lunes, 29 de octubre de 2012

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B; Todos los Santos; Todos los fieles difuntos

Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B

«¿Cuál es el mandamiento más importante?»

 

Lectura del libro del Deuteronomio 6, 2-6

 

«De esta manera respetarás al Señor tu Dios, tú, tus hijos y tus nietos; observarás todos los días de tu vida las leyes y mandamientos que yo te impongo hoy; así se prolongarán tus días. Escúchalos, Israel, y cúmplelos con cuidado, para que seas dichoso y te multipliques, como te ha prometido el Señor, Dios de tus antepasados, en esta tierra que mana leche y miel. Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo».

 

Lectura de la carta a los Hebreos 7, 23-28

 

«Por otra parte, mientras que los otros sacerdotes fueron muchos, porque la muerte les impedía perdurar, éste, como permanece para siempre, posee un sacerdocio que no pasará. Y por eso también puede perpetuamente salvar a los que por su medio se acercan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder por ellos. Tal es el sumo sacerdote que nos hacía falta: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y más sublime que los cielos. Él no tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer cada día sacrificios por sus propios pecados antes de ofrecerlos por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo. Y es que la ley constituye sumos sacerdotes a hombres débiles; pero la palabra del juramento, que vino después de la ley, hace al Hijo perfecto para siempre».

 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

 

«"¿Cuál es el mandamiento más importante?" Jesús contestó: "El más importante es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos".

 

El maestro de la ley le dijo: "Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios". Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios". Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

«Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo»: ésta es la esencia y el fundamento del mensaje que Dios mismo ha manifestado al ser humano. No existe mandamiento más importante porque éste engloba todos los demás mandamientos ya que no existe nada más exigente para el ser humano que amar (Evangelio). En la Primera Lectura, el pueblo de Israel renueva su amor total y exclusivo en Yahveh. Jesucristo es el Sumo Sacerdote que nos hacía falta ya que Él mismo es quien se ofrece, en un acto sublime  de amor, al Padre para la reconciliación de los hombres e intercede en el cielo por cada uno de nosotros.

 

 

 

J «Escúchalos y cúmplelos con cuidado para que seas feliz»

 

El texto del Dt 6,4-9, juntamente con Dt 11,13-21 y Nm 15,38-44, integran el conocido «Shemá» denominado así por la primera palabra hebrea de Dt 6,4: «Escucha» y que desde finales del siglo I de nuestra era, no ha dejado de rezarse mañana y tarde por los judíos observantes. De todos los textos que componen el «Shemá»; Dt 6,4-9 es el más importante por contener la proclamación por excelencia de la fe judía: «El Señor es uno». Tras la palabra «Shemá», con que se invita a Israel a ponerse en actitud de escucha, se proclama solemnemente la unidad de Yahveh-el Señor, de donde se hace derivar la unión plena y total de Israel con Él. Constituye así el «mandamiento principal» de Israel.

 

La triple expresión de Dt 6,5 (con todo tu corazón, alma y fuerzas) insiste en el amor total y sin reservas al Señor. El corazón y el alma, generalmente considerados como sede de toda la vida interior (psíquica y espiritual) del hombre. A estas facultades interiores se han de asociar las exteriores: las manos y los ojos (Dt 6,8). Toda la persona tiene que guardar cuidadosamente todas estas palabras del Señor en su corazón[1].

 

K «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»

 

El Evangelio de hoy nos presenta la tercera de las preguntas que se hacen a Jesús para ponerlo a prueba. Hay una suerte de «ir en aumento» en el grado de dificultad que alcanzará su punto máximo con la pregunta de nuestro texto. La primera tiene una dimensión política y se la hacen los fariseos y herodia­nos (amigos del poder de Roma) para «cazarlo en alguna palabra» que pudiera comprometerlo ante el poder temporal: «¿Es lícito pagar el tributo al César o no?» (Mc 12,14).

 

La segunda pregunta se la hacen los saduceos «esos que niegan la resurrección» y se refiere a una verdad acerca del destino final del hombre: ¿Una mujer que ha tenido siete maridos, «en la resurrección, cuando resuciten, de cual de los siete será la esposa»? (Mc 12, 23). La intención de esta pregunta es ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Jesús responde a cada una de estas preguntas como un auténtico «maestro». Finalmente se acerca un escriba que había estado acompañando el diálogo y aprovecha de formularle una pregunta que era una auténtica preocupación entre los doctores de la ley: «¿Cuál es el primero de todos los mandamien­tos[2].

