Les adelanto las meditaciones Bíblicas del domingo 20 de enero ya que estaré en mis Ejercicios Espirituales anuales. Rezaré por sus intenciones. Rafael
Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C
«Haced lo que él os diga»
Lectura del libro del profeta Isaías 62,1-5
«Por amor de Sión no he de callar, por amor de Jerusalén no he de estar quedo, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación brille como antorcha. Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria, y te llamarán con un nombre nuevo que la boca de Yahveh declarará. Serás corona de adorno en la mano de Yahveh, y tiara real en la palma de tu Dios. No se dirá de ti jamás «Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada». Porque Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios».
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 12, 4-11
«Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad».
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 2,1-11
«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.»
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos».
& Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
El tiempo litúrgico de Navidad concluye con la solemnidad del Bautismo del Señor que celebramos el lunes después de la Solemnidad de la Epifanía del Señor. Este año litúrgico (ciclo C) corresponde leer en forma continuada el Evangelio de San Lucas. Sin embargo en el segundo Domingo del tiempo ordinario, en los tres ciclos litúrgicos, se toma respectivamente una parte de la llamada «semana inaugural» del Evangelio de San Juan (Jn 1,19-2,12). En el ciclo C leemos el relato de la boda de Caná, que ocurrió el último día de esa semana. Vemos también la figura de la boda en el relato de Isaías donde Jerusalén ya no será llamada «Abandonada» ni «Devastada», sino ahora será llamada «Desposada» y su tierra tendrá un esposo que será Dios mismo (Primera Lectura). La comunidad cristiana, esposa de Jesucristo, goza de una serie de carismas, de ministerios que el Espíritu derrama sobre ella para ponerlos al servicio de todos (Segunda Lectura).
J El banquete de bodas
Según la tradición judía la boda se celebraba cuando el novio ya tenía listo el nuevo hogar. Acompañado de sus amigos, el novio se dirigía al anochecer a la casa de la novia. Que estaba esperándolo, cubierta con un velo y con un vestido de novia. La joven llevaba las joyas que el novio le había regalado. En una sencilla ceremonia, se quitaba el velo y lo depositaba en el hombro del novio. El novio, acompañado de su mejor amigo, iba con la novia a su nueva casa para celebrar las fiestas de las bodas que solían durar siete días. Los elementos importantes eran los bailes y el vino «que alegra el corazón del hombre». El Talmud[1] dice que: «donde no hay vino no hay alegría».
El pasaje que leemos en el Evangelio de San Juan se desarrolla en la aldea de Caná. No se sabe si se trata del actual Kefr-Kenna, ubicado a unos 6 Km. noreste de Nazaret, en el camino a Tiberíades, o de lo que hoy son las ruinas de Kana-al Djelil o Kibert Kana, situada a más del doble de distancia de Nazaret hacia el norte. El Señor acude a Caná donde ya estaba su Madre y le acompañan algunos discípulos de Juan: Andrés, Simón, Felipe y Natanael. María ya se encontraba allí, y Jesús acude también como invitado. La ocasión para la manifestación del milagro y del misterio es una boda de aldea, aparentemente sin mayor trascendencia. Es la primera semana de la vida pública del Señor Jesús que es detalladamente descrita, casi día por día, por San Juan: su bautizo, manifestación clara del Espíritu Santo; la elección de los primeros discípulos; la hermosa confesión de fe de Natanael, sumada a la de Juan. Todos estos acontecimientos, reciben una magnífica culminación en el episodio de las bodas de Caná.
J «En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus signos»
Podríamos tener una aproximación superficial al Evangelio dominical ya que parece un hecho muy simple; pero, como todo el Evangelio de San Juan, tiene una profundidad inmensa. Allí se insinúa un misterio, se lo siente palpitar en cada palabra, se vela y se revela. San Juan no llama a este hecho un «milagro», como a menudo se traduce, sino un «signo». El episodio concluye: «En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus signos». Habría que preguntarnos: ¿es un signo de qué? ¿Quiere decir que hay que buscar un sentido ulterior? Precisamente. Pero encontrarlo no es tarea fácil y tanto menos explicarlo. Orígenes (siglo III) da un criterio de interpretación que es necesario tener en cuenta: «Nadie puede comprender el significado del Evangelio de Juan si no ha apoyado la cabeza en el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre».Ya hemos visto la importancia de una fiesta de boda, sin embargo el esposo es mencionado apenas de modo indirecto y la esposa no aparece en absoluto. A medida que el relato procede el que ocupa toda la escena es Jesús.
Lo que el relato quiere insinuar es que Jesús es el verdadero esposo, como lo declara el mismo Juan Bautista: «El que posee a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo que está presente y lo escucha, exulta de gozo a la voz del esposo. Ahora mi alegría ha llegado a plenitud» (Jn 3,29). Ésta es la clave de la lectura de las bodas de Caná. El que lee este Evangelio, en realidad, está escuchando la voz del esposo y como verdadero «amigo del esposo» exulta de gozo. Sabemos que Jesús llamó a sus discípulos no con el nombre de «siervos» sino con el de «amigos».
Veamos ahora algunos detalles importantes del milagro. Su madre María da a los sirvientes esta instrucción: «Haced lo que Él os diga». Y Jesús formula dos órdenes: «Llenad las tinajas de agua». Después que los sirvientes las llenan hasta arriba, agrega: «Sacadlo y llevadlo al maestresala». El Evangelio dice que se trataba de seis tinajas de dos o tres medidas cada una. Es una estimación; supongamos que hayan sido dos y media medidas. Siendo la medida (metretés) un volumen aproximado de 40 litros, quiere decir que cada tinaja era de cien litros. Llenar las seis tinajas significaba mover 600 litros de agua. Fue un trabajo arduo.
