lunes, 26 de marzo de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de Ramos. Ciclo B«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»

.Domingo de Ramos. Ciclo B

«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 11, 1- 10 

 

«Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de  sus discípulos, diciéndoles: "Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os dice: ¿Por qué hacéis eso?, decid: El Señor lo necesita, y que lo devolverá enseguida". Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: "¿Qué hacéis desatando el pollino?" Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron.

 

Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!"».

 

Lectura del libro del profeta Isaías 50, 4 - 7

 

«El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos; el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que arrancaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado».

           

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses 2, 6- 11

 

«El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó  y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús - toda rodilla se doble - en los cielos, en la tierra y en los abismos, - y toda lengua confiese - que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre».

           

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14,1-15, 47

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

La Iglesia recuerda la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén y da inicio así a la Semana Santa. El Evangelio de este Domingo se puede decir que es doble ya que por un lado, al inicio de la Misa, se lee la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acompañado por la multitud que lo aclama con ramos de olivos en la mano; y por otro lado, durante la liturgia de la Palabra, se proclama la lectura de la Pasión y Muerte según el Evangelio de San Marcos. Del mismo modo que en las lecturas dominicales de la Cuaresma, la perícopa evangélica es la que marca la pauta y el tema del día; el tema del sufrimiento del Reconciliador estará presente en todas las lecturas; a excepción de la antífona de entrada que explota en el jubiloso grito mesiánico del « ¡aleluya!»

 

La lectura veterotestamentaria, sacada del tercer cántico del Siervo de Yavheh del profeta Isaías; nos habla de la obediencia sufridora del «Siervo de Dios», y desemboca en el Salmo Responsorial, con los versículos sacados del Salmo 21: «¿Dios mío, Dios mío; porqué me has abandonado?».San Pablo en su carta a los Filipenses relata, en uno de los más antiguos himnos cristológicos, el movimiento kenótico[1]- ascensional que marcará toda la vida y misión de Nuestro Señor Jesucristo; y que encontrará su plenitud en su Pasión - Muerte - Resurrección. Jesús se hace obedece obediente hasta la muerte y muerte de Cruz.     

 

J Domingo de Ramos en la Pasión

 

El sexto Domingo de Cuaresma o Domingo de Ramos en la Pasión ocupa un lugar muy importante en los cuarenta días previos. Por el título ya sabemos que se refiere a dos aspectos fundamentales que se funden en una sola conmemoración: la entrada de Jesús en Jerusalén y la conmemoración de la Pasión. Sabemos por el relato de la famosa peregrina Eteria[2] que los cristianos de Jerusalén, en los inicios del siglo V, se reunían en el monte de los Olivos en las primeras horas de la tarde, para una larga liturgia de la Palabra; en seguida, al caer ya la noche, se dirigían a la ciudad de Jerusalén, llevando ramos de palmera o de olivo en las manos.

 

Esta costumbre fue asumida primero en las Iglesias Orientales pasando luego al Occidente (por España y las Galias) pero sin procesión. En esas regiones se entregaba en este Domingo el Símbolo de la Fe (el Credo) y se ungía a los catecúmenos leyéndose el Evangelio de San Juan 12, 1-11 (unción de Jesús en Betania), al cual se le aumentaron los versículos 12-16 (entrada de Jesús en Jerusalén). Por eso el día comenzó a llamarse de Domingo de Ramos pero no como una solemnidad propia. La bendición de los ramos de palmera así como la procesión comienzan a divulgarse alrededor del siglo VII recibiendo, en los siglos posteriores, elementos cada vez más teatrales. En el nuevo Misal existen tres formas de poder conmemorar la entrada de Jesús en Jerusalén de acuerdo a razones pastorales.  

 

JL ¿Qué sucedió para cambiar tan rápido de opinión?

 

Al participar de esta Solemnidad uno no deja de sorprenderse por el contraste tan evidente entre ambos momentos de la liturgia. Los mismos que acompañaban, que aclamaban, que jubilosos reconocían a Jesús como el Mesías prometido; ésos mismos, pocos días después exigirán a gritos que sea crucificado. ¿Qué ocurrió en esos días para explicar este cambio? Ocurrió que Jesús cayó en desgracia y así perdió todo el favor popular. Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos mandaron gente con espadas y palos a detenerlo, y Jesús se entregó mansamente para ser llevado ante Pilato y ser acusado. Viendo el pueblo que Jesús no reaccionaba con poder, sino que se dejaba escupir y abofetear le volvió la espalda. Sin embargo no podemos olvidar que existe un plano más profundo que es la encarnizada lucha que se va a dar entre las fuerzas del bien y del mal; entre la vida y la muerte.

 

J «¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David!»

 

Jesús entró en Jerusalén proveniente de Jericó. Atra­vesó Jericó acompañado de una gran muchedumbre. Y entonces un ciego se pone a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mi!» (Mc 10,47). Jesús lo hace llamar y le devuelve la vista. Con esto quedaba demostrado que Él era efectivamen­te el «hijo de David». La gente no podía menos que recor­dar la profecía que Natán[3] dijo a David, el Ungido (Mesías) de Dios: «Afir­maré después de ti la descendencia que saldrá de tus en­trañas y consolidaré el trono de su realeza para siempre... ante mí; tu trono estará firme eternamente» (2Sam 7,12.16). Esta era la fama que había precedido a Jesús en su entrada a Jerusalén. Por eso gritan a su paso:«¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David!»

 

Cuando decían eso, decían literalmente una pro­fecía que se cumplía en Jesús, pero no entendían lo que decían. Jesu­cristo era Rey, el Rey anunciado, pero en el sentido que Dios lo enten­día, no en el sentido que lo entendían los hombres. El Rey de Israel tenía que actuar como hijo de Dios, de manera que fuera Dios el que reinara por medio de él sobre su pueblo. También esto estaba dicho en la profecía de Natán acerca del «hijo de David»: «Yo seré para él padre y él será para mi hijo» (2Sam 7,14). Jesús no cedió nunca a la tentación de un poder terreno; pero este aspecto de la profecía de Natán lo vivió con absoluta fide­lidad. El reino de Dios estaba pre­sente en Él porque Él era Hijo de Dios. Y éstas son las dos cosas que consti­tuyen el núcleo de la predi­cación de Je­sús: el Reino de Dios y la paternidad divina.