 

Para un israelita la justificación ante Dios consistía en cumplir fielmente los mandamientos y preceptos de la ley de Moisés. Así había escrito Moisés: «El Señor se complacerá en tu felicidad, si tú escuchas la voz del Señor tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley» (Deut 30,9-10). Pero en la Ley de Moisés había cientos de mandamientos, preceptos y prohibiciones[3]. ¿Cuando se produ­ce un conflicto entre dos preceptos, cuál se debe obser­var; cuál es el primero de todos los mandamientos? Todos recordamos los conflictos que tuvo Jesús con los escribas y fariseos por este motivo.

 

Por ejemplo, respecto a la ley del reposo sabático, Jesús se vio en­fren­tado a este conflicto: ¿qué prevalece el sábado, observar el reposo o salvar una vida? Cuando Jesús encuen­tra en la sinagoga a un hombre con la mano seca y todos lo acechan para ver si lo curaba en sábado y tener de qué acusarlo, Él les pregunta: «¿En sábado, es lícito hacer el bien en vez del mal, es lícito salvar una vida en vez de destruir­la?» (Mc 3,4). En el fondo se trata de tener claro, cuál es el mayor de los mandamientos y por lo tanto, prevalece sobre los otros.

 

J El mandamiento del amor

 

Jesús responde como un auténtico maestro: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Esto era claro para todo judío ya que todo israelita fiel debe recitar diariamente la oración del «Shemá». Ésta es la base sobre la cual se funda toda la ley de Dios. Pero la res­puesta de Jesús no termina aquí. Agrega: «El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo[4]». Y afirma categóricamente: «No existe otro mandamiento mayor que éstos». Después de esta res­puesta el Evangelio concluye: «nadie se atre­vía a hacerle más pregun­tas». La respuesta de Jesús fue concluyente. La primera enseñanza que encontramos en la respuesta de Jesús es que no puede existir una oposición o conflicto entre el amor verdadero a Dios y al prójimo. El amor al prójimo es la expresión auténtica de nuestro amor a Dios. El amor al prójimo es el criterio que nos permite discer­nir al amor a Dios. Esto lo resume de manera definitiva San Juan en su primera carta: «Si alguno dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: que quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4,20-21).

 

La segunda enseñanza contenida en la respuesta de Jesús es que el amor es un don de Dios y no es solamente el resultado de un mero esfuerzo humano. Y ¿quién puede presumir de vivir plenamente este doble mandamiento del amor? ¿Quién puede afirmar que ama al prójimo como a sí mismo? Pero recordemos que la prueba y la medida de nuestro amor a Dios es el amor que tenemos a los hermanos. Para canonizar un santo, el primer paso es poder demostrar que practicó el mandamiento del amor en grado heroi­co; en todos los santos resplandece el amor a Dios y al próji­mo. Pero si interrogáramos a cualquier santo en su lecho de muerte, él mismo nos diría: «Mi única pena es de no amar todavía a Dios y al prójimo suficientemente».

 

Ya decía San Bernardo: «la medida del amor a Dios es de amarlo sin medida». Y San Agustín nos decía que: «cuanto más amo, más deudor me siento cada día». Por último, Jesús nos enseña que este mandamiento único del amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo, prevalece sobre todos los demás. Todos los demás mandamientos no son sino la expresión de éste para situacio­nes concretas de la vida del hombre. Resu­miendo esta enseñanza de Jesús, San Pablo afirma: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley... el amor es la ley en su plenitud» (Rom 13,8.10).

 

J «Tu eres sacerdote para siempre»

 

Utilizando el salmo 110 (109), 4; el autor de la carta a los Hebreos subraya la excelencia del sacerdocio de Jesús, que es eterno y está avalado por el juramento de Dios Padre. Precisamente por eso su eficacia es absoluta, mientras que el sacerdocio del Antiguo Testamento participaba de la limitación, debilidad e incapacidad salvífica de la ley. «Éste es el sumo sacerdote que nos hacía falta» (Heb 7,26) exalta jubiloso el autor y enumera una serie de características paradigmáticas del sacerdocio de la Nueva Alianza: «santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y más sublime que los cielos»; ya que ahora el sacerdocio se enraíza en el sacerdocio del mismo Jesucristo.  

