lunes, 7 de marzo de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 1ª de Cuaresma. Ciclo A. «No tentarás al Señor tu Dios»

Domingo de la Semana 1ª de Cuaresma. Ciclo A

«No tentarás al Señor tu Dios»

 

Lectura del libro del Génesis 2, 7-9; 3,1-7

 

«Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

 

La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: "¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?" Respondió la mujer a la serpiente: "Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte".

 

Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal". Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.»

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 5,12-19

 

«Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron; - porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una trasgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir...

 

Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos! Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación.

 

En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. 19En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 4,1-11

 

«Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes". Mas él respondió: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna". Jesús le dijo: "También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios". Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: "Todo esto te daré si postrándote me adoras".

Dícele entonces Jesús: "Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto". Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

Una de las constantes en las lecturas de este primer Domingo de Cuaresma es la relación con el tentador y el mal. En este sentido el Evangelio nos ofrece un tema central para la vida cristiana: Jesucristo nos muestra cómo se puede venir y como vencer a la tentación. Por otro lado vemos a Adán que cede ante el tentador. Sin embargo así como por un sólo hombre ha entrado el pecado, la muerte y las rupturas en la creación; por un solo hombre, Jesucristo el Verbo Encarnado, ha venido la gracia y cuádruple  Reconciliación.

 

La Iglesia celebra hoy el primer Domingo de Cuaresma, que como su nombre lo indica, es un período de cua­renta días que terminará con el Domingo de Resurrec­ción donde cele­bramos la Pascua del Señor. Comienza, por tanto, cua­renta días antes de esa fecha - un día miércoles - con el signo austero y expre­sivo de las cenizas, que pues­tas sobre nues­tra frente, nos recuer­dan una verdad rotun­da: «Polvo eres y en polvo te con­verti­rás».

 

La primera caída y el Nuevo Adán

 

«Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron» (Rm 5,12). Esta frase de la carta de San Pablo a los Romanos se refiere al pecado de Adán, el padre de toda la humanidad. Por ese pecado de Adán entró la muerte en el mundo, pues a él Dios le había dicho: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn 2,17). Comprendemos que Adán muriera, porque él pecó habiendo sido advertido. Pero… ¿por qué «alcanzó la muerte a todos los hombres»?

 

El Catecismo de la Iglesia Católica nos responde: «Todo el género humano es en Adán «sicut unum corpus unius hominis» («Como el cuerpo único de un único hombre»). Por esta «unidad del género humano», todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto»[1]. 

 

El Evangelio nos relata la antípoda del pecado de Adán. El mismo que hizo caer a Adán e introdujo la muerte en el mundo va a intentar ahora hacer caer a Jesús. Pero el desenlace es infinitamente distinto. Dios había sentenciado a la serpiente antigua, refiriéndose a uno que sería «descendencia de la mujer»: «Él te pisoteará la cabeza, mientras acechas tú su talón» (Gn 3,15). Si Adán es cabeza de la humanidad, Cristo, el nuevo Adán; lo es con mucho más razón. Si por el pecado de Adán entró la muerte, por la fidelidad de Cristo se nos devuelve la vida.

 

Esto es lo que Él mismo declara: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Considerando todo su misterio, el Evangelista afirma: «En él estaba la vida» (Jn 1,4). Este don es el que quería destruir el diablo y es el que destruye cada vez que nos tienta. Pero fue vencido por Cristo ya que «si por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte,... cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán todos» (Rm 5,17).

 

 «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu...»

 

El Evangelio de hoy comienza con el adverbio de tiem­po «entonces». Pero este adverbio no tiene sentido sino en relación a lo que precede. Y lo que precede inmediatamente es la voz del Padre que, en el bautismo de Jesús en el Jordán, declara: «Este es mi Hijo amado en quien me com­plazco» (Mt 3,17). ¿Qué relación hay entre esta declara­ción del Padre y las tentaciones en el desierto? Por otro lado, el Espíritu que se vio bajar sobre Jesús en forma de paloma, es el que ahora lo lleva al desierto; y lo lleva con una finalidad: «ser tentado por el diablo». ¿Cómo es posible que el Espíritu lo ponga en la situación de ser tentado?

 

Para responder a estas preguntas, debemos recordar que en la Biblia hay otro período caracterizado por el número cuarenta, esta vez «cuarenta años». Se trata del tiempo que Israel peregrinó por el desierto de Sinaí des­pués de su salida de Egipto antes de entrar en la tierra prometida. Ese tiempo también fue un período de prueba. Pero ¿qué relación tiene Israel con el «Hijo de Dios»? También a Israel, Dios lo llama «su hijo». Cuando manda a Moisés a pedir al Faraón la salida de Israel, le ordena decir estas palabras: «Así dice Yahveh: Israel es mi hijo, mi primogénito... Deja ir a mi hijo para que me dé cul­to» (Ex 4,22-23). Y el mismo Moisés dice al pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humi­llarte, pro­barte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Dt 8,2).