 

J El Rey prometido a Israel

 

Jesús entró a Jerusalén como Rey, según su verdadera condición. Llama la atención de que, a pesar de ser tan solemne la ocasión (según el Evangelio de Marcos, ésta es la única vez que Jesús viene a Jerusalén), el relato se detenga con tanto detalle en el tema del asno. Cuatro veces se menciona este animal en el breve relato. Si la entrada de Jesús en Jerusalén se relata en 10 versículos, 7 de ellos se emplean en expli­car cómo se obtuvo el asno sobre el cual Jesús se sentó. Más todavía nos sorprende leer que el mismo Jesús a los que envió a traer el asno ordenó decir: «El Señor lo necesita». Es la única vez en el Evangelio en que Jesús expresa una necesi­dad. A Marta, que se agitaba por muchas cosas, Él había enseñado: «Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola» (Lc 10,4­2). ¿Por qué necesita Jesús un asno para entrar en Jerusalén?

 

Cuando el Evangelista Mateo, leyendo a Marcos, compo­ne su propio Evangelio, se hace la misma pregunta, y en­cuentra la respuesta en una antigua profecía: «Esto suce­dió para que se cumpliese el oráculo del profeta: 'Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asno, en un borrico, hijo de animal de yugo'» (Mt 21,4). En efec­to, así estaba escrito en el libro del profeta Zacarías (9,9). Jesús se procuró un asno y lo consideró necesario para entrar en Jerusalén porque tenía que entrar como el Rey prometido a Israel. El puede prescindir de todo - «no tiene dónde reclinar su cabeza» (Mt 8,20)-; pero nunca de algo que tenga relación con su misión, porque la misión que le encomendó su Padre es esa «única cosa necesaria».

 

Sabemos que en diversas ocasiones la gente se dirigió a Jesús llamándolo «hijo de David». Pero si nos preguntamos: ¿Quién es el hijo de David que heredó su trono?, la res­puesta correcta es: Salomón. Es interesante repasar la histo­ria del reinado de David y de su sucesión tal como se relata en los libros de los Reyes. Allí veremos que David, ya anciano, dio a sus ministros estas disposiciones para asegurar el trono a su hijo Salomón: «Haced montar a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadlo a Guijón. El sacerdote Sadoq y el profeta Natán lo ungirán allí como Rey de Israel, tocaréis el cuerno y grita­réis: ¡Viva el Rey Salomón! Subiréis luego detrás de él, y vendrá a sentarse sobre mi trono y él reina­rá en mi lugar porque lo pongo como jefe de Israel y Judá» (1R 1,33-35). Los presentes interpretaron estas instruc­ciones como mandato de Dios, exclamando: «Amen. Así habla Yahveh, Dios de mi señor el rey» (1R 1,36). Las órdenes de David se cum­plie­ron y la entrada de Salomón fue apoteósica: «Hicieron montar a Salomón sobre la mula del rey David... El sacer­dote Sadoq tomó de la tienda el cuerno de aceite y ungió a Salomón, tocaron el cuerno y todo el pueblo gritó: ¡Viva el Rey Salomón! Subió después todo el pueblo detrás de él; la gente tocaba las flautas y manifestaba tan gran alegría que la tierra se hendía con sus voces» (1Re 1,38-40).

 

Salomón fue hijo de David, entró a Jerusalén montado en una mula, fue ungido (Mesías) y reinó sobre la casa de Jacob (así se llama a Israel y Judá unidos); pero no se cumple en él la palabra dicha a David acerca de su hijo: «Yo consolidaré el trono de su realeza para siempre» (2S 7,13). Esta profe­cía es verdad sólo en Jesucristo, a quien proclamamos Rey del Universo hasta hoy y así lo haremos hasta el fin del mundo.

 

J ¡Hosanna!

 

En cada misa que participamos repetimos la aclamación «¡Hosanna!» en la recitación del «Santo». Es probable que la hayamos cantado miles de veces y ahora la escuchamos en la entrada a Jerusalén...pero ¿cuál es su significado? Esta palabra es la trascripción griega de un verbo imperativo en hebreo que sonaría: hoshiá-na. El verbo es «hoshiá» que significa salvar, liberar. El sujeto era generalmente Dios como vemos en los salmos 21,1; 20,9; 28,9. Pero sobre todo en el Salmo 18,25-27 es muy significativo: «¡Ah, Yahveh, da la salvación!¡Ah, Yahveh, da el éxito! ¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh!... ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar!». Por eso en cada misa pedimos a Dios que nos salve y reconocemos que esa salvación nos ha sido dada por Jesucristo. El mismo nombre de Jesús significa: «Yahvé salva».

 

Es importante registrar lo que gritaba el pueblo al paso de Jesús: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!...¡Hosanna en las alturas!». Así fue aclamado Jesús a su entrada en Jerusalén. Estos gritos iban a desencadenar los hechos que lo llevaron a su muerte en la cruz. Todos reconocemos en esos gritos de júbilo la misma aclamación que en cada Misa introduce la plegaria eucarís­tica. Si con esa aclamación se dio entrada a Jesús en Jerusalén, donde iba a ofrecerse en sacrifi­cio muriendo en la cruz, es signi­ficativo que se cante esa aclamación en la acción sacramental que va a hacer presen­te sobre el altar ese mismo sacrificio con toda su efica­cia salvífica. Por eso resulta inoportuno que al canto del «Sanctus» se le acomoden otras palabras. En efecto, adoptar otras palabras en ese lugar de la Misa hace perder toda la ambientación de lo que se está conmemorando.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

«La procesión de Ramos es —como sucedió en aquella ocasión a los discípulos— ante todo expresión de alegría, porque podemos conocer a Jesús, porque él nos concede ser sus amigos y porque nos ha dado la clave de la vida. Pero esta alegría del inicio es también expresión de nuestro "sí" a Jesús y de nuestra disponibilidad a ir con Él a dondequiera que nos lleve.

Por eso, la exhortación inicial de la liturgia de hoy interpreta muy bien la procesión también como representación simbólica de lo que llamamos "seguimiento de Cristo": "Pidamos la gracia de seguirlo", hemos dicho. La expresión "seguimiento de Cristo" es una descripción de toda la existencia cristiana en general. ¿En qué consiste? ¿Qué quiere decir en concreto "seguir a Cristo"?

Al inicio, con los primeros discípulos, el sentido era muy sencillo e inmediato: significaba que estas personas habían decidido dejar su profesión, sus negocios, toda su vida, para ir con Jesús. Significaba emprender una nueva profesión: la de discípulo. El contenido fundamental de esta profesión era ir con el maestro, dejarse guiar totalmente por Él. Así, el seguimiento era algo exterior y, al mismo tiempo, muy interior. El aspecto exterior era caminar detrás de Jesús en sus peregrinaciones por Palestina; el interior era la nueva orientación de la existencia, que ya no tenía sus puntos de referencia en los negocios, en el oficio que daba con qué vivir, en la voluntad personal, sino que se abandonaba totalmente a la voluntad de Otro. Estar a su disposición había llegado a ser ya, una razón de vida.

