domingo, 30 de mayo de 2010

{Meditación Dominical} Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Ciclo C. «Comieron todos y se saciaron»

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo C

«Comieron todos y se saciaron»

 

Lectura del libro del Génesis 14, 18-20

«Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: "¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!" Y diole Abram el diezmo de todo.»

 

Lectura de la primera carta a los Corintios 11, 23-26

«Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío". Asimismo también la copa después de cenar diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío". Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.»

 

Lectura del Evangelio según San Lucas 9, 11b-17

 

«Él, acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: "Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado". El les dijo: "Dadles vosotros de comer".

 

Pero ellos respondieron: "No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente". Pues había como 5.000 hombres. El dijo a sus discípulos: "Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta". Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas


Este Domingo celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. En la lectura¡ del Evangelio, San Lucas describe la multiplicación de los panes de un modo que deja transparentar un milagro más grande: la Santa Eucaristía. La lectura del Antiguo Testamento (Primera Lectura) muestra la misteriosa figura del rey-sacerdote Melquisedec[1] que ofrece a Abrahán pan y vino como signo de hospitalidad, de generosidad y de amistad. La Segunda Lectura contiene un valioso testimonio ya que es el relato más antiguo sobre la institución de la Eucaristía.

 

I¿Cuándo comenzó la fiesta del Corpus?

 

El origen de esta Solemnidad que se celebra el jueves o el Domingo[2] posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad, se remonta a la devoción al Santísimo Sacramento que se dio en el siglo XII en la cual se resaltaba de manera particular la presencia real de «Cristo total» en el pan consagrado. Este movimiento estaba también vinculado al deseo, propio de la época, de «ver» las especies eucarísticas. Esto llevó, entre otras cosas, a comenzar a elevar la hostia y el cáliz después de la consagración. Esta práctica se inició en la ciudad de Paris alrededor del año 1200.  

 

En medio de este ambiente, una serie de visiones de una religiosa cisterciense, Santa Juliana (priora de la abadía de Mont Cornillón que quedaba a las afueras de Lieja en Bélgica), en el año 1209, dio un fuerte estímulo a la introducción de una fiesta especial al Sacramento de la Eucaristía. Juliana habría tenido la visión de un disco lunar en el cual había una parte negra. Eso fue interpretado como la falta de una fiesta eucarística en el ciclo litúrgico. Por su intercesión y la de sus consejeros espirituales, el obispo de Lieja, Roberto de Thorete, introdujo esta fiesta, por primera vez en su diócesis en el año 1246.

 

El año 1264, el Papa Urbano IV (Jacques Pantaleón), que en la época de las visiones era archidiácono de Lieja, estableció la solemnidad para la Iglesia universal. Los textos litúrgicos fueron redactados por Santo Tomás de Aquino. Sin embargo la causa inmediata que determinó a Urbano IV establecer oficialmente esta fiesta fue un hecho extraordinario ocurrido en 1263 en Bolsena, cerca de Orvieto, donde se encontraba ocasionalmente el Santo Padre. Un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales – donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa - en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

 

J «Dadles vosotros de comer...»

 

Se ha elegido para esta solemnidad el Evangelio de la multiplicación de los panes por su relación con el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En efecto, el Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan como alimento, alimento de vida eterna, para nutrir la vida divina a la cual hemos nacido en el Bautismo. Así como Jesús nutrió a la multitud en el desierto, así nos nutre con el pan de vida eterna. El hecho evoca fuertemente ese otro momento de la historia, que estaba siempre vivo en la memoria del pueblo, en que Dios, después del éxodo, «en el desierto»[3], nutrió a su pueblo con el pan del cielo. Ese pan del desierto era pan milagroso, pero material; este pan de la Eucaristía es pan milagroso, pero celestial. Observemos el episodio evangélico más de cerca.

 

Seguía a Jesús una multitud de cinco mil hombres «sin contar mujeres y niños» (ver Mt 14,21). Él «los acogía, les hablaba acerca del Reino de Dios y curaba a los que tenían necesidad de ser curados». Pero comenzó a declinar el día, y se acercan los Doce a decirle que despida de una vez a la gente para que «vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar desierto». La sugerencia de los Doce es de lo más sensata, pues para cualquiera era obvio que allí no había alimento para toda esa multitud. Jesús les dice con toda naturalidad: «Dadles vosotros de comer». ¡¿Cómo?! ¿Lo dice en serio? ¿Acaso no se da cuenta de la situación? Nada indica que Jesús esté «bromeando». Por otro lado, es imposible que Él no capte la situación. La única alternativa que queda en pie es que lo diga en serio y con perfecta conciencia de lo que está diciendo: ¡Los apóstoles tienen que dar de comer ellos mismos a los cinco mil! Eso es exactamente lo que ha pedido el Maestro. 

 

Ellos, en cambio, al oír el mandato de Jesús, se quedan con la idea de que él no capta la situación y tratan de hacerle comprender: «No tenemos más que cinco panes y dos peces». ¡No es suficiente! Y ponen una alternativa imposible para hacer ver lo absurda que es la orden de Jesús: «A no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». ¿Cuánto se habría necesitado para alimentar no menos de ocho mil personas? Da entonces esta otra orden a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Esta orden no les parece absurda y la obedecen. Aunque ciertamente seguirán preguntándose: ¿Qué va a hacer? El relato sigue: «Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los sirvieran a la gente». Y no tocó a cada uno un pedacito minúsculo de pan, como si Jesús hubiera partido cada pan en mil pedazos. No, el resultado es éste: «Comieron todos hasta saciarse y de los trozos que sobraron se recogieron doce canastos».

 

Jesús hizo un milagro admirable que es figura de la Eucaristía. Pero nos queda dando vueltas la pregunta: ¿Por qué dijo a los apóstoles: «Dadles vosotros de comer»? Es porque Él tenía decidido que el milagro se obrara por manos de sus apóstoles. Si ellos hubieran obedecido su mandato y hubieran empezado a partir los cinco panes, el milagro de la multiplicación lo habrían hecho ellos. Esto es lo que Jesús había dispuesto. Cuando, más tarde en la última cena, la víspera de su pasión, Jesús les da esta otra orden: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19), ellos le obedecieron y obtuvieron el resultado magnífico de hacer presente a Cristo mismo. Esto es lo que renueva cada sacerdote en la Eucaristía y es lo que celebra la Iglesia en este día.

 

Para una celebración más auténtica y digna

 

San Pablo busca corregir los abusos del ágape que precedía a la Eucaristía de la comunidad de Corinto, y eso fue lo que motivó el tema eucarístico de su carta. Recordemos que Corinto era la capital de la provincia romana de Acaya, situada en el istmo de Corinto y con sendos puertos a los golfos de Corinto y de Salónica. Fue un importante centro comercial y cultural. También era famosa por la inmoralidad que allí reinaba. Pablo reside en la ciudad alrededor de 18 meses por los años 50 y 52 fundando así una comunidad en esa ciudad. Luego al dejar la ciudad se entera de algunos problemas que busca aclarar en su carta. Los capítulos 11 al 14 asientan los principios para celebrar debidamente el culto divino en la Iglesia, especialmente con ocasión de la Cena del Señor. La carta ofrece una imagen clara de cómo los primeros cristianos se reunían en las reuniones. 

 

 Pero... ¿qué significa transubstanciación?

 

Manteniendo firme la fe en que la Eucaristía es Cristo mismo, la teología tiene la tarea de explicar cómo es que la vista, el tacto, el gusto y el olfato nos informan de que es pan y vino. La única explicación satisfactoria que hasta ahora se ha dado se expresa con la palabra «transubstanciación». Al decir el sacerdote: «Esto es mi Cuerpo», la sustancia del pan se convierte en la sustancia del Cuerpo de Cristo y al decir: «Este es el cáliz de mi Sangre», la sustancia del vino se convierte en la sustancia de la Sangre de Cristo. Pero los accidentes del pan y el vino –color, tamaño, contextura, sabor, olor, etc.- permanecen y éstos son los que captan nuestros sentidos, excepto el oído, que es el único que nos informa con verdad. La sustancia de una cosa es lo que la cosa es; pero no se llega a ella sino a través de sus accidentes que informan a nuestros sentidos. Así es como sabemos que esto es pan y no otra cosa. En el caso de la Eucaristía, la sustancia del pan se convierte en la sustancia del Cuerpo de Cristo, pero los accidentes del pan permanecen. Los accidentes del pan permanecen sin ninguna sustancia que los sustente; los sustenta el poder divino. Este es el milagro de la Eucaristía. Con su acostumbrada precisión, refiriéndose a la Eucaristía, Santo Tomás dice: «En ti la vista, el tacto y el gusto nos engañan; sólo al oído se puede creer con seguridad» (Himno "Adoro te devote"). El mismo Santo exclama: «Oh cosa admirable: come a su Señor el pobre, el siervo y el más humilde» (Himno "Panis angelicus").

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

« "Tantum ergo sacramentum veneremur cernui": "Adoremos, postrados, tan gran sacramento". En la santa Eucaristía está realmente presente Cristo, muerto y resucitado por nosotros. En el pan y en el vino consagrados permanece con nosotros el mismo Jesús de los evangelios, que los discípulos encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas tocó Tomás, postrándose en adoración y exclamando: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28; cf. 20, 17-20).


En el Sacramento del altar se ofrece a nuestra contemplación amorosa toda la profundidad del misterio de Cristo, el Verbo y la carne, la gloria divina y su tienda entre los hombres. Ante él no podemos dudar de que Dios está "con nosotros", que asumió en Jesucristo todas las dimensiones humanas, menos el pecado, despojándose de su gloria para revestirnos a nosotros de ella (cf. Jn 20, 21-23).

 

En su cuerpo y en su sangre se manifiesta el rostro invisible de Cristo, el Hijo de Dios, con la modalidad más sencilla y, al mismo tiempo, más elevada posible en este mundo. A los hombres de todos los tiempos, que piden perplejos: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), la comunidad eclesial responde repitiendo el gesto que el Señor mismo realizó para los discípulos de Emaús: parte el pan. Al partir el pan se abren los ojos de quien lo busca con corazón sincero. En la Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Jesús y su amor inconfundible, que se entrega "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Y en Él, en ese gesto suyo, reconoce el rostro de Dios.

 

"Ecce panis angelorum..., vere panis filiorum": "He aquí el pan de los ángeles..., verdadero pan de los hijos". Con este pan nos alimentamos para convertirnos en testigos auténticos del Evangelio. Necesitamos este pan para crecer en el amor, condición  indispensable para reconocer el rostro de Cristo en el rostro de los hermanos».

 

Juan Pablo II. Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi. 14 de junio del 2001

 

'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. El Cuerpo y la Sangre de Cristo es la presencia real y sustancial de Cristo mismo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Si alguien pudiera estimar el valor de Dios –cosa, por cierto, imposible-, podría estimar el valor del misterio que celebramos hoy. Resulta entonces inexplicable la indiferencia y frialdad con que muchos católicos tratan este misterio. Es explicable sólo por ignorancia o, lo que es peor, por la indiferencia y frialdad que tienen hacia Dios mismo. ¿Cómo me aproximo al misterio de Dios - Hombre que se da como alimento a cada uno de nosotros?

 

2. ¿Fomento el ir a a misa los Domingos en familia buscando vivir de verdad el «día del Señor»?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1373 - 1380.   

 



[1] Melquisedec (del hebreo: Sedec es mi rey): rey y sacerdote del Dios Altísimo en Salem (probablemente la que será la ciudad de Jerusalén), que salió al encuentro de Abrahán y lo bendijo después de una batalla con Quedorlaomer y otros reyes. Melquisedec sale a recibir al Patriarca con pan y vino no quedando claro quién le da el diezmo a quién. Años después leemos en el Salmo 110,4 refiriéndose al sacerdocio del mesías como sacerdote eterno según la orden de Melquisedec, recordando así que David había conquistado Jerusalén (1,000 a.C.) y por lo tanto heredado la dinastía de reyes-sacerdotes iniciada por Melquisedec. En la carta a los Hebreos se dice que Jesús es el Sumo Sacerdote «para siempre según el rito de Melquisedec». Como Melquisedec, Jesús es Rey de toda la Creación y Sacerdote  porque ofreció el sacrificio de su propia vida.  

[2] En el Perú la Solemnidad se traslada para el Domingo salvo en las ciudades de Cajamarca y Cuzco.

[3] Ver Éxodo 16.

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