 

Siglos más tarde, comen­tando esos hechos, el profe­ta Oseas transmitía esta queja de Dios: «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llama­ba, más se alejaban de mí» (Os 11,1-2). Ese hijo, que Dios reconoce como «su hijo primogénito», fue infiel. Ahora, en cambio, respecto de Jesús, el Padre de­clara: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). E inme­diatamente después de estas palabras, sigue el viaje de Jesús al desierto y las tentacio­nes. Allí Jesús, igual que ese otro hijo que fue Israel, pasará un tiempo de prueba en el desierto; pero él se comportará como un Hijo fiel a su Padre, reparando así la infidelidad y el pecado de su pueblo.

 

«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes»

 

La Encarnación consiste en que el Hijo de Dios, sin dejar de ser verdadero Dios, se hizo «verdadero hombre» y sufrió todo lo que tiene que sufrir un hombre: «Fue probado en todo igual que noso­tros, excepto el pecado» (Hb 4,15). Jesús fue tentado, para ense­ñar­nos que sufrir la tentación no es moralmente repro­bable sino que responde a la condición de nuestra humanidad. Después de ayunar cuarenta días, Jesús sintió hambre, como es natural, y tuvo un fuerte deseo de comer. El, que pudo nutrir a las multitudes, ¿no podía convertir las pie­dras en pan? Sí, podía. Pero eso habría significado hacer un milagro para saciar su hambre. Y esta era la tentación. Esta era la acción que el diablo le sugería: convertir las piedras en panes. ¿Por qué habría sido pecado ceder a ella, qué habría tenido de malo?

 

Ceder a ella habría sido vaciar de todo su signifi­cado la Encarna­ción; ya no habría sido «igual a nosotros en todo», si para saciar su hambre o para resol­ver cualquier otra necesidad le hubiera bastado hacer un milagro. Habría sido infiel a su misión y a la voluntad de su Padre. Tal vez esto recordaba Jesús cuando advierte a los discípulos: «Mi ali­mento es hacer la volun­tad del que me ha enviado» (Jn 4,34). Esta tenta­ción se parece mucho a la que sufrió en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Jesús podía bajar de la cruz. Pero eso habría sido frus­trar toda la reconciliación; no habría cum­plido su misión de «Cor­dero de Dios que quita el pecado del mundo».  

 

 «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito...»

 

La segunda tentación es semejante a la primera, pero es más sutil. Jesús había rechazado la primera tentación apo­yándo­se en la Palabra de Dios y ya que es así, para satisfacerlo, el tenta­dor toma «una palabra que sale de la boca de Dios» y le sugiere, en esta segunda tentación, reali­zar su condi­ción de Mesías con osten­ta­ción de po­der, con legiones de ángeles a sus órdenes; y la Escri­tura parecía apoyar esta visión. Pero Dios tenía pre­visto algo diferente. Es lo que Jesús explica a Pedro cuando éste quiere evitar que sea apren­dido: «¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que (el Mesías tiene que padecer)?» (Mt 26,53-54). Jesús rechazó la ten­tación y fue fiel a su misión, tal como se la había enco­mendado su Padre, hasta las últimas conse­cuencias. El «no tenía apariencia ni presencia... desprecia­ble y deshecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53,2-3).

 

«Todo esto te daré si postrándote me adoras»

 

La tercera tentación es la más burda. El diablo está vencido pero intenta seducir a Jesús con la riqueza. De Jesús, el Verbo eterno de Dios, está escrito: «Todo fue hecho por El y para El» (Col 1,16). Pero El se Encarnó y como hombre nació en un pesebre y no tenía donde reclinar su cabeza. Si hubie­ra cedido al deseo de tener riquezas -en esto consistió la tenta­ción- no habría asumido hasta el último de los hombres, como era la misión que le encomendaba su Padre. Renunciar a cumplir nuestra vocación a la santidad, renunciar al bien y a la verdad por el afán de las rique­zas, eso es abandonar a Dios y adorar al diablo. Jesús rechaza la tentación citando el prime­ro de los manda­mien­tos: «Sólo al Señor tu Dios adora­rás».

 

Una palabra del Santo Padre:

 

«"Apártate, Satanás" (Mc 4, 10). La actitud decidida del Mesías constituye para nosotros un ejemplo y una invitación a seguirlo con valiente determinación. El demonio, "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31), continúa todavía hoy con su acción falaz. Todo hombre es tentado por la propia concupiscencia y el mal ejemplo de los demás, así como por el Demonio, y es más tentado aún cuando menos lo percibe. ¡Cuántas veces con ligereza cede a las falaces lisonjas de la carne y del Maligno, y experimenta después amargas desilusiones! Es preciso permanecer vigilantes para reaccionar con prontitud a todos los ataques de la tentación».

 

Juan Pablo II. Ángelus del 17 de febrero de 2002.

 

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 

1. ¿Qué voy hacer para poder vivir lo que la Iglesia me recomienda de manera especial para este tiempo de Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración?

 

2. Vale la pena memorizar cada una de las respuestas de Jesús y utilizarlas como armas poderosas contra las tentaciones de nuestro tiempo. ¿Qué tan consciente soy de cómo el demonio me tienta?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 397- 409; 538 - 540

 



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 404.


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