 

 Eso implicaba renunciar a lo que era propio, desprenderse de sí mismo, como podemos comprobarlo de modo muy claro en algunas escenas de los evangelios. Pero esto también pone claramente de manifiesto qué significa para nosotros el seguimiento y cuál es su verdadera esencia: se trata de un cambio interior de la existencia. Me exige que ya no esté encerrado en mi yo, considerando mi autorrealización como la razón principal de mi vida. Requiere que me entregue libremente a Otro, por la verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo, me precede y me indica el camino.

 

Se trata de la decisión fundamental de no considerar ya los beneficios y el lucro, la carrera y el éxito como fin último de mi vida, sino de reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de la opción entre vivir sólo para mí mismo o entregarme por lo más grande. Y tengamos muy presente que verdad y amor no son valores abstractos; en Jesucristo se han convertido en persona. Siguiéndolo a Él, entro al servicio de la verdad y del amor. Perdiéndome, me encuentro».

 

Benedicto XVI. Homilía en el Domingo de Ramos, 2007.

 

J Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1.  Leamos y meditemos el relato entero de la Pasión y Muerte de Jesús según San Marcos. 

 

2. ¿Cómo voy a vivir la Semana Santa? ¿Será solamente un fin de semana largo?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 595 – 630.  

 

 

 

 



[1] Kénosis: abajamiento, humillación.

[2] Eteria (finales del siglo IV o inicios del V),  monja española que realizó un viaje a Oriente que plasmó en su obra Itinerario. Se ignora la fecha y el lugar de su nacimiento, aunque es de suponer que era gallega pues se alude a su nacimiento en las playas del extremo Occidente. Ha sido conocida, a lo largo de la historia, con diferentes nombres: Geria, Eteria, Egenia o Aiteria. Incansable, viajó por Asia Menor, Egipto, Mesopotamia y Palestina, reflejando en su obra Itinerario la descripción de sus desplazamientos y numerosas notas sobre la vida de las comunidades cristianas de estas regiones en los inicios del cristianismo. Al final del XIX se redescubrió en Italia el relato de su Itinerarium.

[3] Natán. Profeta amigo del rey David, notable por sus decisivas intervenciones durante el reinado davídico (2 S 7.2-17; 12.1-5). Cuando David comunicó a Natán su deseo de edificar una casa o templo para Dios (2 S 7), el profeta contestó con la revelación de Yavheh: no sería David, sino uno de sus descendientes, quien construiría el Templo. 

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martes, 20 de marzo de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 5ª de Cuaresma. Ciclo B. «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre»

Domingo de la Semana 5ª de Cuaresma. Ciclo B

«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre»

 

Lectura del libro del profeta Jeremías 31, 31- 34

 

«Vienen días, oráculo del Señor, en que yo sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva. No como la alianza que sellé con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Entonces ellos violaron la alianza, a pesar de que yo era su dueño, oráculo del Señor. Ésta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Pondré mi ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Para instruirse no necesitarán animarse unos a otros diciendo: «¡Conoced al Señor!», porque me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor, oráculo del Señor. Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados».

 

Lectura de la carta a los Hebreos 5,7- 9

 

«El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente; y precisamente porque era Hijo aprendió a obedecer a través del sufrimiento.  Alcanzada así la perfección, se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 12, 20- 33 

 

«Entre los que habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión de la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era natural de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, quisiéramos ver a Jesús".  Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús.

 

Jesús dijo: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.  Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.  Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre. Me encuentro profundamente abatido;- ¿pero, ¿qué es lo que puedo decir? ¿Padre, sálvame de lo que se me viene encima en esta hora? De ningún modo; porque he venido precisamente para aceptar esta hora. Padre,  glorifica tu nombre".

 

Entonces se oyó esta voz venida del cielo: "Yo lo he glorificado y volveré a glorificarlo". De los que estaban presentes, unos creyeron que había sido un trueno; otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús explicó: "Esta voz se ha dejado oír no por mí, sino por vosotros. Es ahora cuando el mundo va a ser juzgado; es ahora cuando el que tiraniza a este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Con esta afirmación, Jesús quiso dar a entender la forma en que iba a morir».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

«Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere…no da fruto». La respuesta de Dios al pueblo que una y otra vez se aleja de Él es una alianza nueva y definitiva. Una alianza que no pasará jamás porque está escrita en el corazón de cada uno y será conocida por todos (Primera Lectura). Esta alianza se consuma en el único sacrificio Reconciliador de nuestro Señor Jesucristo: muere en la cruz para que todos tengamos vida. En la fiel obediencia al Plan del Padre, no exento de sufrimiento y dolor, el Hijo se hace «causa de salvación eterna para todos» siendo así reconocido como el Sumo y Eterno Sacerdote que intercede en favor de toda la humanidad (Segunda Lectura). Nosotros también estamos llamados a vivir la misma dinámica de la muerte para la vida, a semejanza del grano de trigo, para así ganar la vida eterna.

 

 

J «Una nueva alianza»

 

Recordemos las palabras de la Primera Lectura del IV Domingo de Cuaresma: «Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de Yahveh contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio» (2Cr 36,16). Jeremías es considerado uno de los cuatro «profetas mayores» (con Isaías, Ezequiel y Daniel) y es uno de los profetas a los que se refiere el pasaje mencionado. Nació en Anatot, de familia sacerdotal y predicó por más de cuarenta años (desde  el 627 a.C. hasta la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año 587 a.C.). Alentó la reforma religiosa promovida por el rey Josías y, en una época de infidelidad a la Alianza, le tocó la pesada misión de anunciar el castigo de Dios.

 

Los falsos profetas azuzaron a los reyes Joaquín y Sedecías en contra de Jeremías, que fue maltratado e incluso se intentó matarlo. Tras el fracaso de la antigua alianza, el Plan de Dios aparece bajo un nuevo aspecto. No se trata de restablecer lo antiguo, sino de crear algo nuevo. La «nueva alianza» (31,31ss) se refiere fundamentalmente a tres puntos: la iniciativa divina del perdón de los pecados; la responsabilidad y la retribución personal; y la interiorización de la religión: la ley deja de ser un código exterior para convertirse en una inspiración que alcanza el «corazón» del hombre. En el Nuevo Testamento el libro del profeta Jeremías es citado repetidas veces. También el profeta es citado textualmente en la Carta a los Hebreos (8, 8 - 12). Jesús en la última cena, al bendecir la copa, une las palabras de Moisés (Ex 24) con las del profeta Jeremías (Jr 31,31) sobre la alianza definitiva.  

