domingo, 1 de enero de 2012

{Meditación Dominical} Tiempo de Navidad. Epifanía del Señor. Ciclo B. «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?»

Tiempo de Navidad. Epifanía del Señor. Ciclo B
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?»


Lectura del libro del profeta Isaías 60,1- 6

«¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido!  Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti.  Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh.»

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 3,2- 6

«Si es que conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió en orden a vosotros: cómo me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio, tal como brevemente acabo de exponeros. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo; Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio.»

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 1- 12

«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle". En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo.

Ellos le dijeron: "En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:= Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel". = Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: "Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle".

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.»

Pautas para la reflexión personal 

El vínculo entre las lecturas

La solemnidad de la Epifanía del Señor tiene un Evan¬gelio propio que se lee todos los años. Es la narración de la llega¬da a Jerusa¬lén de los Magos que vienen de Oriente guiados por la luz de una estrella para adorar al Niño Jesús y ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra. Tal vez nunca se expresa con mayor claridad la univer¬salidad de la salvación aportada por Cristo como leemos en este episo¬dio. Queda muy claro también que Israel, el pueblo elegido al cual había sido prometido el Salvador, cuando Éste llegó, no lo reconoció; en cambio, estos hombres que vienen del Oriente lo reconocen como Rey y Señor; y lo ado¬ran.

Ya desde su nacimiento Jesucristo, como había sido anunciado por el sabio Simeón, es un "signo de contradicción" para los hombres. Para unos, como los sabios Magos del Oriente o como San Pablo, proveniente de la diáspora, es «epifanía»,  es decir clara manifestación del misterio de Dios (Segunda Lectura). Esta «epifanía» es anunciada en la Primera Lectura por el profeta Isaías, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la «luz y la gloria de Jerusalén».

El gran Misterio

Jesús, nació en Belén de Judá pero existía el peligro real de que su nacimiento pasara totalmente inadvertido. Es cierto que el ángel del Señor anunció a los pasto¬res su nacimiento y éstos reac¬ciona¬ron como era de espe¬rar. Fueron corriendo y verifi¬caron la verdad de lo anunciado. Pero esos pasto¬res no tenían voz ni poder de comunicación. Es cierto también que el anciano Simeón, a impulsos del Espíri¬tu Santo, acudió al templo cuando sus padres presen¬taban a Jesús y lo reconoce como: «Luz para ilumi¬nar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). También la profe¬tisa Ana hablaba de Él a todos los que esperaban la libe¬ración de Israel (ver Lc 2,36).

Pero todo esto quedaba en un círculo muy reducido de personas. Entre ellas estaba sobre todo Santa María, quien «guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Nadie conoció mejor que ella el misterio de Jesucristo. Este es el miste¬rio del que escribe San Pablo en su carta a los Efesios: «Me fue comunicado por una revelación el conocimiento del misterio de Cristo; misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado por el Espíritu». El anciano Simeón, en los albores del misterio, y San Pablo, después de su pleno desarrollo, ambos iluminados por el Espíritu Santo, afirman, la irradiación universal del mensaje reconciliador aportado por Jesucristo.

La estrella y el rey de los judíos

El Evangelio de hoy nos habla de unos Magos del Oriente que son guiados por una estrella a Jerusalén en busca del «Rey de los judíos» que acaba de nacer. Para comprender el sentido del texto evangélico debemos remontarnos a una antigua profecía que Balaam , otro vidente de Oriente, pronunció sobre Israel cuando recién salió de Egipto y se estaba formando como nación: «Lo veo, aunque no para ahora; lo diviso, pero no de cerca: de Jacob  avanza una estrella, un cetro surge de Israel... Israel despliega su poder, Jacob domina a sus enemigos» (Nm 24,17-19). En el antiguo Oriente, la estrella era el signo de un rey divinizado. Nada más natural que entender la profecía de Balaam como referida al Mesías, el descen¬diente prome¬tido a David cuyo reino no tendría fin (ver 2Sam 7,12-13). Los magos preguntan por el «Rey de los judíos» porque David era de la tribu de Judá.

Se trata de un rey que es Dios; por eso su objetivo es «adorarlo». Pero ¡qué desilusión al observar que en Jerusalén nadie sabía nada! «Al oír estas palabras, Herodes y con él toda Jerusalén se turba¬ron». ¡Ignoraban lo que estaba ocu¬rriendo en medio de ellos! Pero no ignoraban el significado de la pre¬gunta formu¬lada por los Magos. El «rey de los judíos» era un título que quería decir mucho y no podía pasar inadver¬tido para un he¬breo. Es el mismo título que fue dado por Pilato a Jesús (de manera iróni¬ca, por cierto) para expresar la causa de su muerte en la cruz. Por eso Herodes se inquieta y convoca a los entendidos en las profecías, a los sacerdotes y escri¬bas, para interrogarlos acerca de algo que, a primera vista, parece no tener rela¬ción con la pregun¬ta de los Magos: ¿En qué lugar debía nacer el Cristo? Cristo no era todavía un nombre propio (así llama¬mos nosotros ahora a Jesús) y por eso el sentido de la pregunta sería: «¿Dónde está anun¬ciado que tiene que nacer el Ungido del Señor?».

Herodes ha pasado a la historia como un hombre sangui¬na¬rio y enfermo de celos por el poder, que no vacilaba en quitar de en medio a quien pudiera dispu¬tarle el trono, aunque fuera su propio hijo. Pero al leer el relato queda la sensa¬ción de que un rey, con todos los  ejércitos a su dispo¬si¬ción, no podía temer a un niño anónimo nacido en la mi¬nús¬cula aldea de Belén, aunque allí se hubiera anunciado que debía nacer el Ungido del Señor.

Para comprender la matanza de todos los niños de Belén y sus alrededores, ordenada por Herodes, hay que conocer las Escrituras y captar la espe¬ranza de salvación que había en Israel. Hay que remontarse muy atrás, más de diez siglos antes del nacimiento de Je¬sús. En tiempos del profeta Samuel, cuando Israel se estaba organizando como nación y dándose sus instituciones, pidie¬ron a Dios que les diera un rey, para que los gobernara, igual que las demás naciones. La cosa podía ser grave, pues era un dogma en Israel, que «Yahveh es Rey».

La petición, sin embargo, fue concedida y manda Dios a Samuel a que busque entre los hijos de Jesé, que vivía en Belén, el rey prometido. Cuando Samuel llegó a Belén convo¬có a Jesé y a sus hijos y fueron desfilando uno tras otro ante el profeta. Pero quien fue elegido fue el pequeño David que estaba guardando el reba¬ño. Fue llamado y, por mandato de Dios, ungido por Samuel. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíri¬tu de Yahveh (ver 1S 16,1ss). Israel esperaba un «ungido», nacido en Belén como David y lleno del espíritu del Señor. Por eso Herodes temía aunque el nacido en Belén fuera de origen humilde.

Herodes dice a los magos cínicamente: «Id e indagad cuidado¬samente sobre ese niño; y cuando lo encontréis comunicádmelo, para ir también yo a adorarle». Pero ya sabemos que los estaba enga¬ñan¬do. Lo que quiere Herodes es eliminarlo. Su lucha es contra el Ungido del Señor, el Mesías, el Cristo. Su lucha es contra Dios mismo. A él se le deben citar las palabras del sabio Gamaliel acerca del anuncio del Evangelio: «Si la obra es de Dios no podréis destruirla» (Hch 5,39). La historia ha demostra¬do el desenlace de esta lucha: Herodes  acabó tris¬temente y Jesucristo reina en el corazón de millones de hombres y mujeres.

Los Magos del Oriente

La denominación «Magos de Oriente» que se da a los personajes que llegan a Jerusalén guiados por la estrella, indica personajes de proverbial sabiduría, sabios astrólogos de pueblos muy lejanos y considerados exóticos desde el punto de vista de Israel. Si algo se puede afirmar claramente de ellos es que están alejadísi¬mos de Israel y de sus tradiciones. La tradición los llama «reyes», porque influye la profecía de Isaías sobre Jerusalén, que se lee en esta solemnidad: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz...! Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu alborada... las riquezas de las naciones vendrán a ti... todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor» (Is 60,1-6). Así queda en evidencia que el que ha nacido en el mundo es el «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,¬16).
Ellos tuvieron noticia del naci¬miento del Salvador, pues el que ha nacido es el Salvador de todo hombre. Por eso, llegando donde estaba el Niño con María su madre, «postrán¬dose, lo adora¬ron». Un judío tiene prohibido estrictamente por la ley postrarse ante nadie fuera del Dios verdadero. Aquí los magos se postran y adoran a Jesús. Y el Evangelista San Mateo lejos de reprobar esta actitud la aprueba.

Es que están ante el verdadero Dios. También sus regalos indican la percep¬ción que se les ha concedido del misterio de este Niño: «Abrieron sus cofres y le ofrecie¬ron dones de oro, incienso y mirra». Un anti-guo comentario aclara el sentido: «Oro, como a Rey sobera¬no; incienso, como a Dios verdadero y mirra, como al que ha de morir». Estos Magos de Oriente tenían un conoci¬miento del misterio de Cristo mucho más claro que los mismos sabios de Israel. De esta manera se quiere expresar que Jesús es el Salvador de todo ser humano.

Una palabra del Santo Padre:

«Cuando se perfila en el horizonte de la existencia una respuesta como ésta, queridos amigos, hay que saber tomar las decisiones necesarias. Es como alguien que se encuentra en una bifurcación: ¿Qué camino tomar? ¿El que sugieren las pasiones o el que indica la estrella que brilla en la conciencia? Los Magos, una vez que oyeron la respuesta «en Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta» (Mt 2,5), decidieron continuar el camino y llegar hasta el final, iluminados por esta palabra.

Desde Jerusalén fueron a Belén, es decir, desde la palabra que les había indicado dónde estaba el Rey de los Judíos que buscaban, hasta el encuentro con aquel Rey, que es al mismo tiempo el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También a nosotros se nos dice aquella palabra. También nosotros hemos de hacer nuestra opción. En realidad, pensándolo bien, ésta es precisamente la experiencia que hacemos en la participación en cada Eucaristía.

En efecto, en cada Misa, el encuentro con la Palabra de Dios nos introduce en la participación del misterio de la cruz y resurrección de Cristo y de este modo nos introduce en la Mesa eucarística, en la unión con Cristo. En el altar está presente al que los Magos vieron acostado entre pajas: Cristo, el Pan vivo bajado del cielo para dar la vida al mundo, el verdadero Cordero que da su propia vida para la salvación de la humanidad. Iluminados por la Palabra, siempre es en Belén – la «Casa del pan» – donde podremos tener ese encuentro sobrecogedor con la indecible grandeza de un Dios que se ha humillado hasta el punto hacerse ver en el pesebre y de darse como alimento sobre el altar».

Benedicto XVI. Discurso en el encuentro con los jóvenes a las orillas del río Rhin. 18 de agosto 2005

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Dos actitudes realmente opuestas ante el Niño Jesús: los magos del Oriente y Herodes. Ante el misterio de Jesús Sacramentado en el altar, ¿cuál es mi actitud? 

2. Los sabios del Oriente le hacen tres ofrendas al Niño. ¿Qué le voy a ofrecer a Jesús para este año que iniciamos?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525 -526. 528-530.

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