miércoles, 26 de mayo de 2010

{Meditación Dominical} Santísima Trinidad

Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo C

«Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa»

 

Lectura del libro de Proverbios 8, 22-31

 

«"Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra.  Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua.  Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas, fui engendrada.  No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe.

 

Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo,  cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando al mar dio su precepto - y las aguas no rebasarán su orilla - cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo,  jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres".»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos  5, 1-5

 

«Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 16, 12-15

 

«Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

¿Podemos, por la razón humana, conocer y entender plenamente el misterio central de la fe y de la vida cristiana? «Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios»[1].

 

Las lecturas bíblicas de este Domingo nos introducen, poco a poco, en el misterio de la Santísima Trinidad. En el Evangelio vemos como se acentúan claramente la acción y guía del Espíritu Santo, que Jesús llama Espíritu de la verdad, en el camino de nuestra vida cristiana hacia el Padre en la fe, la esperanza y el amor (Segunda Lectura). Vemos también como la sublime revelación de la vida íntima de Dios se muestra anticipadamente en el Antiguo Testamento (Primera Lectura).

 

¿Un anticipo de la Trinidad en el Antiguo Testamento?

 

El texto de la Primera Lectura del libro de los Proverbios[2] forma parte de un canto poético en que se describe una personificación literaria de la Sabiduría de Dios. Este proceso de personificación en la literatura sapiencial culmina con el libro de la Sabiduría  7,22-8,1 donde aparece la Sabiduría como atributo divino y colaborando con Dios en la obra de la creación (ver Eclo 24,1ss). En algunos comentarios bíblicos leemos que este pasaje puede entenderse como un anticipo y un puente tendido a la revelación trinitaria del Nuevo Testamento donde Cristo es llamado de Palabra de Dios (Logos) en el prólogo de San Juan (ver 1 Cor 1, 23-30[3]).  Es la gran verdad que expresa San Agustín diciendo que el Nuevo Testamento se esconde en el Antiguo y que éste se manifiesta en el Nuevo (ver Mt 5,17).  

 

El misterio de Dios

 

El misterio[4] de la Santísi­ma Trinidad es el misterio central de nuestra fe y de nuestra vida cristiana porque es el más cercano a Dios mismo. Con la formulación del misterio de la Trinidad la Iglesia osa expresar la verdad acerca de la intimidad de Dios siendo éste inaccesible por la sola luz de la razón humana. Es un dogma de la religión bíblica que Dios es infi­nitamente perfecto y tras­cen­dente y que ningún hombre lo puede ver: «Y añadió: "Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo"» (Ex 33,20). Pero no es porque sea oscuro, ajeno o lejano de los hombres; sino todo lo con­trario. Nadie puede verlo porque es dema­siado luminoso y está demasiado cerca de nosotros.

 

Para expre­sar a los paganos la cercanía del Dios que él anun­ciaba, San Pablo dice en el Areópago de Atenas: « (Dios) no se encuen­tra lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivi­mos, nos movemos y existi­mos» (Hch 17,27- 2­8). Y de Él nos dice San Agus­tín: «Es más íntimo a mí que yo mismo». Dios nos es desco­nocido, no por defecto, como sería una cosa oscu­ra, sino por exceso: nuestra vista queda enceguecida por su excesi­va luz; nuestra inteligencia no es capaz de entender su excesiva verdad. San Pablo en su carta a Timoteo prorrumpe en esta alabanza: «Al Bienaventurado y único Soberano, al Rey de reyes y Señor de los señores, al único que posee inmor­talidad, que habita una luz inaccesi­ble, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, a Él el honor y el poder por siempre» (1Tim 6,15-16).

 

«Señor, muéstranos al Padre...»

 

Podemos pensar con qué entusiasmo habrá hablado Jesús de su Padre, ya que tenía la misión de  anunciarlo (ver Jn 1,18); pero que no resultaba tan claro lo que provoca en el apóstol Felipe el ruego de: «Señor, muéstranos al Padre y nos bas­ta» (Jn 14,8). El apóstol revela suficiente comprensión como para afirmar con razón: «eso basta»; pero, por otro lado, revela poca com­prensión, como se deduce de la respuesta de Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me cono­ces, Feli­pe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn 14,9-10).

 

Nosotros hemos conocido a Dios como Padre en Cristo, en su actitud filial y en su ense­ñanza. Uno de los puntos centrales de la revelación cris­tiana es que Dios es Padre. Es Padre de Cristo y es Padre nuestro. Pero resulta claro en el Evangelio que Dios es Padre de Cristo en un sentido y es Padre nuestro en otro senti­do, ambos igualmente verdaderos, pero infinitamente dis­tintos.

 

Por eso no hay ningún texto en el cual Jesús se dirija a Dios diciendo: «Padre nuestro», incluyéndonos a nosotros. Cuando enseña la oración del cristiano dice: «Vosotros orad así: Padre nues­tro...».Por el contrario, es constante e intencional su modo de llamar a Dios: «Padre mío» o «mi Padre». Incluso hace la distinción explícitamente, cuando dice a María Magdale­na: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17).

 

 De esta manera nos enseña que Dios es Padre suyo por natura­leza y es Padre nuestro por adopción. El Padre y el Hijo poseen la misma naturaleza divina, ambos son la misma sustancia divina. Por eso en el Credo profesamos la fe en el Hijo, «engendrado no creado, de la misma natura­leza (de la misma sustancia) que el Padre».

 

Somos hijos en el Hijo

 

El Evangelio de hoy es la última de las cinco prome­sas del Espíritu Santo que hizo Jesús a sus discípulos durante la última cena. Ya hemos visto cómo había dicho a sus apósto­les: «El que me ve a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesucristo hace visi­ble al Padre. Pero esto no lo experimentaban los apóstoles en ese momento. Era necesa­rio que viniera el Espíritu Santo. Por eso Jesús dice: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad com­pleta». El Espíritu Santo hará que los apóstoles crean que Cristo es el Hijo de Dios; de esta manera, podrán ellos, viendo a Cristo, ver al Padre. Eso es todo. Por eso Jesús repite dos veces: «El Espíritu Santo tomará de lo mío y os lo anunciará a vosotros». Pero precisamente en este anuncio de Cristo como Hijo consiste la revelación del Padre.

 

En efecto, Cristo lo dice: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Por eso, toman­do lo de Cristo y anunciándolo a nosotros, el Espíritu Santo revela al mismo tiempo al Padre y al Hijo. Así alcanzamos el conocimiento del Dios verdadero. Al asumir la naturaleza humana, sin dejar la divina, el Hijo de Dios dio al ser humano acceso a la filiación divina. Por eso se dice que los bautizados somos «hijos en el Hijo». Pero todo esto sería externo a nosotros y nadie podría vivir como hijo de Dios si no fuera habilitado por el Espíritu Santo. Lo más propio de Cristo es su condición de Hijo de Dios y es precisamente esto lo que el Espíritu Santo debe tomar de Él y comunicarlo a nosotros.

 

¿Por qué es importante conocer la Santísima Trinidad?

 

En este Domingo de la Santísima Trinidad cada uno debe veri­ficar si sabe formular este misterio tal como es revelado por Cristo y enseñado por la Iglesia. Los cristianos adoramos un sólo y único Dios, pero este Dios no es una sola Persona, sino tres Personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de única natura­leza divina e iguales en la divinidad. Esto significa que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, y que el Espíritu Santo es Dios. Dirigiéndonos en la oración o en el culto cristiano a cada una de estas Personas divinas nos dirigi­mos al mismo y único Dios.

 

 Conocer al Dios verdadero no es algo indiferente o que dé lo mismo, pues de esto depende la vida eterna. Así lo declara Jesús en la oración sacerdo­tal, dirigiéndose al Padre: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado Jesucristo» (Jn 17,3). Jesús formula su misión en este mundo de esta manera: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Eso equivale a decir: «He venido para dar al mundo el conocimiento del Dios verdadero».

 

Esto es lo que encontramos en la Segunda Lectura: toda nuestra vida cristiana es enteramente trinitaria y consiste en caminar hacia el Padre por medio de Jesucristo y guiados por el Espíritu Santo. Puesto que  «no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» (Dei Verbum 4,2), es nuestra misión vivir de acuerdo a nuestra dignidad de ser «hijos en el Hijo». No se trata de una verdad meramente especulativa sino de una realidad viva, dinámica, operante y reconciliadora del hombre. Toda la vida cristiana es vida de filiación adoptiva, fruto gratuito del amor que Él nos tiene. De Él hemos recibido la fe y el acceso a la gracia que alimenta nuestra esperanza en medio de las tribulaciones presentes. Esta esperanza se alimenta del «amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». ¡Pidamos constantemente el don de la esperanza en nuestras vidas!    

 

Una palabra del Santo Padre:

 

«"Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 5,1). Como hemos escuchado en la segunda lectura, para el apóstol San Pablo la santidad es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo. En efecto, la fe en Él es principio de santificación. Por la fe el hombre entra en el orden de la gracia; por la fe espera participar en la gloria de Dios. Esta esperanza no es un espejismo, sino fruto seguro de un camino ascético en medio de numerosas tribulaciones afrontadas con paciencia y virtud probada. Ésta fue la experiencia de san Luis Scrosoppi, durante una vida gastada totalmente por amor a Cristo y a sus hermanos, especialmente los más débiles e indefensos. "¡Caridad, caridad!": esta exclamación brotó de su corazón en el momento de dejar el mundo para ir al cielo. Practicó la caridad de modo ejemplar, sobre todo con las muchachas huérfanas y abandonadas, implicando a un grupo de maestras, con las que fundó el instituto de las "Religiosas de la Divina Providencia"...


"Grande es su amor por nosotros". El amor de Dios a los hombres se manifestó con particular evidencia en la vida de san Agustín Roscelli, a quien hoy contemplamos en el esplendor de la santidad. Su existencia, totalmente impregnada de fe profunda, puede considerarse un don ofrecido para la gloria de Dios y el bien de las almas. La fe lo hizo siempre obediente a la Iglesia y a sus enseñanzas, con una dócil adhesión al Papa y a su obispo. La fe le proporcionó consuelo en las horas tristes, en las grandes dificultades y en las situaciones dolorosas. La fe fue la roca sólida a la que supo aferrarse para no ceder jamás al desaliento».  

 

Juan Pablo II. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. 10 de junio de 2001

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1. Recemos en familia el Salmo 8 que es el salmo responsorial de este Domingo y agradezcamos a Dios por su infinita misericordia al habernos llamado a la vida.

 

2. «La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios»San Ireneo de Lyon. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre de acuerdo a su fe cristiana. ¿Cómo vivo esta realidad? ¿Soy coherente con mi fe?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 232- 267.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                 



[1] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 44.

[2] El libro de los Proverbios es una colección de sentencias y proverbios sapienciales que buscan orientar a los jóvenes sobre la manera de llevar una vida buena y piadosa. La mayor parte son buenos y sabios consejos escritos de manera popular, como era corriente también en los pueblos vecinos a Israel. Gran parte del libro data probablemente del tiempo de los primeros reyes de Israel. El libro comienza con una sección que elogia la sabiduría (1-9). El resto contiene seis colecciones de sentencias (10, 1-31,9) y termina con un poema sobre la mujer ideal (31, 10-31).       

[3] «Un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,24)

[4] Misterio, desde la teología cristiana, es una verdad revelada por Dios para nuestra Salvación y Reconciliación. «El misterio siempre está fuera del alcance del hombre, por ser cualitativamente distinto de todos los demás objetos de paciencia humana; pero al mismo tiempo tiene relación con el hombre; nos pertenece, obra en nosotros, y su revelación ilumina nuestras ideas sobre nosotros mismos» (Henri de Lubac. Paradoja y Misterio de la Iglesia, pp. 38-39).   

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