 

J Jesús, Sumo Sacerdote compasivo

 

«Teniendo pues tal Sumo Sacerdote…Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firmes la fe que profesamos» (Hb 5, 14) y sólo así podremos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y la ayuda oportuna (Hb 4,16). Todo Sumo Sacerdote, tal como es presentado en la carta a los Hebreos, es escogido, de entre los hombres, por el mismo Dios para ofrecer los dones y sacrificios con los cuales pretende restablecer las relaciones con Dios eliminando así el obstáculo entre ellos: el pecado de los hombres. Estas condiciones se han realizado plenamente en Jesucristo (Hb 5,5-10).

 

Cristo tiene la dignidad y el honor del sacerdocio no porque lo haya arrebatado, usurpado, comprado o robado, sino por la humilde aceptación de una misión encomendada por Dios Padre, que lo ha proclamado solemnemente Sumo Sacerdote (ver Hb 1,5; Sal 110,4). El hecho de ser el «Hijo» da a su sacerdocio una categoría, gloria, dignidad y calidad suprema; porque lo coloca en una relación personal íntima, perfecta, plena, con Dios (Hb 2,17; 6,20). El autor ve realizado en Cristo un nuevo tipo de sacerdocio, un sacerdote eficaz que proporciona la salvación a cuantos a Él se adhieran llevándolos plenamente hasta Dios.

 

 

 

 

J ¡Queremos ver a Jesús!

 

El Evangelio de este V Domingo de Cuaresma se sitúa en el mismo día de su entrada en Jerusalén, cinco días antes de la última Pascua de Jesús. El día anterior Jesús se había detenido en Betania en la casa de Lázaro, Marta y María donde un «gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos» (Jn 12,9). Por eso, la entrada de Jesús en Jerusalén fue triunfal: «Por eso también salió la gente a su encuentro, porque habían oído que Él había realizado aquella señal» (Jn 12,18).  Entre aquellos que subieron a Jerusalén había unos griegos. Estos, no siendo judíos, se habían adherido al monoteísmo de Israel y, hasta tal punto, a las observancias mosaicas: eran los «piadosos y temerosos de Dios» (Hch 10,2), distintos a los «helenistas» (ver Hch 6,1) que eran judíos en la diáspora. El deseo de estos griegos gentiles de «ver» o conversar con Jesús  debió de extrañar a los discípulos, por eso Felipe consulta con Andrés.  

 

Jesús sabe que la gente lo busca y lo quieren «ver» porque ha hecho algo extraordinario. Pero, para Jesús, deberían de buscarlo no sólo por el hecho externo sino porque ese hecho es una «señal» de algo mucho más profundo, que se capta y entiende solamente por y desde la fe. En otra ocasión había ocurrido lo mismo. «Jesús les respondió: "En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre"» (Jn 6,26-27). El milagro es una señal externa que deja entrever su identidad más profunda: el ser Hijo único de Dios. Cuando Jesús sabe lo que quieren «ver», no rechaza la petición; sino que la orienta hacia el momento de su glorificación: su muerte en la cruz.  Hacia allí deben de converger todas las miradas que lo buscan y lo quieren «ver».

 

K «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado»

 

La «hora» a la que Jesús se refiere es sin duda el momento en el que Él será levantado sobre la tierra. Éste «ser levantado» tiene un doble sentido: por un lado se refiere a su ser levantado en la cruz, y en este sentido es la expresión de su muerte dolorosa y llena de oprobio; pero, por otro lado, Jesús alude a su exaltación junto al Padre, y en este segundo sentido es expresión de su glorificación. Ambas cosas suceden en un mismo movimiento hacia lo alto. Jesús revela su ser Hijo eterno del Padre, enseñándolo de palabra; pero, sobre todo, por medio de su actitud de obediencia filial que alcanza su punto culminante en la cruz. Él fue enviado por el Padre a una misión. Muriendo en la cruz pudo decir: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). La carta a los Hebreos nos recuerda: «Con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Hb 5,9).

 

Ahora podemos entender mejor la hermosa comparación que Jesús utiliza cuando explica «su hora»: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». Es difícil expresar con mayor precisión y eficacia la fecundidad de su propia muerte. Los padres conciliares nos han dicho que el hombre no puede «encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[1]. El dinamismo inscrito en el grano de trigo, es el mismo dinamismo (en sentido análogo) inscrito en el ser del Señor Jesús, y es el mismo dinamismo inscrito en cada uno de nosotros: morir para vivir; donarnos y entregarnos continuamente para desplegarnos en una nueva vida, para conquistar una vida plena y tremendamente fecunda. Y para que quede claro el Señor nos invitar a vivir el mismo dinamismo: «El que ama su vida, la pierde;  y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna».

 

Él mismo fue un grano de trigo que se precipitó a caer en tierra y morir, para obtener mucho fruto; el fruto abundante de su muerte en la cruz es el don de la vida eterna que se ofrece a todos los hombres. Ahora toca a cada uno de nosotros seguir el camino trazado...«Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas» (1Pe 2,21).

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«Si el grano de trigo... muere, produce mucho fruto» (Jn 12, 24); «...quien aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eter­na» (ib., 25). La vida cristiana, ama­dos hermanos y hermanas, se de­senvuelve en la misma línea de la vida de Jesús en esta tierra, en la línea de su misterio de muerte y resurrección: «Si alguno me sir­ve que me siga, y donde yo esté allí estará también mi servidor» (ib., 26). Cristo Redentor del hombre, Redentor de cada uno de nosotros, ofreció su vida en holocausto al Pa­dre para que de este acto supremo de amor brotase la vida nueva para todos, es decir, la vida de Dios, la vida según el Espíritu. La redención del hombre es obra de dolor y amor, y no se realiza en el hombre sin su participación personal en el dolor y el amor de Cristo.

