lunes, 23 de mayo de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 6ª de Pascua. Ciclo A «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito»

Domingo de la Semana 6ª de Pascua. Ciclo A

 «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito»

 

Lectura del libro de  los Hechos de los Apóstoles  8,5-8.14-17

 

«Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados.

 

Y hubo una gran alegría en aquella ciudad. Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo».

 

Lectura de la Primera carta de San Pedro 3,15-18

 

«Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo. Pues más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal. Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 14, 15-21

 

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él".»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

 El vínculo entre las lecturas

 

«Yo rogaré al Padre y Él les enviará otro Paráclito que esté siempre con ustedes». Esta frase del Evangelio unifica la liturgia de la Palabra previo a la Ascensión y a Pentecostés. La naciente Iglesia ha vivido una larga experiencia de encuentro con Jesucristo Resucitado y ahora anuncia su partida. Pero Jesucristo nunca dejará sola a su Iglesia. Revela el misterio Trinitario y promete la presencia de un Defensor: el Espíritu Santo. Este discurso de despedida del Señor nos hace crecer en la esperanza cristiana y exclamar, junto con el salmista, que el evento de Pentecostés es una «obra admirable» y que toda la tierra ha de aclamar al Señor pues ha hecho prodigios por los hombres.

 

Así los samaritanos, apóstatas del judaísmo, serán admitidos con alegría a la comunidad cristiana por la acción del Espíritu Santo que no hace acepción de personas, bastando sólo su conversión y aceptación de la Palabra de Dios (Primera Lectura). También, con la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús podrán los cristianos hacer el bien y así glorificar a Cristo en sus corazones; dando razón de su esperanza a todo el que se la pidiere (Segunda Lectura).

 

 «Yo enviaré otro Paráclito»

 

El Evangelio de este Domingo contiene la primera de las cinco promesas del Espíritu Santo que hace Jesús a sus apóstoles en su discurso de despe­dida durante la última cena: «Yo pediré al Padre, y os dará otro Paráclito..., el Espíritu de la verdad...» (Jn 14,16.17). Lo primero que llama la atención es el nombre dado al Espíritu Santo: «Paráclito». Este término es propio de San Juan en el Nuevo Testamento. Pertenece a un contexto jurídico y designa a quien viene en ayuda de otro, sobre todo en el curso de un proceso judicial. Habrá que tradu­cirlo, entonces, por asisten­te, defensor, abogado. Con este término queda insinuado el tema del conflicto de los discípulos con el mundo que vamos a leer en la Carta de San Pedro. En este conflic­to ellos no tienen que temer porque el Padre les dará un Paráclito. San Juan da al Espíri­tu Santo el nombre de «Paráclito» destacando el rol de asistencia que tiene en la tierra.

 

Algo que también nos llama la atención es que Jesús no promete «un Paráclito», sino «otro Paráclito». Si éste es «otro», ¿quiere decir que hay ya uno? En efecto. El primer gran defensor, el que ha estado con los discí­pulos y los ha asistido hasta ese momento, es Jesús mismo. Pero Jesús está anunciando su partida; cuando él haya partido, vendrá el Espí­ritu Santo, que es llamado «otro Paráclito», porque conti­nuará entre los discí­pulos la obra realizada por Jesús. En esta misma ocasión, diri­giéndose al Padre, Jesús destaca su rol de «defensor» en relación a sus discípulos: «Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido» (Jn 17,12). Esta es la tarea que tendrá ahora el Espíritu Santo.

 

 «No os dejaré huérfanos»

 

Jesús anuncia su partida inminente; pero asegura que volverá pronto a los suyos: «No os dejaré huérfanos[1]: volveré a vosotros». Este regreso no se refiere a las apariciones de Cristo Resucitado, sino a una presencia suya espiri­tual, inte­rior y permanen­te, según su promesa que leemos en la última frase del Evangelio de San Mateo: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Entonces sólo los discípu­los lo verán: «Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis». La capacidad de ver a Jesús vivo junto a los suyos será la obra del Espíri­tu Santo. Jesús dice claramente cuál es la condición para que alguien pueda verlo: «El que me ame... yo me manifestaré a él». Podemos precisar aun más esta condición: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama». Por tanto, para ver a Jesús es necesario amarlo, pero en la forma concreta de observar su voluntad. Esta condi­ción no la cumple el mundo. Por eso Jesús dice: «El mundo ya no me verá». Los discípu­los, en cambio, sí la cumplen: «Voso­tros sí me veréis».

 

Jesús, entonces, no se manifestará al mundo (Jn 14,22­). Y esto será porque al Pará­clito, que deberá reali­zar su presencia espiritual entre los hom­bres, «el mundo no puede reci­birlo, porque no lo ve ni lo cono­ce». La expresión «no puede» indica una incapacidad radical. La condición para recibir el Espíritu Santo es justamente la fe en Jesucristo. El Padre quiere dar el Pará­clito a petición de Jesús, pero el mundo es incapaz de recibir este don del Padre, porque no cree en Jesús. Al final de la frase Jesús indica otro motivo para esta incapacidad del mundo de reci­bir el Espí­ritu: «porque no lo ve ni lo conoce».

 

 ¿Cómo puede alguien «ver» el Espíritu?