Pero además fue mucho vino. ¿Para qué tanto? El vino abundante y bueno, como ciertamente fue el resultado del milagro, representa el gozo de los tiempos mesiánicos. En el tiempo precedente, antes de la intervención de Jesús, el vino era escaso y de mala calidad. Dos vinos distintos indican dos tiempos marcadamente distintos. ¡El contraste es así evidente! Las órdenes dadas por Jesús están dirigidas a los sirvientes. Ante el agua que llena las tinajas no hace ningún gesto, ni pronuncia ninguna fórmula de bendición; sólo dice: «Llevadlo al maestresala». Bastó su divina presencia para que el agua se convirtiera en vino.
J «Haced lo que Él os diga…»
Es fundamental en este episodio la intervención de María. En primer lugar ella aparece interesada en todos los detalles que afectan al hombre aunque puedan parecer secundarios. Así «se manifiesta una nueva maternidad de María, según el espíritu y no sólo según la carne, es decir, la solicitud de María por los hombres, su ayuda en sus necesidades, en la vasta gama de sus carencias e indigencias»[2]. Solamente ella advierte que la alianza nupcial estaba fracasando y solicita la intervención de Jesús: «No tienen vino». La respuesta que Jesús le da es una de las expresiones más difíciles de explicar del Evangelio: «¿Qué a mí y a ti, mujer?». Ésta es una expresión idiomática hebrea que se repite a menudo en el Antiguo Testamento. Se usa para poner en cuestión la relación entre personas. Lo que Jesús quiere decir es que, si hasta ahora su relación con su madre era de sujeción - «estaba sujeto a ellos» (Lc 2,51)-, ahora esa relación debe cambiar y en adelante es ella quien debe estar sujeta a Él en todo.
Desde esta hora Jesús, que tiene el rol del esposo, toma toda iniciativa en el establecimiento de la Nueva Alianza. Jesús termina diciendo: «Aún no ha llegado mi hora». No era aún la hora de su manifestación al mundo. Y, sin embargo, hace el milagro y «manifiesta su gloria». Es que Dios había dispuesto que su hora llegase después de esta súplica de María: «No tienen vino».
Millones de años esperando la revelación del Mesías se completaron por obra de María. Su poder de intercesión es inmenso. Finalmente, María nos da un bello ejemplo de total confianza en el poder de su Amado Hijo. Se vuelve a Él porque sabe que Él puede resolver el problema. Y aún después de la respuesta de Jesús sigue confiando: «Haced lo que Él os diga». La fe de María es la que obtuvo el desenlace final: «Jesús manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos».
J «Se casará contigo tu Edificador»
El libro del profeta Isaías (vivió alrededor del siglo VIII a.C.) es uno de los más impresionantes libros del Antiguo Testamento. Describe, a lo largo de su extenso libro, el poder de Dios y la esperanza para su pueblo elegido. Su vocación la encontramos en el capítulo sexto y profetizará por más de 40 años. En los capítulos finales de su libro, dirigido a los judíos que estaban en Jerusalén durante el destierro, anuncia un mensaje de consolación para el pueblo: se reconstruirá la ciudad y el Templo; los extranjeros garantizarán las necesidades materiales de Israel que se convertirá en un pueblo de sacerdotes (Is 61, 5-7). Dios mismo tomará la iniciativa y establecerá una alianza eterna (Is 61, 8-9). Alianza que tendrá su ápice en la figura del desposorio con Dios: el triunfo de Jerusalén será convertirse en la esposa de Yahveh sellando así la alianza hecha.
+ Una palabra del Santo Padre:
«Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (.), movida por la compasión, consiguió intercediendo ante Él el primero de los milagros de Jesús, el Mesías (cf. Jn 2, 1‑11)» (Lumen gentium, 58). Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante. La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige a María (cf. Jn 2, 4), no contradice esta intención de Jesús, pues no encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26). Según algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como la nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.
El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico. A algunos la petición de María les parece desproporcionada porque subordina a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías.
A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre muestra la superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El término griego archn, que se traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Palabra» (Jn 1, 1).
Esta significativa coincidencia nos lleva a establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en la eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en su misión terrena. El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.
En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales (cf. Mc 7, 1‑15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad».
Juan Pablo II. Catequesis del miércoles 5 de marzo de 1997.
' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Acudamos diariamente a María para que ella nos ayude y enseñe a decir en los momentos difíciles de nuestra vida: «Haced lo que Él os diga».
2. ¿Cuáles son los dones que Dios me ha dado y que debo de poner al servicio de la comunidad? ¿Los conozco?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494- 495. 502- 511.
[1] El Talmud (התלמוד) es una obra que recoge las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias. El Talmud se caracteriza por preservar la multiplicidad de opiniones a través de un estilo de escritura asociativo, mayormente en forma de preguntas, producto de un proceso de escritura grupal a veces contradictorio. Más que de un único Talmud se puede hablar de dos: el Talmud de Jerusalén (Talmud Ierushalmi), que se redactó en la recién creada provincia romana llamada Palestina, y el Talmud de Babilonia (Talmud Bavli), que fue redactado en la región de Babilonia (Iraq). Ambos fueron redactados a lo largo de varios siglos por generaciones de rabinos de las dos Academias Talmúdicas.
[2] Juan Pablo II. Encíclica Redemptoris mater, 21.
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