 

En efecto, leyendo los pasajes de la liturgia de hoy, uno queda impre­sionado por la seriedad exigente de la Palabra de Dios que habla de sufrimientos, persecución y martirio, recalcando que el grano de trigo debe caer en tierra y morir para llegar a dar fruto.…Cuando el dolor atormenta nues­tra vida, cuando cuesta mucho ser seguidores de Cristo y la cruz pesa sobre los hombros, es necesario tener conciencia de que el amor alcanza su expresión más alta en el dolor, sacri­ficio y donación de sí mismo. Las almas se salvan en el Calvario. Cada uno debemos aceptar ser el grano de trigo, desconocido acaso y humilde, que sembrado en el lugar de su tra­bajo y de su gravosa responsabilidad, se disuelve en ofrecimiento doloroso y gozoso de amor, para actuar con Cristo la obra misteriosa y real a la vez de la redención de la humanidad»

 

Juan Pablo II. Homilía pronunciada en su visita pastoral a Palestina, el 18 de agosto de 1983.

 

'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1. El hombre de hoy, hijo de una cultura hedonista, una cultura que al perder de vista la cruz no encuentra sentido alguno al dolor y busca expulsarlo de su sociedad a como dé lugar, no está acostumbrado a enfrentar el dolor. Hay momentos y situaciones en que es inevitable que se enfrente al dolor, entonces viene la crisis, la desesperación, el hundimiento…. Pero, en situaciones cotidianas, el hombre le huye al dolor. Está acostumbrado a fugar. La tendencia del hombre mediocre es la de no enfrentar lo que le incomoda, lo que le duele y hace sufrir: busca paliativos, "anestésicos" en el placer, el sexo, la droga, la bebida, etc., busca la diversión para olvidar que sufre, etc. ¿Cuánto de esto veo en mí? ¿Huyo del dolor, de la exigencia cotidiana? ¿Huyo del exigirme cada vez un poco más, hasta el límite? ¿Huyo a lo que me cuesta asumir: trabajos, situaciones, responsabilidades, diálogos, estudio, etc.? ¿Busco "compensarme" cada vez que puedo? ¿Busco compensaciones ilícitas, convenciéndome incluso de que son lícitas para mí?

 

2. ¿Qué me enseña María?: Miremos la corona de rosas que rodea el Corazón de la Madre: es también una corona de invisibles espinas. Ella me recuerda una realidad ineludible y me dice: acéptalas, asume reciamente el dolor que ellas te produzcan, pues quien quiere ver su corazón coronado con las hermosas rosas de la pureza y demás virtudes, debe aceptar primero la corona del dolor que purifica.

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 541-542. 661-662.

 



[1][1][1] Gaudium et spes, 24. 

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lunes, 12 de marzo de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo B. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único»

Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo B

«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único»

 

Lectura del Segundo libro de las Crónicas 36, 14-16.19-23 

 

«Del mismo modo, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según todas las costumbres abominables de las gentes, y mancharon la Casa de Yahveh, que él se había consagrado en Jerusalén. Yahveh, el Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada.

 

Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de Yahveh contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Incendiaron la Casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén: pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos.

 

Y a los que escaparon de la espada los llevó cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos de él y de sus hijos hasta el advenimiento del reino de los persas; para que se cumpliese la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

 

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías, movió Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 2,4-10

 

«Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios  que practicáramos».

           

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 3,14 - 21 

 

«Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

 

Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo,  sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado;  pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.

 

Y el juicio está  en que vino la luz al mundo,  y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único...»: aquí reside el mensaje central que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos en este cuarto Domingo de Cuaresma. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la Historia de la Reconciliación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio).

 

La Primera Lectura nos muestra en acción el amor de Dios que busca suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión; sin embargo el pueblo se burla y desprecia a los mensajeros de Dios. En la carta a los Efesios, San Pablo resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (Segunda Lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús que se entrega en sacrifico reconciliador para que tengamos «vida eterna».

 

L La infidelidad de un pueblo

 

La primera lectura cierra el segundo libro de las Crónicas, escrito en el siglo IV a.C. entre el final de la dominación persa y el principio de la época helenística (333-63 A.C.). El gran interés que muestra el autor de los dos libros de Crónicas por todo lo que se refiere al culto y al templo insinúa que sea un sacerdote o levita, familiarizado con los problemas religiosos de Israel. Esdras, cuyo nombre significa  «Dios es mi auxilio» y probable autor de estos libros, fue un levita judío exiliado a Babilonia, en la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Luego se vuelve consejero del rey de Persia para los negocios con los judíos y es reenviado a Jerusalén al frente de 1,500 judíos con el fin de reorganizarlos.  Este pasaje se da en el contexto del final de la monarquía y es un juicio general sobre la infidelidad del pueblo que es la causante de su ruina.

 

El pueblo israelita rechaza el aviso de los mensajeros enviados por Dios, en concreto del profeta Jeremías. El pueblo sufre las consecuencias de su infidelidad: la destrucción de Jerusalén y del templo por los caldeos, y el cautiverio israelita en Babilonia. Justamente el Salmo Responsorial (Salmo 137) canta la nostalgia del pueblo desterrado. Con los libros de las Crónicas estamos en los últimos 500 años anteriores a la venida de Jesús habiendo vivido por 70 años en el exilio en Babilonia (desde 587 a.C.).

 

El exilio se prolonga hasta el año 538, cuando el imperio babilónico se desmorona bajo la presión del rey Ciro de Persia. Con él, los judíos inician su retorno a Judea liderados por Zorobabel que fue nombrado gobernador de Judea por el rey de Persia y se inicia la reconstrucción del Templo. Tras la invitación al retorno se empieza a vislumbrar en el horizonte inmediato la apasionante aventura del reencuentro con la tierra perdida, de la reconstrucción de las viejas ruinas y de la restauración de la vida de un pueblo que, pese a todo, sigue siendo el verdadero Israel, el pueblo de Dios.

 

J «¡Hemos sido salvados por la gracia mediante la fe!»

 

La carta a los Efesios, escrita por San Pablo desde su cautiverio en Roma en el año 61 ó 62; es un mensaje dirigido no solamente a los habitantes de Éfeso sino a todos los fieles de Asia Menor. Para la edificación del cuerpo de Cristo, nos dice San Pablo, había que superar un doble obstáculo: el estado de pecado en que todos, judíos y paganos se encontraban (Ef 2,1-10) y «el muro de enemistad que tenía separados» a éstos respecto de aquéllos (Ef 2,11-21). Tres son las ideas que aparecen en éste capítulo: todos nos encontramos bajo el dominio del pecado; Dios nos ha dado una nueva vida por la fe y esto no se debe a nosotros. «Muertos en vuestros delitos y pecados» expresa la multitud de pecados en que se encontraban los paganos.

