lunes, 7 de febrero de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A. «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A

«No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»

 

Lectura del libro del Eclesiástico 15, 16 - 21

 

«Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos».

 

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 3, 6- 10

 

«Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye!».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 17- 37

 

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los  Cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

 

Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.

 

Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas  tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

 

Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.

 

También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio. Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

 

 

 

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Podemos decir que todas las lecturas giran alrededor de la frase de Jesús: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». ¿Qué debo de hacer para tener en herencia la vida eterna?, preguntaba un inquieto joven[1] directamente a Jesús ante la multitud de normas y leyes existentes. Hoy veremos cómo Jesús explicará justamente los mandamientos que mandó cumplir a este preocupado joven. 

 

Los mandatos han sido dados por Dios a los hombres, sin embargo hace parte de la propia condición humana el decidir entre lo bueno y lo malo, entre la vida y la muerte (Primera Lectura). ¿Cómo elegir bien? Es colaborando con la «gracia de Dios» que podremos poner el buen cimiento de la edificación de Dios (Segunda Lectura).

 

JL «Ante ti están puestos fuego y agua»

 

Fuego y agua o vida y muerte se presentan como las dos alternativas necesarias para poder guardar los mandatos del Señor ya que «es prudente[2] cumplir su voluntad». Leemos en Jeremías: «Así dice el Señor: "Mira que te propongo el camino de la vida y el camino de la muerte"» (Jr 21,8).  De ahí la imperiosa necesidad de formar rectamente la voluntad y la conciencia  para que sepan elegir libremente lo bueno y alejarse de lo malo. La conciencia moral, tabernáculo donde Dios habla al hombre, era motivo de una reflexión por parte del filósofo Séneca: «No hay nada, tan difícil y arduo que no pueda ser vencido por el espíritu humano y que no se haga familiar por una meditación sostenida».

 

El filósofo no conocía «la gracia de Dios» que hace crecer, fortalecer y fructificar las obras que el hombre realiza. Dice San Gregorio: «Dios nos da por medio de su gracia los buenos deseos; pero nosotros, con los esfuerzos de nuestro libre albedrío, nos valemos de los dones de la gracia para hacer reinar en nuestra alma las virtudes». Pero recordemos la verdad dicha por el mismo San Pablo: «Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está puesto, que es Jesucristo» (1Cor 3,11). 

 

J «Darle cumplimiento a la Ley»

 

Uno de los méritos de la reforma litúrgica llevada a cabo con ocasión del Concilio Vaticano II fue el  estable­cimiento de la lectura continuada del Evangelio en los domin­gos del tiempo ordinario. Es así que este domingo continuamos la lectura del Sermón del monte donde lo habíamos dejado el domingo pasado. Allí Jesús concluía con esta exhortación a sus discípulos: «Brille vuestra luz delante de los hom­bres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).

 

¿Qué entendía un judío del tiempo de Jesús por «bue­nas obras»? Para un judío las buenas obras son aque­llas cosas que se hacen en cumplimiento de la «Ley de Dios». Se trata de las obras que la ley ordena; es lo mismo que San Pablo llama «obras de la Ley». Por eso cuando Jesús men­ciona las "buenas obras" se pone en discusión el tema de la Ley. Surge la pregunta: ¿Conforme a qué ley hay que realizar esas obras? Jesús responde di­ciendo:«No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo asegu­ro: el cielo y la tierra pasarán antes que pasen una i o una til­de de la ley sin que todo suceda».

 

Jesús declara haber venido a dar cumplimiento a la ley, es decir, a darle su forma última, perfecta y definitiva. Y esta ley así perfeccionada es la «ley de Cristo»; ésta es la que hay que observar en adelante. A esta ley se refie­re Jesús cuando dice: «El que traspase uno de estos manda­mientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más peque­ño en el Reino de los cie­los; en cambio, el que los obser­ve y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cie­los».

           

Los maestros de Israel contaban en la Ley[3] 613 preceptos distintos. Algunos de éstos eran clasificados como "importantes" y otros como "pequeños", según criterios propios de los escribas y fariseos, que no coincidían con los de Jesús. Estos 613 eran preceptos no llevados a cumplimiento por Cristo. Por eso Jesús los declara insuficientes: "Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entra­réis en el Reino de los cielos". Para tener una idea de qué es lo que Jesús considera importante podemos leer una de sus invectivas contra los escribas y fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!» (Mt 23,23-24).

 

A continuación Jesús da ejemplos de qué es lo que significa llevar la ley a cumplimiento. Toma algunos de los mandamientos y sobre la base de ellos formula su propia ley: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal». El manda­miento: «No matarás» es uno del decálogo, que había sido escrito por el mismo dedo de Dios. Por eso Jesús al decir: «Yo os digo», se está poniendo a la altura de Dios; está hablando con toda su autoridad divina; está dando una nueva instancia de ley de Dios.

 

Según la ley antigua el que cometía homicidio era reo de muerte ante el tribunal humano; según la ley de Cristo, la ira contra el hermano que impele al homicidio es tan culpable como el homicidio mismo. El que concibe una ira criminal contra su prójimo, aunque se vea impedido de llevar a ejecución su propósito, es reo ante el tribu­nal; en este caso, se entiende el tribunal de Dios. De esta manera, la ley de Cristo se extiende incluso a los pecados de intención que sólo Dios conoce.

