carta a los Hebreos 9,11-15

«Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna.

 

Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! Por eso es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones  de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida».

           

Lectura del Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22- 26

 

«El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?" Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para  nosotros".  

 

Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se los dio y dijo: "Tomad, este es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios". Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

           

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

El tema central que nos ocupa en esta solemnidad del Corpus Christi es la Alianza de Dios con los hombres. El pacto de Dios con el pueblo de Israel queda sellado en el Sinaí, por mediación de Moisés, con la sangre de los animales (Primera Lectura). La nueva Alianza se sella también con la sangre de la víctima; pero aquí quien se ofrece es Jesucristo, sumo Sacerdote y Mediador (Segunda Lectura).

 

En la Última Cena, Cristo anticipa sacramentalmente su oblación, y establece, por medio de su Cuerpo y de su Sangre, la nueva y definitiva Alianza;  aquella que nos revela el rostro misericordioso de Dios y la salvación del género humano (Evangelio).

 

K ¿Cuándo comenzó la fiesta del Corpus?

 

La fiesta del Corpus Christi se celebró por primera vez en la diócesis de Lieja, Bélgica (1246); y entró en el misal romano para la Iglesia universal en el mismo siglo XIII, con el esquema litúrgico de Santo Tomás de Aquino. La causa inmediata que determinó a Urbano IV en 1246 establecer oficialmente esta fiesta fue un hecho extraordinario ocurrido en 1263 en Orvieto, Italia, cerca de Bolsena, donde se encontraba el Papa ocasionalmente. Sucedió que un sacerdote, con fuertes dudas sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía, mientras celebraba la Santa Misa, vio caer de la Hostia consagrada borbotones de sangre que tiñeron de rojo el corporal que actualmente se venera en la bellísima catedral de Orvieto que fue construida especialmente para este fin. 

 

J  La Alianza del Sinaí


El texto del Éxodo es particularmente importante porque formaliza de modo solemne la alianza entre Dios y su pueblo. En realidad, la historia de la alianza se confunde con la historia de la salvación. Esta alianza ya existía antes de que fuera consagrada en el Sinaí. Recordemos que ya había sido prometida a Noé después del diluvio: «Pero contigo estableceré mi alianza» (Ver Gen 6,18; 9,9-17), y había sido concertada con Abraham de manera solemne: «Aquel día firmó Yahveh una Alianza con Abraham» (Ver Gen 15,18; 17,2-21). Dios ya había obrado maravillas en favor del pueblo de Israel y lo había liberado de la esclavitud de Egipto.

 

Sin embargo, es en el Sinaí donde el pueblo acepta la alianza y se compromete a obedecerla de modo solemne. El Señor lo conduce al desierto y lo lleva a la montaña para concluir su pacto. La iniciativa siempre es de Dios. Moisés, el mediador, hace lectura ante el pueblo de la ley (los mandamientos) que son el contenido de la alianza que el Señor establece con su pueblo. El pueblo, por su parte, se compromete a observar todo aquello que le manda el Señor.   

 

Moisés se levanta temprano erige un altar con las doce piedras que simbolizan las doce tribus de Israel. Se ofrecen los sacrificios y se vierte la sangre de las víctimas sobre el altar y se rocía al pueblo. Conviene comprender bien el alcance de este rito. La inmolación de una víctima podía ser de dos formas: el holocausto, es decir, la víctima era totalmente consumida por el fuego; y el sacrificio pacífico o de comunión en el que la víctima sacrificada se dividía en dos, una se ofrecía a Yahveh y la otra la consumía el oferente. En el Sinaí tienen lugar los dos sacrificios. Con el holocausto se establecía, por una parte, la primacía de Dios sobre todo lo creado; con el sacrificio pacífico, por otra, se establecía la comunión que el hombre tenía con Dios por medio de la participación de la ofrenda.

 

Conviene indicar que el rito de la sangre, que nos puede parecer extraño y causar repulsa, tiene un significado muy positivo. Los antiguos pensaban que en la sangre estaba la vida. Dar la sangre equivalía a dar la vida. Así, cuando la víctima es sacrificada -se ofrece la víctima a Dios-, Dios responde dando la vida. El sacrificio, implica ciertamente una oblación, una muerte, pero su contenido más profundo es dar la vida. El rito de la aspersión de la sangre significa, por tanto, la respuesta de Dios al sacrificio que se ha ofrecido y al compromiso del pueblo de observar los mandamientos: Dios responde comunicando la vida.