 

La expresión de vivir «según el proceder de este mundo» designa aquí el mundo pecaminoso que tiene por príncipe al demonio (ver Jn 14,30; 1 Jn 5,19), que prosigue su obra entre quienes no obedecen los mandatos de Dios. Son «rebeldes» a Dios. La rebeldía es un término clásico de la teología paulina que denota desobediencia con respecto a Dios (ver Rom 11,32; Col 3,6). El texto griego presenta a Satanás como «el príncipe del imperio del aire» ya que en la concepción de los antiguos, los demonios habitaban en el aire, entre la tierra y la luna. San Pablo hace referencia al poder de Satanás bajo el cual nos encontrábamos también nosotros al seguir los dictámenes de las «apetencias de la carne». La «carne» (sarx) tiene aquí sentido peyorativo: designa la parte inferior de nuestra naturaleza que se sustrae a la voluntad de Dios para seguir sus apetencias desordenadas. Esta conducta pecaminosa nos hacía «destinatarios naturales de la ira de Dios».


Pero Dios nos ha demostrado su inmensa bondad y misericordia y llevado de un amor inmenso (Jn 3,16), que nosotros no merecíamos (Rom 5,6-9), nos ha otorgado una nueva vida, «resucitándonos y sentándonos con Cristo en el cielo». Pablo afirma, como un hecho cierto y ya realizado, la resurrección de los cuerpos de la que es anticipo la resurrección de Cristo (1 Cor 15,20). Esta doble condición del cristiano tiene que marcar su vida en este mundo. Dos cosas concurren a nuestra salvación: la gracia de Dios (causa principal y formal) y nuestra fe (condición necesaria).

 

De la primera sí que puede decir el apóstol que es pura gracia de Dios. Pero también la segunda es un don de Dios; no proviene de razonamientos humanos ni es debida a nuestras obras, de modo que nadie puede presumir de ellas. «Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús»: el primer hombre fue formado por Dios al principio, infundiendo el hálito vital al polvo de la tierra (Gn 2,7). Así también ahora el hombre nuevo es una creación de Dios en y por Cristo Jesús. Pero el hombre tiene que colaborar con su libre albedrío. Dios no nos ha consultado a la hora de crearnos; pero no nos salvará sin que nosotros colaboremos a nuestra salvación. «El que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (San Agustín).

 

J ¡Tanto amó Dios al mundo…!

 

El Evangelio de hoy es parte del diálogo que tuvo Jesús con uno de los fariseos, llamado Nicodemo, que vino donde Él de noche. Vencido por la evidencia, Nicodemo dice a Jesús: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las seña­les que tú realizas si Dios no está con él». El Evangelio del Domingo pasado concluía con esta afirmación general: «Mientras Jesús estuvo en Jerusalén por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Él al ver las señales que realizaba» (Jn 2,23). Uno de ellos sin duda era Nicodemo. Para comprender esta reacción de la gente es necesario saber qué se entiende por «señal» en el Evangelio de Juan. Una «señal» es un hecho milagroso. Juan lo llama «señal», porque este hecho, que es de experiencia sensible, deja en eviden­cia la gloria de Jesús, que supera la experiencia sensible. Por eso la señal suscita una respuesta de fe. Como Tomás cuando vio ante sí a Jesús con las heridas de la Pasión y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

 

En su diálogo con Nicodemo Jesús se deja llevar a las afir­macio­nes más impresionantes sobre el amor de Dios hacia el mundo. Lo primero es darle una señal, algo que será visto: «Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna»". Jesús evoca como imagen un episodio del período del desierto donde el pueblo, tras murmurar contra Dios y Moisés, era mordido por serpientes venenosas. Dios le ordenó a Moisés hacer una serpiente de bronce diciéndole: «Todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá» (ver Num 21,4-9). Así tiene que ser levantado Jesús en el estandarte de la cruz para librarnos de la muerte eterna que merecemos por nues­tros pecados. Y es que siempre la Cruz tiene el doble sentido de: ser elevado en la cruz y de ser elevado a la gloria del Padre. Ambos movimientos coinciden. Discutiendo con los judíos Jesús les dice: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy»(Jn 8,28). Quiere decir: Allí quedará en evidencia mi identidad divina. En otra ocasión les dice: «Yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

 

La cruz es el signo más evidente del amor de Dios, como sigue diciendo Jesús a Nicodemo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna». ¿Qué explicación se puede dar al hecho de que el Hijo eterno de Dios se haya hecho hombre y haya muerto en la cruz? ¿Qué motivación se puede encontrar a este hecho? No hay otra explicación ni otra motivación que el amor de Dios hacia el hombre. Es un amor gratuito, sin mérito alguno de nuestra parte. El que cree en esto es destinatario de esta promesa de Cristo: «No perecerá sino que tiene la vida eterna». El que no crea rehúsa el amor de Dios y se excluye de la salvación. San Pablo no se cansaba de contemplar este hecho y de llamar la atención de los hombres sobre la misericordia de Dios: «La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8). Dios no podía darnos un signo mayor de su amor que la cruz de Cristo. Para eso fue elevado Jesús sobre la cruz: para que lo mire­mos, creamos y tengamos vida eterna.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

« Le dijo Nicodemo: «¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?» (Jn 3, 4). La pregunta de Nicodemo a Jesús manifiesta bien la preocupada admiración del hombre ante el misterio de Dios, un misterio que se descubre en el encuentro con Cristo. Todo el diá­logo entre Jesús y Nicodemo pone de relieve la extraordinaria riqueza de significado de todo encuentro, inclu­so del encuentro del hombre con otro hombre. Efectivamente, el en­cuentro es el fenómeno sorprendente y real, gracias al cual el hombre sale de su soledad originaria para afron­tar la existencia. Es la condición normal a través de la cual es llevado a captar el valor de la realidad, de las personas y de las cosas que la constituyen, en una palabra, de la historia. En este sentido se puede comparar con un nuevo nacimiento.

 

En el Evangelio de Juan el en­cuentro de Cristo con Nicodemo tie­ne como contenido el nacimiento a la vida definitiva, la del reino de Dios. Pero en la vida de cada uno de los hombres, ¿acaso no son los encuen­tros los que tejen la trama imprevista y concreta de la existencia? ¿No están ellos en la base del nacimiento de la autoconciencia capaz de acción, la única que permite una vida digna del nombre de hombre? En el encuentro con el otro el hombre descubre que es persona y que tiene que reconocer igual digni­dad a los demás hombres. Por medio de los encuentros significativos aprende a conocer el valor de las dimensiones constitutivas de la exis­tencia humana, ante todo, las de la religión, de la familia y del pueblo al que pertenece».