 

El Evangelista San Juan usa aquí el verbo «theo­rein». Pero este verbo no se aplica nunca a una visión puramen­te espiritual. Si Jesús reprocha al mundo no «ver» el Espíri­tu, quiere decir que no logra perci­birlo a través de sus mani­festaciones exte­riores. Se trata aquí de las manifestaciones del Espíritu en la Persona, en el ministerio y en la palabra de Jesús mismo. Puesto que el mundo se ha mostrado incapaz de «ver-perci­bir» el Espíritu Santo actuando en la persona de Jesús, ahora no puede «reconocerlo». Por eso dice Jesús que el mundo es incapaz de recibir el Espíritu; el mundo no está en la disposición requerida para recibir este don del Padre. La situación de los discípulos es diametralmente opuesta. Es a los discípulos a quienes el Padre dará el Pará­clito, y por tanto, a ellos se manifestará Je­sús. Los discípulos, a diferencia del mundo, pueden recibir el Paráclito, porque ellos desde ahora están en la disposi­ción requerida: «vosotros sí lo conocéis, porque mora con vosotros».

 

Jesús se refiere a la situación de los discípulos antes de su partida. Durante la vida públi­ca de Jesús, el Espíritu estaba actuando en él. Y estando en Jesús, «mora con los discípulos», que fueron llamados para estar siem­pre con Jesús (ver Mc 3,14; Jn 1,39). Recordamos que la señal dada a Juan el Bautista es ésta: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1,33). Y los discí­pulos, a diferen­cia del mundo, son capaces de «ver», es decir dis­cernir, el Espíri­tu en acción en la vida, obras y palabras de Jesús. En efecto, ellos ya «cre­ían y sabían que Jesús era el Santo de Dios» (Jn 6,64). Por eso, Jesús dice en la última cena que ellos «conocen el Espíri­tu». Esta expe­rien­cia del Espíri­tu, este conoci­miento aún rudi­menta­rio e implícito que ellos tie­nen, es una condi­ción sufi­ciente para que puedan recibir el don del Espíri­tu.

 

Este Espíritu, el mundo no lo puede recibir, porque "el mundo" no echa de menos a Jesús. El mundo piensa que puede hacerlo todo sin Jesús. El contraste entre los discípulos y el mundo fue expresado por Jesús en esa misma ocasión cuando advirtió a sus discípulos: «Vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará». El mundo no necesita un Consolador ni un Defensor, pues se siente satisfecho y autosuficiente. Los discípulos, en cambio, recibirán el Espíritu y entonces se cumplirá lo anunciado por Jesús: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20).

 

 El Pentecostés samaritano

 

En la Primera Lectura vemos cómo se verifica la promesa de Jesús: el Espíritu Santo desciende por medio de Pedro y de Juan sobre los samaritanos, convertidos a la fe y bautizados en el nombre de Jesús, gracias a la predicación y curaciones del diácono Felipe (ver Hch 8, 5-17). Este pasaje constituye una suerte de «Pentecostés samaritano» al igual que en la casa del centurión romano Cornelio (ver Hch 10,44) donde baja el Espíritu Santo en suelo «pagano». Ambos casos son el eco del gran Pentecostés «judío» que leemos al principio de los Hechos de los Apóstoles (2,1-4). Es muy significativa la apertura de Samaría a la Buena Nueva, pues era una zona hostil al judaísmo. Diríamos que es casi pagana para los judíos, aunque con buena imagen en los distintos relatos evangélicos. Los samaritanos que estaban excluidos de la comunidad judía como herejes, entran ahora en la comunidad cristiana, el Nuevo pueblo de Dios, para adorar al Padre en espíritu y verdad, como Jesús dijo a la Samaritana (ver Jn 4,23).  

 

 Una palabra del Santo Padre:

 

«¿Podemos creer que rige todavía este plan de acción salvífica por el que nos llega y se cumple en nosotros la Redención de Cristo? Sí, hermanos; más aún, debemos creer que nuestro medio dicho plan continúa y se realiza, gracias a virtudes y suficiencia que vienen de Dios, el cual nos hizo idóneos como ministros del Nuevo Testamento, no de la letra, sino del Espíritu... que vivifica (2 Co 3, 6). Dudar sobre esto sería ofender a la fidelidad de Cristo a sus promesas; sería traicionar a nuestro mandato apostólico; sería privar a la Iglesia de la certeza de su carácter indefectible, seguridad fundada en la palabra divina y comprobada por el testimonio de la historia.

 

El Espíritu está aquí. No ya para valorizar con una gracia sacramental la obra que nosotros todos reunidos en Concilio estamos realizando, sino para iluminarla y guiarla para el bien de la Iglesia y de la humanidad entera. El Espíritu está aquí. Nosotros lo invocamos, nosotros lo esperamos, nosotros lo seguimos. El Espíritu está aquí. Recordemos esta doctrina y esta realidad presente, ante todo, para comprender, una vez más y en la medida más plena e inefable que nos es posible, nuestra comunión con Cristo viviente: es el Espíritu Santo quien con El nos une».

 

Pablo VI. Discurso inaugural de la III Sesión del Concilio Vaticano II, 14 septiembre de 1964.

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 


1. San Pedro nos dice: «dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza». ¿Soy capaz de dar razón de mi fe y de mi esperanza? ¿Qué medios concretos coloco para poder conocer mejor lo que creo? 

 

2. ¿Cómo puedo prepararme, en familia, para la gran fiesta del Espíritu Santo que será en dos semanas? Leamos las partes de la Biblia en donde se menciona la presencia del Espíritu Santo.

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 683 – 690. 1817-1821.

 

 

 

 



[1] En griego «orfanós»: esta palabra significa enlutado, privado de un ser querido, sin padres o sin hijos, huérfano. En la versión de los LXX se asocia habitualmente con «viuda» (ver Is 1,17). Algunas veces tiene sentido de abandonado, desamparado. En el NT este término figura solamente en dos casos: St 1,27 y Jn 14,18. 

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