lunes, 24 de octubre de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 31 del Tiempo Ordinario. Ciclo A y Señor de los Milagros

Domingo de la Semana 31 del Tiempo Ordinario.  Ciclo A

«El que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

 

Lectura del profeta Malaquías 1,14b.2,2b. 8-10

 

«¡Que yo soy un gran Rey, dice Yahveh Sebaot, y mi Nombre es terrible entre las naciones! Yo lanzaré sobre vosotros la maldición  y maldeciré vuestra bendición; y hasta la he maldecido ya, porque ninguno de vosotros toma nada a pecho. Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis invalidado la alianza de Leví, dice Yahveh Sebaot. Por eso yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, de la misma manera que vosotros no guardáis  mis caminos y hacéis acepción de personas en la Ley. ¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios? ¿Por qué nos traicionamos los unos  a los otros, profanando la alianza de nuestros padres?»

 

Lectura de la Primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 2,7b-9.13

 

«Nos mostramos amables con vosotros, Como  una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio  ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos. Pues recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de  vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios. De ahí que también  de nuestra parte no cesamos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que  os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que  permanece operante en vosotros, los creyentes».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 23,1-12


 «Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.

 

Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”. «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

«Pues todo el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado». En estas palabras podemos resumir la idea principal del trigésimo primer Domingo del tiempo ordinario. Jesús nos presenta en admirable síntesis el camino de servicio, de sacrificio y coherencia que es propio de todo cristiano. El pasaje del Evangelio de San Mateo nos ofrece una crítica dura de Jesús a los escribas y fariseos, porque hacen todo sin una recta intención y «para ser vistos por los hombres».

 

Vemos, sin embargo, que ya en el siglo V a.C. el profeta Malaquías amonestaba a los sacerdotes que no obedecían al Señor, ni daban gloria a su nombre. A estos sacerdotes se les amenaza con cambiar su bendición en maldición. Se han apartado del camino y han hecho tropezar a muchos (Primera Lectura). En una actitud opuesta tenemos en San Pablo un testimonio de preocupación y dedicación por llevar el Evangelio de Dios a todos. Se preocupa de los fieles de la comunidad de Tesalónica como una madre se preocupa de sus hijos; desea no sólo entregar la Palabra de Dios, sino su misma persona; trabaja, se fatiga, da ejemplo para no importunar a nadie. Finalmente se alegra porque acogen la Palabra, no como palabra humana, sino como lo que es en verdad: la Palabra de Dios. San Pablo es el apóstol que no busca la vanagloria de los hombres sino ser servidor de todos y es por eso que es enaltecido (Segunda Lectura).

 

«Haced y observad todo lo que os digan»

 

El capítulo 23 de Mateo se ubica a continuación de algunas preguntas puestas a Jesús de parte de los fariseos y los saduceos para hacerlo caer y poder perderlo. Pero Jesús, no obstante su infinita humildad y mansedumbre, demuestra no ser un ingenuo. En todos los casos capta inmediatamente dónde está la trampa y escapa de ella. Jesús nos proporciona un ejemplo de la actitud que Él mismo reco­mienda a sus discípu­los: «Sed prudentes como las ser­pientes y sencillos como las palomas» (Mt 10,16). Ésta es la actitud que expresa bien San Pablo cuando escribe a sus destinatarios: «Hermanos, no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio» (1Cor 14,20). En particular, hemos visto un caso en que los fari­seos se acer­can a Él con actitud deferente y hasta adula­dora, dicién­dole: «Maes­tro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios según la verdad» (Mt 22,16). Pero ésa era una acti­tud hipócri­ta. Si esas palabras hubieran sido sin­ceras, enton­ces hubieran debido hacer­se discípulos de Jesús.

 

En cambio, «trataban de dete­ner­lo» y si no lo hicieron fue solamente porque «tu­vie­ron miedo a la gente que lo tenía por profe­ta» (Mt 21,46). Queda así en evidencia que, en el caso de esos fari­seos, su palabra dice una cosa; pero su cora­zón piensa otra. Por eso tiene razón Jesús cuando advierte a sus discípu­los: «Sobre la cátedra de Moisés se han sentado los escri­bas y fariseos. Haced pues y ob­servad lo que os digan; pero no imitéis su con­ducta, por­que dicen y no hacen». Acerca de esta frase nos dice Orígenes: «¿Qué cosa hay más miserable que un doctor, cuyos discípulos se salvan no siguiendo su ejemplo, y se condenan cuando le imitan?». En la norma que da a sus discípulos Jesús demuestra estar lejos de ser un «subversivo» o un rebelde: «Haced y observad todo lo que os digan». Jesús manda obedecer a la autoridad reli­giosa, aunque por su conducta ella se haya hecho indigna de ser imitada.