 

Juan Pablo II. Catequesis 16 de noviembre de 1983.

 

 '  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

 

1. La celebración del cuarto Domingo nos hace tomar conciencia que estamos cerca de la celebración de la Semana Santa. ¿Cómo estoy viviendo mi cuaresma? ¿Me estoy acercando y acompañando al Señor en su paso por el desierto?

 

2. «Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

¿Mi conducta y mis actos realmente responden a mi apertura a la Verdad que el Señor Jesús ha revelado?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 218 – 221.458.


 

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lunes, 5 de marzo de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 3ª de Cuaresma. Ciclo B «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré»

Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17

«Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: "Yo, Yahveh,
soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de
servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás
escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni
de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo
de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo
Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los
padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan
mis mandamientos. No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios;
porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso.

Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y
harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para
Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu
hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que
habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la
tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso
bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado. Honra a tu padre y
a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que
Yahveh, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No
robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás la
casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su
siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu
prójimo".»

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 1, 22- 25

«Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan
sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para
los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo
judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres,
y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres».

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 2,13 - 25

«Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y
encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y
a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a
todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el
dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que
vendían palomas: "Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi
Padre una casa de mercado".

Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: = El celo por tu
Casa me devorará. = Los judíos entonces le replicaron diciéndole: "Qué
señal nos muestras para obrar así?" Jesús les respondió: "Destruid
este Santuario y en tres días lo levantaré". Los judíos le
contestaron: "Cuarenta y seis años se han tardado en construir este
Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?" Pero él hablaba del
Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos,
se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la
Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.

Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, creyeron
muchos en su nombre al ver las señales que realizaba. Pero Jesús no se
confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de
que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo
que hay en el hombre.

 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

«Nosotros predicamos a un Cristo crucificado…fuerza de Dios y
sabiduría de Dios» (Segunda Lectura). En esta frase encontramos una
excelente síntesis de las lecturas en este tercer Domingo de Cuaresma.
La fuerza y la sabiduría que Dios revela a través del Verbo Encarnado
perfeccionan y dan plenitud a los Diez Mandamientos (Primera Lectura).
Por otro lado se instaura un nuevo templo y un culto nuevo; situado ya
no en un lugar físico (el Templo de Jerusalén) sino en una persona:
Jesucristo. Cuando resucita Jesús entonces entienden los Apóstoles de
qué estaba hablando al referirse sobre la destrucción del Templo;
inaugurando así un nuevo culto (la economía sacramental) y un nuevo
templo (la Iglesia que es su Cuerpo Místico).

 Las diez palabras de Dios

Como era usanza entre los reyes al hacer un pacto; vemos en este
pasaje el «código» que se establece entre Dios y las personas que
pertenecen a un pueblo: Israel. Como el compromiso con Dios se realiza
en el seno del grupo, todas las obligaciones pasan por Él: no hay
pecados contra Dios y pecados contra el prójimo; todos son contra
aquel que ha establecido el «pacto», es decir Dios mismo. La absoluta
gratuidad de Dios al elegir a Israel es la razón de este
comportamiento; por eso si se separa la ley de la alianza, ésta se
vacía y pierde su sentido.

La palabra «Decálogo» significa literalmente «diez palabras» (Ex 34,
28; Dt 4, 13; 10, 4). Estas «diez palabras» Dios las reveló a su
pueblo en la montaña santa y las escribe «con su Dedo» (Ex 31, 18; Dt
5, 22), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés.
Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente y nos enseñan al
mismo tiempo las verdades fundamentales sobre el hombre. Ponen de
relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los
derechos inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo
contiene una expresión privilegiada de la «ley natural» ya que a pesar
de ser accesible (en su gran mayoría) por la sola razón ha tenido que
ser explícitamente revelado por el Creador a causa de la ruptura en la
que se encontraba toda la humanidad.

El Decálogo es una llamada al pueblo para que sea reflejo de la
actividad del Señor, de su gloria y santidad, que se manifiestan en su
bondad, misericordia y compromiso activo. El preámbulo o introducción
(Éx 20,1-2) imita la forma en que se auto-presentaban los reyes; el
Señor lo hace con su nombre inefable de «Yahvé», protagonista real de
una historia verificable y no de una ficción producida por la
imaginación humana. La salvación constituye el don radical y lleva
implícita una invitación a reconocerlo. Los preceptos que siguen se
convierten en actos de gratitud al Señor que concedió a los israelitas
cuanto son y tienen.

 «Escándalo para los judíos y necedad para los gentiles»

Corinto era una grande y cosmopolita ciudad griega del mundo antiguo.
Situada en el estrecho istmo que une la parte principal de Grecia con
la península meridional era un lugar muy favorable para el comercio.
La ciudad atraía gentes de muchas nacionalidades. Se hallaba dominada
por «Acrocorinto»: la roca escarpada en que se alzaba la acrópolis y
un templo dedicado a Afrodita (diosa del amor). Las prácticas
libertinas del templo y una numerosa población «flotante» contribuían
a la pésima fama de Corinto, harto conocida por sus excesos e
inmoralidades así como por sus numerosas religiones. San Pablo
permanece en Corinto unos 18 meses y funda una comunidad durante su
segundo viaje misionero. Luego de recibir malas noticias sobre la
comunidad en Corinto así como consejos sobre diversos asuntos; decide
escribir esta importante carta y se ocupa en responder a los
principales problemas: la división, los problemas morales y
familiares, las dudas acerca de las prácticas heredadas del judaísmo,
etc.