 

 

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«En el pasaje evangélico que acabamos de proclamar, un doctor de la ley interroga a Jesús, con ánimo de ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». La respuesta del Señor es directa y precisa: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas» (Mt 22,36-37.39-40). Amarás. En el sentido señalado por el evangelio, esta palabra implica una innovación profunda; más aún, es la más revolucionaria que haya resonado jamás en el mundo, porque al hombre que la escucha lo transforma radicalmente y lo impulsa a salir de su egoísmo instintivo y a entablar relaciones verdaderas y firmes con Dios y con sus hermanos. Amarás la vida humana, la vida de toda la comunidad, la vida de la humanidad.

 

Jesús indica un amor total y abierto a Dios y al prójimo, introduciendo así en el mundo la luz de la verdad, o sea, el reconocimiento de la absoluta superioridad del Creador y Padre, y de la dignidad inviolable de su criatura, el hombre, hijo de Dios. Amarás. Este imperativo divino constituye un llamamiento constante para cuantos quieren seguir el camino del Evangelio y contribuir a su difusión en el mundo. Ese llamamiento resuena sin cesar en la Iglesia encaminada ya hacia la histórica meta del año dos mil, que inaugurará el tercer milenio de la era cristiana...

 

Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Así acabamos de repetir en el salmo responsorial. Dios es roca, fortaleza, peña en donde encontramos refugio; es escudo y baluarte. Es fuerza salvadora, que jamás defrauda las expectativas de cuantos lo invocan en el momento de la prueba. ¿Quién es roca para nosotros, para el género humano, sino él, en quien nos apoyamos? Y debemos también ayudar a los demás a apoyarse en él, porque nosotros somos responsables de ellos. Perseverad, queridos hermanos, en la oración, que es alabanza, imploración, diálogo personal con el Padre celestial, presente en nuestros corazones.

 

Tened la valentía de la fe y reaccionad con energía ante la aridez espiritual que contagia a muchos sectores de la sociedad. Nunca es tiempo perdido el que se dedica al diálogo con el Señor. Al amor a Dios corresponde, luego, la apertura generosa y gratuita de sí al prójimo, especialmente a los que más sufren y se encuentran pasando por dificultades. Así, experimentaréis que, donde los cristianos viven de manera coherente su fe, surgen oasis de justicia y paz...Sabed abrazar siempre la «Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones» (1Tes 1,6); sabed servir al Dios vivo y verdadero, al Dios de mi salvación. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Amen».

 

Juan Pablo II. Homilía 24 de octubre de 1993.

 

'  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? Solamente si se considera quién es Dios y quién es el hombre, se entiende que Dios deba ser amado por el hombre en forma absoluta y total. A Dios se lo puede amar con todo el ser solamente si Él es único y si Él es nuestro Creador, nuestro Padre y nuestro Fin último.

 

 2.  «En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Leamos con sincero corazón el pasaje de Mt 25, 31ss y hagamos un examen de conciencia sobre mi amor al prójimo.

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1972. 2055. 2093-2094.

 



[1] Ver el bello paralelo sobre la actitud de María ante la Palabra viva de Dios en Lc 2,19. 51.

[2] Al decir «el primero» lo que quiere saber el escriba es cuál es "el más importante". En el pasaje paralelo en el Evangelio de San Mateo leemos: «¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley?» (Mt 22,36).

[3] La Ley escrita, es decir, la Torah, contenía, según los rabinos, 613 preceptos, 248 de los cuales eran positivos, puesto que ordenaban determinadas acciones, y 365 negativos, ya que prohibían hacer algunas otras. Unos y otros dividíanse en preceptos «ligeros» y preceptos «graves», según la importancia que se les atribuía. Ahora bien, entre todos aquellos preceptos podía existir también una especie de jerarquía y entre los «graves» podía haber uno gravísimo, que superase en importancia a todos los demás.

[4] Ver Lv 19,18. 

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