 

J La Nueva Alianza


La alianza del Sinaí encuentra su culminación y perfección en la nueva alianza que Dios establece con los hombres por medio de su Hijo Jesucristo. La carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo sacerdote, aquel que ofrece el sacrificio perfecto. Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros. La alianza ha llegado a su máxima expresión. Ya no es la sangre de animales la que ofrece el sacerdote en el «santo de los santos»[1], ahora es la sangre misma de Cristo, sumo sacerdote, la que se ofrece. Jesús, el Verbo Encarnado, habiendo muerto y resucitado ha entrado de una vez para siempre en el santuario del cielo y está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos en adopción.

 

J La institución de la Alianza definitiva


En la Última Cena se anticipa sacramentalmente el sacrificio de Cristo en la cruz que será el ofrecimiento definitivo y fundará la alianza definitiva. La sangre que Cristo ofrece en el cáliz es la sangre de la alianza que será derramada por muchos, es decir, en lenguaje semítico, por todos. En esta cena se evoca la liberación de Egipto y la estipulación de la alianza del Sinaí. Esta alianza no era entre «dos partes iguales». Dios mismo se comprometía en favor de su pueblo. El pueblo, por su parte, se comprometía a observar los mandamientos. Con la sangre de Cristo se establece la nueva y definitiva alianza. En su sangre, en el don de su vida, se manifiesta el amor del Padre por el mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

 

Por medio de esta sangre los hombres son liberados de la esclavitud del pecado, absueltos de sus culpas y reconciliados con el Padre. Dios se compromete a manifestar siempre su amor, su «hesed» (misericordia). Ahora el hombre tiene abierto el camino de la conversión y de la vida eterna. En el sacramento de la Eucaristía Jesús no solamente se queda con sus discípulos, sino que funda con ellos su comunión con Dios. Esto nos recuerda un hermoso texto del famoso libro «Imitación de Cristo» de Tomas de Kempis: «La comunión aparta del mal y reafirma en el bien; si ahora que comulgo o celebro tus misterios con tanta frecuencia soy negligente y desanimado ¿qué pasaría si no recibiera este tónico y no acudiera a tan gran ayuda?».

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«El manjar eucarístico contie­ne, como todos saben, «verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la san­gre, junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo» (Trento, 13-1). No es, pues, de admirar que la Iglesia, ya desde sus principios, haya adorado el cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, como se ve por los mismos ritos del augusto sacrificio, en los cuales se manda a los ministros sagrados que, de rodillas, o con reverencias profundas, adoren al Santísimo Sacramento. Los sagrados concilios ense­ñan que, por tradición, la Iglesia, des­de sus comienzos, venera «con una sola adoración al Verbo de Dios encarnado y a su propia carne» (Constantinopla II y otros); y San Agustín afirma: «Nadie coma aquella carne sin antes adorarla», añadiendo que no sólo no pecamos adorándola, sino que pecamos no adorándola (Enarrat. in Psalm. 97,9).

 

De estos principios doctrinales nació el culto eucarístico de adoración, el cual poco a poco fue creciendo como cosa distinta del sacrificio. La conser­vación de las sagradas especies para los enfermos y para cuantos estuviesen en peligro de muerte trajo consigo la lau­dable costumbre de adorar este celes­tial alimento reservado en los tem­plos. Este culto de adoración se apoya en una razón seria y sólida, ya que la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento, y se distingue de los de­más en que no sólo engendra la gracia, sino que encierra de un modo estable al mismo autor de ella. Cuando, pues, la Iglesia nos manda adorar a Cristo escondido bajo los velos eucarísticos y pedirle los dones espirituales y tempo­rales que en todo tiempo necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree que su divino Esposo está bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de su ín­tima familiaridad».

 

Pío XII. Encíclica Mediator Dei et hominum. 20 de noviembre de 1947.

 

J Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. ¿Cómo vivo mi relación con el Santísimo Sacramento?¿Me doy el tiempo para visitarlo a lo largo de la semana o me digo a mí mismo que no me alcanza el tiempo?

 

2. ¿Voy con mi familia a misa los Domingos? ¿Soy ejemplo para ellos?¿Soy constante?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1356 – 1405.



[1] Santo de los santos: era el lugar más recóndito que existía en el Templo de Jerusalén, detrás del santo (área contigua) y separado de éste por un velo. Originalmente contendía el altar de oro para el incienso y el Arca de la Alianza con el maná, la vara de Aarón (hermano mayor de Moisés que es asignado para hablar en su lugar. Será el primer Sumo Sacerdote y sus hijos la familia sacerdotal) y las tablas de la ley. Desde antes de su desaparición, el arca de la alianza ya estaba vacía. Constituía el lugar por excelencia de la presencia divina, y sólo entraba en ella el Sumo Sacerdote una vez al año el día de la expiación (Yom Kippur de los judíos. Se celebraba un sacrificio de expiación y se extendía las manos sobre un cabrito simbolizando que sobre él iban nuestros pecados. Luego era conducido al desierto. Era el chivo expiatorio o chivo emisario).  

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