 

Los separados

 

Fariseo, en realidad, no es sinónimo de hipócrita. Pero en el uso normal ha asumido ese significado, por culpa de algunos de ellos, que a causa de su actitud, mere­cieron esas denuncias de parte de Jesús. La palabra hebrea «perushim», de donde viene el término «fariseos», significa «separados», y describía al grupo de los que se ubicaban aparte del resto del pueblo para poder cumplir estrictamente todas las normas de la ley, en particu­lar las que se refieren a la pureza. En los tiempos de Jesús deben de haber sido alrededor de seis mil miembros y al igual que los esenios se los relacionaba ordinariamente con los hasidim (los piadosos) que en tiempo de los macabeos lucharon encarnizadamente contra la influencia pagana (ver 1Mac 2,42). Contaba entre sus miembros a la totalidad de los doctores de la ley, como también a cierto número de sacerdotes.

 

Es preciso notar las cualidades que dieron origen a sus excesos. Jesús reconoce su celo (Mt 23,15), su solicitud por la perfección y por la pureza (Mt 5,20) inclusive a uno de ellos le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Pablo subraya su voluntad de practicar minuciosamente la ley y hay que felicitarlos por su adhesión a tradiciones orales vivas. Pero escudándose en su ciencia legal aniquilan el precepto de Dios con sus tradiciones humanas (Mt 15,1-20); desprecian a los ignorantes en nombre de su propia justicia (Lc 18,11); impiden todo contacto con los pecadores y los publicanos limitando así su horizonte al amor de Dios; consideran incluso que tienen derechos para con Dios en nombre de su práctica (Mt 20,1-15; Lc 15,25-30).

 

La vanagloria de los fariseos se ejercitaba, entre otras cosas, en las filacterias (tephillim, o, más raramente, totaphoth) que consistían en unas capsulitas, donde iban enrolladlas tiras de pergamino en que estaban escritos algunos pa­sajes de los libros sagrados (Ex 13,1-10,13 11‑16; Dt 6,4‑9; 11,13-21). Durante la plegaria, el israelita se aplicaba (y se aplica aún) las tiras sobre la frente y el brazo izquierdo, significando seguir así literal­mente la prescripción contenida en Dt 6, 8. Los vanidosos se procuraban tiras más amplias y vistosas, para impresionar más, y otro tanto hacían con las franjas del vestido, que tenían también un significado religioso y eran usadas incluso por Jesús.

 

«Uno sólo es vuestro Maes­tro... uno solo es vuestro Guía: el Cristo»

 

Jesús sigue explicando en qué forma ellos «dicen y no hacen». Y lo dice en su forma propia casi gráfica de hablar: «Atan cargas pesadas y las echan en las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas». ¡Qué diferencia con Jesús! Jesús enseña el precepto del amor al prójimo, pero Él fue el primero en cumplirlo como lo hace notar el Evangelio: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Y ese extremo fue dar la vida por ellos. Por eso Jesús es un maestro que da gusto no sólo escuchar sino tam­bién seguir, imitando el ejemplo de su vida. Así compara Él su propia doctrina con la de los fariseos: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de cora­zón... Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30). Éste es el maestro que nos conviene escuchar, éste es el guía que nos conviene seguir: «Uno sólo es vuestro Maes­tro... uno sólo es vuestro Guía: el Cristo».

 

Los fariseos no sólo imponen a la gente preceptos que ellos no cumplen, sino que les gusta ser alabados por la gente: «Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres». Jesús, en cambio, da a sus discípulos la norma opuesta: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos» (Mt 6,1); y ordena hacer el bien de manera tan oculta, que no sólo sea ignorado por los hombres, sino que «ni siquiera sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha» (Mt 6,3). Los fariseos «quieren el primer puesto en los banque­tes y los prime­ros asientos en las sinagogas, que se los salude en las plazas y que la gente los llame 'Rabbí'». Jesús, en cambio, da a sus discípulos esta norma: «Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te sientes en el primer puesto... al contrario, vete a sentarte en el último puesto» (Lc 14,8.10). Jesús rehuyó todo honor y toda ostentación. Para describir su tenor de vida dijo a uno que quería seguirlo: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). Y cuando alguien se dirigió a Él diciéndo­le: «Maestro bueno», Él rechazó este título respondiendo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (Mc 10,17-18).

