lunes, 26 de diciembre de 2011

{Meditación Dominical} Santa María Madre de Dios y Sagrada Familia

Santa María Madre de Dios
«Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios»

Lectura del libro de los Números  6, 22-27

«Habló Yahveh a Moisés y le dijo: Habla a Aarón y a sus hijos y diles: «Así habéis de bendecir a los Israelitas. Les diréis: Yahveh te bendiga y te guarde; ilumine Yahveh su rostro sobre ti y te sea propicio; Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz.» Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré».
   
Lectura de San Pablo a los Gálatas 4, 4-7

«Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios».

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 2, 16-21

«Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno».

Pautas para la reflexión personal 

El vínculo entre las lecturas

En el día primero de enero, octava de la Na¬vidad, la liturgia nos propone para nuestra con¬templación la celebración más antigua de la Vir¬gen en la Iglesia Romana. La reforma litúrgica del Vaticano II ha recuperado esta fiesta de María, Madre de Dios, sin por ello olvidar ni el comien¬zo del año, ni la circuncisión de Jesús, ni la im¬posición del nombre de Jesús al Niño nacido en Belén.

Por esto la Primera Lectura, tomada del li¬bro de los Números , nos habla de la importancia de invocar el nombre de Dios para alcanzar de Él bendiciones. Con lo cual nos recuerda que es importante comenzar el año nuevo invocando el nombre de Jesús y de esa manera podamos en¬trar con confianza a recorrer el año recién abier¬to a nuestras ilusiones y a nuestros temores.

En este día tan lleno de interrogantes la Igle¬sia gusta además de poner a todos los fieles ba¬jo la protección de nuestra Madre María, y por ello ruega a Dios: «Concédenos experimentar la interce¬sión de Aquélla, de quien hemos reci¬bido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida» (Oración de Colecta) En la Segunda Lectura recordamos las pala¬bras de San Pablo claras e impresionantes: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». Y el Evangelio nos presenta el reconocimiento por parte de humildes pastores, del hecho más extraordinario de la humanidad: «Dios con nosotros». María, por su parte, meditaba todo «cuidadosamente» en su corazón.

«Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz»

El cuarto libro del Pentateuco (el libro de los Números) se titula también «En el desierto» siendo éste un título más descriptivo ya que la narración recoge la peregrinación de los israelíes por el desierto del Sinaí hasta las puertas de Jerusalén. Los cuarenta años justos y el perfecto itinerario de 40 nombres (ver Nm 33) no disimula las quejas y el descontento del pueblo. El libro refleja bien como ésta fue una etapa a la deriva, sin mapas ni urgencia. Los israelitas se rebelaron contra Dios y contra Moisés, su caudillo. Aunque desobedecían, Dios seguía cuidando a su pueblo. 

En el texto referido tenemos la fórmula clásica de la bendición litúrgica del Antiguo Testamento (ver Ecle 50,22). Bendecir era un oficio propio de los sacerdotes, aunque también el rey podía bendecir (ver 2Sam 6,18) así como los levitas (ver Dt 10,8). Su lenguaje se asemeja mucho al utilizado en los Salmos. La referencia al «rostro iluminado» es una expresión del favor de Dios: «Si el rostro del rey se ilumina, hay vida; su favor es como nube de lluvia tardía» (Pr 16,15). La triple invocación del nombre de «Yahveh», sobre los israelitas hace eficaz la bendición de Dios (ver Jr 15,16) vislumbrándose, desde una lectura cristiana, una íntima relación con Dios Uno y Trino.

Tiempo de Navidad

Ya ha pasado el tiempo del Adviento con el cual dimos inicio a un nuevo año litúrgico, preparándonos para recibir al Señor que nace entre nosotros, ya ha pasado la gran fiesta de la Navi¬dad, hoy día concluye la Octava de Navidad. Es el momento de recapacitar y recoger los frutos. Es el momento de preguntarnos qué huella profunda dejó en noso¬tros todo este tiempo. ¿Significó algo para nosotros?

Para muchos fue entrar en un período de agitación y de sometimiento a las estrictas normas del consumismo en que estamos sumidos, sin dejarles un instan¬te de tranquilidad para refle¬xionar sobre el sentido de lo que celebraba nuestra fe cristiana. Es el caso de los propie¬ta¬rios y depen¬dientes del comercio establecido y no esta¬ble¬cido cuya preocupación principal era vender cada vez más y muchas horas del día; era intensa la agitación que se observaba en las calles y la carrera a la compra de rega¬los. Todo eso ya pasó, pero ¿qué sentido tuvo? Ahora se hace el balance de las ventas y se expresa satisfacción porque superaron las de años anterio¬res. ¡Qué éxito! ¡Se cumplieron los objeti¬vos! ¿Pero es éste el objetivo de la fiesta de Navidad? ¿No es esto más bien falsear su objetivo?

Todavía es tiempo de rescatar su auténtico sentido. La fiesta de Navidad es tan importante que la Iglesia la celebra durante ocho días; es como un solo largo día. Y concluye con la fiesta del 1º de enero, solemnidad de la Maternidad divina de María. Al concluir la Octava de Navidad ojala pudiéramos tener la actitud de los pastores que, después de ver al niño recostado en un pesebre, «se retira¬ron glorificando y alabando a Dios, por todo lo que habían oído y visto».

Ésta es la misma actitud del coro celeste que se les había presenta¬do: «Una multitud del coro celestial alababa a Dios di¬ciendo: 'Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor'». El nacimiento del Hijo de Dios en la tierra es motivo de alabanza y gloria a Dios de parte de los ángeles, de los hombres y de toda la creación. Si alguién cree haber vivido el verdadero sentido de la Navidad, examine su corazón para ver si surge en él la alabanza a Dios «por todo lo visto y oído».

Santa María, Madre de Dios

La fiesta de hoy tiene tres aspectos que no pueden pasar inadvertidos. El primero se refiere al tiempo: nadie puede ignorar el hecho de que hoy hemos comenzado un nuevo año. El recuento de los años nos permite ubicar los hechos de la historia en una línea y así poder¬ ordenarlos en el tiempo y en su relación de unos con otros. Pero ¿por qué a este año damos precisamente el número 2006? La antro¬po¬logía estima que el hombre tiene alrededor de 3 millones de años sobre la tierra. La pregunta obvia es: ¿2006 años en relación a qué? Nos responde San Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer » (Gal 4,4). Es decir, 2006 años de una nueva cuali¬dad de tiempo; 2006 desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros y de su presencia en la histo¬ria humana. Es la «plenitud del tiempo». Poner este hecho entre paréntesis es lo mismo que evadirse de la realidad.

El segundo aspecto está dicho en esas mismas palabras de San Pablo que hemos citado: envió Dios a su Hijo «naci¬do de mujer». El uso normal era identificar a alguien por el padre: «Nacido de José o de Juan o de Zebedeo, etc.». Aquí, en cambio, al comienzo de este tiempo de plenitud se encuentra una mujer, de la cual debía nacer el Hijo de Dios. Por eso es conveniente que el primer día de cada año, cuando se recuerda el evento fundamental, se celebre a la Virgen María como Madre de Dios. María que, como criatura, es ante todo discípula de Cristo y redimida por Él, al mismo tiempo fue elegida como Madre suya para formar su humanidad.

Así, en la relación entre María y Jesús se realiza de modo ejemplar el sentido profundo de la Navidad: Dios se hizo como nosotros, para que nosotros, de algún modo, llegáramos a ser como él. Esto es lo primero que vieron los pastores cuando corrieron a verificar el signo dado por el ángel: «Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». Al comenzar este año, ante todos los eventos que en él ocurran, el Evangelio nos invita a tener la actitud reverente y silenciosa de la Madre de Dios: «María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón».

Por último, el primero de cada año la Iglesia celebra la Jornada mundial de la paz. Hemos dicho que alguien puede verificar su vivencia de la Navidad por el deseo de alabar y glorificar a Dios que brota espontáneo de su corazón. Pero a la gloria de Dios en el cielo corresponde la «paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». La paz, en sentido bíblico, es el bien mayor que se puede desear a alguien. La persona posee la paz cuando está bien en todo sentido, en particular cuando goza de la gracia de Dios.

En este primer día del año queremos que la gracia del Señor se derrame  en abundancia a «todos los hombres de buena voluntad» de acuerdo a la antigua bendición de Moisés: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,26). Esta paz fue dada al mundo con el nacimiento de Cristo. Y en esto consistió su misión en la tierra, tal como él mismo lo declara antes de abandonarla: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,17).

Una palabra del Santo Padre:

«La Iglesia, por su parte, fiel a la misión que ha recibido de su Fundador, no deja de proclamar por doquier el «Evangelio de la paz». Animada por su firme convicción de prestar un servicio indispensable a cuantos se dedican a promover la paz, recuerda a todos que, para que la paz sea auténtica y duradera, ha de estar construida sobre la roca de la verdad de Dios y de la verdad del hombre. Sólo esta verdad puede sensibilizar los ánimos hacia la justicia, abrirlos al amor y a la solidaridad, y alentar a todos a trabajar por una humanidad realmente libre y solidaria. Ciertamente, sólo sobre la verdad de Dios y del hombre se construyen los fundamentos de una auténtica paz.

Al concluir este mensaje, quiero dirigirme de modo particular a los creyentes en Cristo, para renovarles la invitación a ser discípulos atentos y disponibles del Señor. Escuchando el Evangelio, queridos hermanos y hermanas, aprendemos a fundamentar la paz en la verdad de una existencia cotidiana inspirada en el mandamiento del amor. Es necesario que cada comunidad se entregue a una labor intensa y capilar de educación y de testimonio, que ayude a cada uno a tomar conciencia de que urge descubrir cada vez más a fondo la verdad de la paz.

Al mismo tiempo, pido que se intensifique la oración, porque la paz es ante todo don de Dios que se ha de suplicar continuamente. Gracias a la ayuda divina, resultará ciertamente más convincente e iluminador el anuncio y el testimonio de la verdad de la paz. Dirijamos con confianza y filial abandono la mirada hacia María, la Madre del Príncipe de la Paz. Al principio de este nuevo año le pedimos que ayude a todo el Pueblo de Dios a ser en toda situación agente de paz, dejándose iluminar por la Verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Que por su intercesión la humanidad incremente su aprecio por este bien fundamental y se comprometa a consolidar su presencia en el mundo, para legar un futuro más sereno y más seguro a las generaciones venideras».

Benedicto XVI. Mensaje para la Celebración de la Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2006

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. El recordado Juan Pablo II colocaba en su libro «Memoria e Identidad» la memorable frase de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12,21) y nos decía como «el mal es siempre ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia». Esforcémonos y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para poder vivir cotidianamente a lo largo del año este programa de vida. Hagamos el bien ante el mal que muchas veces nos rodea.

2. Un año nuevo siempre es un tiempo lleno de esperanza y de renovación. Agradezcamos al Señor por todos los dones del año que pasó y ofrezcámosle nuestros mejores esfuerzos para vivir más cerca de Dios y de nuestros hermanos. ¿Cuáles van a ser nuestras resoluciones para el 2006? ¿Cuáles van a ser nuestros objetivos? ¿Qué debo de cambiar? ¿Qué voy a mejorar?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 464-469. 495.




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