En el texto de este Domingo, San Pablo ve en Jesús crucificado la
manifestación, humanamente desconcertante pero definitiva, de la
fuerza salvadora de Dios y afirma que es desde esa luz que debemos
leer toda la realidad histórica del hombre. Como consecuencia, en la
aceptación o no aceptación de la predicación evangélica sobre la
fuerza salvadora de la cruz de Cristo se hace ya presente el juicio de
Dios (positivo o negativo) sobre los hombres. Por lo que se refiere al
contenido del pasaje ya los profetas de Israel habían puesto en
evidencia que la sabiduría simplemente humana es por sí misma incapaz
de salvar a nadie (Is 5,21; 29,14; Jr 8,9). Sólo la Palabra de Dios es
fuente de sabiduría, que equivale a decir de salvación. Pablo se sitúa
en la misma línea y rechaza de plano la eterna tentación del hombre
que ya desde los orígenes (Gn 3,1-6) pretende bastarse a sí mismo y
prescindir de Dios que es la única y verdadera fuente de salvación. En
la «locura de la cruz» se hace presente toda la profundidad y la
angustia a la que ha llegado el amor de Dios por nosotros. Los caminos
de Dios, por incomprensibles que parezcan, son siempre más «sabios», y
por tanto son los únicos y verdaderos caminos por el cual el hombre
debe de caminar…

 «Se acercaba la Pascua de los judíos…»

El Evangelio de hoy comienza indicando la si¬guiente circunstancia
temporal: «Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a
Jerusalén». ¿Por qué intro¬duce San Juan la precisión «Pascua de los
judíos»? ¿Es que hay otra Pascua? Sí, hay otra Pascua, una Pascua
verdadera, la Pascua cuya celebra¬ción anhelamos porque nos da nueva
vida y nos concede el ser con plenitud hijos de Dios. A esta Pascua
verdadera es a la que se refiere San Pablo cuando escribe a los
corin¬tios y les dice: «Cristo, nues¬tra Pascua, ha sido inmola¬do»
(1Cor 5,7). Sin duda hay una clara inten¬ción de distinguir una
«Pascua de los ju¬díos» y una «Pas¬cua nuestra». La primera es sólo
una figura destinada a pasar; esta última se identifica con Cristo
inmolado, y es eterna. El culto antiguo y el Templo en que se
realizaba la Pascua habían sido ordenados por Dios en el Anti¬guo
Testamento para ser anuncio y figura del culto y del Templo definitivo
.

Aunque, una vez llegada la realidad, estaban destinados a pasar, eran
sin embargo, el modo que había dispuesto Dios para hacer¬se pre¬sente
a su pueblo. El Templo poseía, por tanto, su grandeza y merecía el
respeto debido a Dios. Esto explica la actitud de Jesús al entrar en
el templo y encontrar allí a los vendedores de bueyes, ovejas y
palo¬mas y a los cambistas en sus puestos: «Hacien¬do un látigo con
cuerdas, echó a todos fuera del templo». Es la única vez en el
Evangelio que vemos a Jesús en esta actitud: agarrando a los
vendedores literalmente a latigazos. Tiene que haber algo que la
justifique y tiene que haber algo que garantice su efecti¬vidad.

¿Qué puede justificar esta actitud de fuerza de Jesús? ¡Los mismos
apóstoles están perplejos! Pero encuen¬tran una explicación en la
Palabra de Dios: «Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito:
"El celo por tu Casa me devorará"» (ver Salmo 69, 8 -10). La actitud
de Jesús nos enseña a ser intransigentes cuando se destruye y se
profanan las cosas de Dios ya que estos cambistas profanaban la
santidad del Templo trocando en el atrio de los gentiles, que era la
parte más externa del Templo pero igualmente sagrada, las monedas
griegas o romanas que eran consideradas impuras porque llevaban la
imagen del César, por la moneda sagrada de los judíos. Pero, ¿cómo es
posible que un solo hombre, aunque usara un látigo, haya logrado este
resultado contra una multitud? No se entiende sino postulando que
Jesús manifestó su propia identidad de Hijo de Dios: «No hagáis de la
Casa de mi Padre una casa de mercado». Lo que los vendedores
experimentaron fue el temor que se experimenta ante la divinidad, ante
la Persona divina del Hijo.

Por esto mismo las autoridades judías no reaccionan sino
mesuradamente: «Los judíos le replicaron diciéndole: '¿Qué señal nos
muestras para obrar así?'». Es de notar que la palabra «señal» se usa
en el Evangelio de Juan para designar los milagros de Jesús. Piden un
milagro que acredite a Jesús. Y Él responde: «Destruid este templo y
en tres días lo levantaré». Es una respuesta enigmática. Los judíos
entendieron que se refería al templo material y lo ridiculizan:
«Cuarenta y seis años se ha tardado en cons¬truir este templo ¿y tú lo
vas a levantar en tres días?». Pero el evangelista nos explica el
sentido de esa «señal»: «El hablaba del templo de su cuerpo. Cuando
resu¬citó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que había
dicho eso y creyeron». La señal verdadera de Cristo es su Muerte y
Resurrección. Esta es nuestra Pascua.

 Una palabra del Santo Padre:

«Se trata de un combate espiritual, que se libra contra el pecado y,
en último término, contra satanás. Es un combate que implica a toda la
persona y exige una atenta y constante vigilancia. San Agustín afirma
que quien quiere caminar en el amor de Dios y en su misericordia no
puede contentarse con evitar los pecados graves y mortales, sino que
"hace la verdad reconociendo también los pecados que se consideran
menos graves (...) y va a la luz realizando obras dignas. También los
pecados menos graves, si nos descuidamos, proliferan y producen la
muerte" (In Io. evang. 12, 13, 35). Por consiguiente, la Cuaresma nos
recuerda que la vida cristiana es un combate sin pausa, en el que se
deben usar las "armas" de la oración, el ayuno y la penitencia.
Combatir contra el mal, contra cualquier forma de egoísmo y de odio, y
morir así mismo para vivir en Dios es el itinerario ascético que todos
los discípulos de Jesús están llamados a recorrer con humildad y
paciencia, con generosidad y perseverancia.

El dócil seguimiento del divino Maestro convierte a los cristianos en
testigos y apóstoles de paz. Podríamos decir que esta actitud interior
nos ayuda también a poner mejor de relieve cuál debe ser la respuesta
cristiana a la violencia que amenaza la paz del mundo. Ciertamente, no
es la venganza, ni el odio, ni tampoco la huida hacia un falso
espiritualismo. La respuesta de los discípulos de Cristo consiste, más
bien, en recorrer el camino elegido por Él, que, ante los males de su
tiempo y de todos los tiempos, abrazó decididamente la cruz, siguiendo
el sendero más largo, pero eficaz, del amor. Tras sus huellas y unidos
a Él, debemos esforzarnos todos por oponernos al mal con el bien, a la
mentira con la verdad, al odio con el amor».

Benedicto XVI. Homilía en el Miércoles de Ceniza. 1 de marzo 2006

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. A la luz de la Primera Lectura, hagamos un verdadero y sincero
examen de conciencia a partir de los Diez Mandamientos que nos ha dado
Dios y busquemos acercarnos al sacramento de la Reconciliación.

2. Muchas veces prefiero creer en la «necedad del mundo» que en «la
sabiduría de Dios». ¿Cuáles son los criterios equivocados que debo ir
cambiando por los criterios de Jesucristo?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2052 – 2074.

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