 

La conclusión de todo esto es la siguiente: «El mayor entre vosotros que sea el servidor vuestro. Pues el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalza­do». Ésta debió ser una enseñanza frecuente de Jesús, puesto que el Evangelio la repite varias veces. Nada describe mejor el ejemplo de Jesús mismo que «siendo de categoría divina, se despojó y tomó la condición de sier­vo». Jesús es el único que merece el título de «Maestro» porque su vida es infinitamente coherente con su enseñan­za; Él es un maestro que «dice y hace». Por eso no es difícil «hacer y observar todo lo que Él dice».

 

«Mirad que yo envío mi mensajero…»

 

Malaquías es el último de los doce profetas menores del Antiguo Testamento, vivió alrededor al año 500. A.C. Ya se había reedificado el Templo después del destierro babilónico. Pero la gente no servía de todo corazón a Dios. «Convertíos», decía Malaquías, «¡Dejad de defraudar  al Señor! ¡No sigáis poniendo a prueba su paciencia!». Los sacerdotes han invalidado la Alianza de Leví (la casta sacerdotal), porque convierten la ley en escándalo para el pueblo y porque la aplican según intereses personales.

 

El nombre de Malaquías significa «mi mensajero». Como mensajero de Dios el profeta habló de  la venida del Mesías y acerca del gran día  de la justicia y del juicio divino: «He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible» (Mal 3,23). El último de los profetas concluye su profecía anunciando el retorno del primer profeta: Elías. Ese Elías que retorna es Juan Bautista (ver Lc 1,17; Mt 17,1).

 

Una palabra del Santo Padre:

 

«Todo el que ejerce el sacerdocio no lo ejerce sólo para sí, sino también para los demás… El mismo pensamiento expresó Jesucristo cuando, para mostrar la finalidad de la acción de los sacerdotes, los comparó con la sal y con la luz. El sacerdote es, por lo tanto, luz del mundo y sal de la tierra. Nadie ignora que esto se realiza, sobre todo, cuando se comunica la verdad cristiana; pero ¿puede ignorarse ya que este ministerio casi nada vale, si el sacerdote no apoya con su ejemplo lo que enseña con su palabra?

 

Quienes le escuchan podrían decir entonces, con injuria, es verdad, pero no sin razón: Hacen profesión de conocer a Dios, pero le niegan con sus obras; y así rechazarían la doctrina del sacerdote y no gozarían de su luz. Por eso el mismo Jesucristo, constituido como modelo de los sacerdotes, enseñó primero con el ejemplo y después con las palabras: Empezó Jesús a hacer y a enseñar. Además, si el sacerdote descuida su santificación, de ningún modo podrá ser la sal de la tierra, porque lo corrompido y contaminado en manera alguna puede servir para dar la salud, y allí, donde falta la santidad, inevitable es que entre la corrupción».

 

San Pío X. Constitución Apostólica Haerent animo, 3.

 

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

 

1. Algunas veces solemos escuchar: «yo no voy a misa porque los que van son unos hipócritas: van, se golpean el pecho, y luego siguen viviendo en el pecado, abusando de la gente, etc.»¿Qué decirles? ¿Es razón (o excusa) que el otro sea un hipócrita para que tú no te exijas en vivir coherentemente tu fe? ¿No es por eso mismo que tú y yo debemos esforzarnos por ser coherentes con nuestra fe, por mostrar nuestra fe con obras?

 

2. Lo que hace al santo es el esfuerzo por ser coherente. El esfuerzo profundo, constante, por ser coherente. Esa es la clave. La coherencia. Si caigo o no caigo, bueno, son problemas sobre los cuales nadie puede juzgar. Pero lo que a nosotros como personas, a cada uno, nos interesa es: ¿soy yo una persona que se esfuerza realmente?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 575- 582.

 

 

 

 

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