 

Es más, en el caso en que alguien tuviera cualquier riña con su hermano y en este estado participara en el culto, ese culto sería inaceptable para Dios: «Si, al presentar tu ofren­da ante el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo con­tra ti, deja tu ofrenda allí, delante del al­tar, y vete primero a reconciliarte con tu her­mano; luego vuelves a presentar tu ofrenda». El deber más sagrado para un judío era el culto a Dios. Pero, según la ley de Cristo, éste cede ante el deber de la reconci­liación entre herma­nos. Y debemos notar que no basta que yo esté libre de rencor o de queja contra mi hermano, sino que es necesario que nadie tenga rencor o queja contra mí. Según la ley de Cristo, no inte­resa quién haya sido culpa­ble de comenzar el con­flic­to; en cualquier caso es necesa­rio reconciliarse antes de parti­cipar en el culto. Y no es cosa de dilatar la reconciliación, pues la cosa urge: «Ponte en seguida a buenas con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te metan en la cárcel». Jesús está usando una parábola tomada de los litigios humanos; pero, en realidad, se refiere al camino de esta vida, que en el momento menos pensado termina y se debe enfrentar el juicio de Dios. Por eso la conclusión adquie­re más peso: «Yo os aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cénti­mo».

 

¿Cuál es la guía común en las enseñanzas de Jesús? Sin duda vemos un claro acento en el ámbito de las intenciones, el mundo interior. No basta con cumplir exteriormente las normas legales. Tenemos que vivir una dimensión que es diferente y más exigente que esta primera: la dimensión del amor. Pero el camino es un camino exigente que exige hasta perder el ojo, la mano o uno de los miembros si es necesario antes que pecar. La enseñanza es evidente: el pecado nos pone en estado de condenación eterna y no hay desastre mayor que éste; es mucho más grave que perder un ojo o una mano, y hasta la misma vida corporal.

 

 

+  Una palabra del Santo Padre:

«En este sexto domingo del tiempo ordinario, pocos días antes del comienzo de la Cuaresma, la liturgia habla del cumplimiento de la ley por parte de Cristo. Él afirma que no ha venido a abolir la ley antigua, sino a darle plenitud. Con el envío del Espíritu Santo, grabará la ley en el corazón de los creyentes, es decir, en el lugar de las opciones personales y responsables. Con ese espíritu se podrá aceptar la ley no como orden externa, sino como opción interior. La ley promulgada por Cristo es, por tanto, una ley de «santidad» (cf. Mt 5, 48), es la ley suprema del amor (cf. Jn 15, 9-12).

A esta responsabilidad personal, que reside en el corazón del hombre, se refiere también el pasaje tomado del libro del Sirácida que acabamos de escuchar. Subraya la libertad de la persona frente al bien y al mal: Dios ha puesto «ante ti fuego y agua, echa mano a lo que quieras» (Si 15, 16). Así, se nos indica el camino para encontrar la verdadera felicidad, que es la escucha dócil y el cumplimiento diligente de la ley del Señor.

Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Fulgencio, os saludo con las palabras de la liturgia: «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor». He venido a encontrarme con vosotros para compartir las alegrías y las esperanzas, los compromisos y las expectativas de vuestra comunidad parroquial».

Juan Pablo II. Homilía en la parroquia de San Fulgencio 14 febrero 1999.

 

'  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

 

1. ¡Qué importante es formar rectamente la conciencia moral! Saber elegir el bien y rechazar el mal. ¿Cómo poder vivir esta área tan importante en la educación de los hijos? ¿Qué medios concretos puedes colocar?   

 



[1] Me refiero al pasaje del joven rico. Ver Mc 10, 17- 22 y paralelos.

[2] La prudencia es definida por Aristóteles como la virtud que dirige las acciones humanas de conformidad con la verdad, la prudencia en griego (phronesis) será considerada una de las cuatro virtudes cardinales. Santo Tomás mostrará cómo la virtud sobrenatural infusa de prudencia regula nuestras acciones con vistas al imperio de la caridad sobre toda nuestra vida. El don del consejo la perfecciona en su papel de crear en nosotros una docilidad especial a las mociones del Espíritu Santo en nuestras vidas.

[3] Los cinco primeros libros de la Biblia se conocen, en su conjunto, como «la Ley». Se les considera preferentemente como un solo libro, aunque consta de toda clase de historias, leyes, instrucciones de cultos y ceremonias religiosas, discursos y hasta genealogías. Sin embargo estos libros tienen un tema en común. Después de las historias sobre el origen del mundo, los libros de la ley nos remiten a la historia del pueblo de de Dios desde la vocación de Abrahán a la muerte de Moisés en el Monte Nebo, en un periodo que va desde 1900 a 1250 A.C. La idea de la comunidad que obedece el Plan de Dios es central en estos libros y les dio su nombre en hebreo, «la Torá». Estos libros son conocidos también a veces por su nombre en griego «Pentateuco» o "cinco rollos".    

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito a:
"Meditación Dominical"
 
Para anular la suscripción a este grupo, envía un mensaje a
meditacion-dominical+unsubscribe@googlegroups.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario