lunes, 13 de agosto de 2012

{Meditación Dominical} Asunción de María y Domingo de la Semana 20ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo de la Semana 20ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»

 

Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6

 

«La Sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas, ha hecho su matanza, ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa. Ha mandado a sus criadas y anuncia en lo alto de las colinas de la ciudad: "Si alguno es simple, véngase acá". Y al falto de juicio le dice: "Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia"».

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios 5,15-20

 

«Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor. = No os embriaguéis con vino, = que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo».

           

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 6, 51-58

 

«"Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo". Discutían entre sí los judíos y decían: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"

 

Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre"».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Las lecturas de este Domingo nos ponen de frente con el misterio eucarístico: «fuente y culmen de toda la vida cristiana[1]». Hay momentos que podemos olvidar las claras palabras de Jesús que nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna».Y es que solamente Aquel que ha bajado del cielo puede abrirnos la puerta a la eternidad (Evangelio). Pero ¿estamos realmente ante la verdadera carne y la verdadera sangre de Jesús? Misterio insondable y central de nuestra fe que «contiene verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo»[2].

 

En la Primera Lectura vemos a la Sabiduría de Dios que se deleita en contemplar sus obras y en comunicarse con sus hijos por medio de un celestial banquete, a fin de hacerlos sabios e inteligentes. Justamente ésta es la exhortación que San Pablo dirige a la comunidad de Éfeso: «mirad atentamente cómo vivís; no como necios, sino como sabios». El «Pan vivo bajado del cielo» es el  alimento que necesitamos para que poder vivir de acuerdo a la Sabiduría de Dios.

 

J «Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado»

 

El texto que leemos en la Primera Lectura es un extracto del párrafo titulado: «El Banquete de la Sabiduría», o «La Sabiduría hospitalaria». La Sabiduría es un atributo de Dios, pero aparece en este texto como su personificación. Para los Padres de la Iglesia «la Sabiduría» es la revelación anticipada veterotestamentaria del Verbo de Dios o del Espíritu Santo. La figura de la Sabiduría que se ha construido una casa trae a nuestra memoria el prólogo de San Juan: «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (puso morada entre nosotros), vino a su casa, y los suyos no lo recibieron». Por otra parte, las siete columnas, símbolo de perfección, reflejan más la estructura de un «temenos»[3] griego que la de una casa. En tal caso, se trataría de un banquete sagrado, no de una invitación doméstica. El banquete expresa familiaridad, hospitalidad, invitación a la intimidad, a la confianza y comunión. En la mentalidad oriental el ser invitado a la mesa es una muestra de confianza y amistad muy especial. Quien rechaza esta oferta generosa comete una falta grave; más aún traiciona una amistad.

 

El banquete expresa en este caso concreto la unión intima entre Dios y el hombre. Dios dispone la mesa para dar de sus manjares al hombre, compartiendo con él sus riquezas y bienes. Sin embargo entrar en la comunión íntima con Dios Vivo, con Dios Amor conlleva necesariamente rechazar, abandonar toda simpleza y necedad para adentrarse en las realidades profundas del Espíritu y conocer la hondura y la longitud de los misterios divinos, que llevan a la cabal comprensión del misterio humano. Por ello este «banquete celestial» es una invitación a recorrer el camino «de la inteligencia», es decir el sendero humanizante y personalizante que nos permite ir más allá de aquello que nuestros limitados sentidos nos pueden ofrecer y abrirnos a lo que Dios nos quiere compartir.

 

K «Mirad atentamente como vivís…»

 

La verdadera sabiduría, que proviene de Dios (ver 1 Cor 1,18-31) y que es «más fuerte que la fuerza de los hombres», nos permite conocer y comprender cuál es el designio de Dios y estar dispuesto a cumplirlo. Frente al vino, que conducía al libertinaje (ver la cita de 1 Cor 11,20-22), San Pablo recomienda a los cristianos de Éfeso que se dejen guiar por el Espíritu y que practiquen un culto digno de Dios. Para ello les exhorta a que encuentren en la oración comunitaria la fuerza necesaria para mantenerse firmes y así poder dar gracias a Dios Padre por tantos beneficios recibidos[4].

 

K «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

 

«Habiendo Jesús pronunciado y dicho del pan: 'Esto es mi cuerpo', ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y ha­biendo Él aseverado y dicho: 'Esta es mi sangre', ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de Él?». Estas palabras de San Ciri­lo de Jerusa­lén, pronuncia­das en una catequesis en el año 350 d. C. nos ayudan a entender el tema central del Evangelio dominical. Cuando Jesús declaró: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo», los judíos duda­ban y «dis­cutían entre sí diciendo: ¿Cómo puede éste dar­nos a comer su carne?». Ellos habían entendido perfectamente la frase de Jesús y por eso la rechazan indigna­dos ya que para ellos: «¡Es absur­do que éste pretenda que comamos su car­ne!», pensarían. Pero el Evangelio dice que había «discusión[5]» entre los judíos. ¿Qué discu­tían? ¿Hab­ían entendido bien las palabras de Jesús? ¿Era verdad lo que habían entendido?

 

Y claro, esperan que en la próxima frase Jesús retire lo dicho o que atenúe su sentido literal, explicando que se trataba de una expresión metafórica. Pero lejos de esto, Jesús res­ponde rea­firmando el sentido literal de sus pala­bras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no be­béis su sangre, no tenéis vida en voso­tros». Es decir Jesús no sólo reafirma que deberán comer su carne, sino además que deberán beber su sangre. Y por si quedaran dudas va un poco más: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resu­citaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verda­dera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, perma­nece en mí y yo en él».

 

No hay ninguna duda que toda la tradición de la Iglesia Cató­lica ha entendido este texto en su sentido literal y cuan­do celebra la Eucaristía y se nutre de ella cree firmemen­te que bajo la apariencia de pan y vino los fieles comen y beben real­mente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que reci­ben la vida eterna y la garantía de que serán resuci­ta­dos por Jesucristo en el último día. Esta ha sido la fe de la Igle­sia desde siempre, desde antes de la refor­ma pro­tes­tante, desde mucho antes que existieran los grupos evangé­licos y las otras sectas que se han disgregado de la única Igle­sia fundada por Jesús. El mismo San Cirilo es testigo de esta fe en el siglo IV: «En la Eucaristía, lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el Cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino la Sangre de Cristo».

                       

Es cierto que Jesús amaba usar expresiones enigmáti­cas; pero cuando era mal comprendido Él mismo se apresuraba en sacar a sus oyentes del error; cuando la comprensión literal es errónea, el mismo Jesús aclara el sentido de sus palabras. En cierta oca­sión Jesús dice a sus discípu­los: «Cui­daos de la levadura de los fariseos y saduceos» y como lo entendieron literalmente, acla­ra: «¿Por qué no entendéis que no me refería a los panes? Entonces compren­dieron que se refería a la doc­tri­na de los fariseos y saduceos» (ver Mt 16,6-12). Nico­demo en­tiende materialmente un nuevo naci­miento y objeta: «¿Cómo puede un hombre siendo anciano, nacer?». Jesús aclara que no se trata de un naci­miento material, sino de «nacer del agua y del Espíritu» (ver Jn 3,3-9).

 

Un día Jesús dice a sus discípulos: «Lázaro duerme, voy a desper­tarlo». Y como ellos entendie­ron literalmente y les parece demasiado arriesgado ir allá sólo para despertar al amigo, Jesús aclara: «Lázaro ha muerto» (ver Jn 11,11-14). Podríamos colocar muchos otros ejemplos[6]. Sin embargo nada de eso ocurre en el pasaje de hoy. Los ju­díos entendieron literalmen­te la palabra de Jesús y Jesús, lejos de corregirlos, reafir­ma eso que entendieron. Ellos han entendido que Jesús dará un pan que es su carne, y entendieron bien. Eso mismo es lo que Cristo quiso enseñar y prometer. Tanto así que termina el pasaje diciendo que «desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron a atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6, 66) porque sus palabras eran muy duras.

 

A continuación también se refiere Jesús al origen celestial de este pan: «Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma de este pan vivirá para siempre». En tiempos de Jesús los judíos creían que el maná era un pan preparado por ángeles que Dios había dado a su pueblo, haciéndolo caer del cielo. Es la convicción que expresa el libro de la Sabidu­ría, muy cercano a la época de Jesús: «A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles; les suminis­traste sin cesar desde el cielo un pan ya prepara­do» (Sab 16,20). Lo que Jesús quiere decir es que esos textos no describen el maná histórico, sino «el verdadero pan del cielo», un pan que estaba aún por venir y que Él daría al mundo. Los que comieron del maná histórico murie­ron todos en el desierto y no entraron en la tierra prome­tida. En cambio, el que coma del «pan vivo bajado del cielo», vivirá para siempre y entrará en el paraíso a gozar de la felicidad eterna.

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«La Eucaristía constituye, de hecho, el «tesoro» de la Iglesia, la preciosa herencia que su Señor le ha dejado. Y la Iglesia custodia esta herencia con la máxima atención, celebrándola cotidianamente en la Santa Misa, adorándola en las iglesias y en las capillas, distribuyéndola a los enfermos y, como viático, a cuantos emprenden el último viaje. Pero este tesoro, que está destinado a los bautizados, no agota su radio de acción en el ámbito de la Iglesia: la Eucaristía es el Señor Jesús que se entrega «por la vida del mundo» (Juan 6, 51).

 

En todo tiempo y lugar, Él quiere encontrarse con el hombre y darle la vida de Dios. Y no sólo esto. La Eucaristía tiene también una valencia cósmica: la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo constituye, de hecho, el principio de divinización de la misma creación. Por este motivo, la fiesta del Corpus Christi se caracteriza particularmente por la tradición de llevar el Santísimo Sacramento en procesión, un gesto lleno de significado.


Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas, queremos sumergir el Pan descendido del cielo en lo cotidiano de nuestra vida; queremos que Jesús camine donde nosotros caminamos, que viva donde vivimos. Nuestro mundo, nuestras existencias tienen que convertirse en su templo. La comunidad cristiana, en este día de fiesta, proclama que la Eucaristía es todo para ella, que es su misma vida, la fuente del amor que triunfa sobre la muerte.

 

De la comunión con Cristo Eucaristía surge la caridad que transforma nuestra existencia y apoya el camino de todos hacia la patria celestial. Por este motivo, la liturgia nos invita a cantar: «Buen pastor, verdadero pan… Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra, conduce a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos». María es la «mujer eucarística», como la definió el Papa Juan Pablo II en su encíclica «Ecclesia de Eucharistia». Pidamos a la Virgen que todo cristiano profundice su fe en el misterio eucarístico para que viva en comunión constante con Jesús y sea su testigo válido».

Benedicto XVI. Ángelus 18 de Junio de 2006.

 

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. «En el santísimo sacramento de la Euca­ris­tía están contenidos verdadera, real y sustan­cial­mente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo ente­ro[7]» Por eso resulta incomprensible que alguien que conozca a Cristo y lo reconozca como Dios; esté alejado de este Sacramento. ¿Cómo vivo mi amor por la Eucaristía?¿Visito con frecuencia al Santísimo Sacramento? 

 

2. El Papa Juan Pablo II nos dijo en la Plaza de Armas de Lima en 1988: «La Eucaristía restablece en nosotros la armonía de nuestro ser y nos impulsa a proyectar sobre la sociedad el espíritu de reconciliación que hemos de vivir según el designio de Dios (cf. 2 Cor 5, 19). Nos nutrimos del Pan de vida para llevar a Cristo a las diversas esferas de la existencia: al ambiente familiar, al trabajo, al estudio, a las instituciones políticas y sociales, a los mil compromisos evangélicos de la vida cotidiana». ¿A qué me invita estas palabras del Papa? ¿Qué voy a hacer?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1384-1390. 1402-1405. 1524.



[1] Lumen Gentium,11.

[2] Concilio de Trento. Sesión XII, cap. 8. 

[3] Temenos (del verbo griego que significa literalmente "cortar"). Este término griego es dado, en arqueología, al pedazo de tierra que circunscribe el  terreno separado para el templo o el santuario. 

[4] La carta de San Pablo a los Efesios fue probablemente una «carta circular» dirigida a un grupo de iglesias  situadas en lo que ahora es la parte occidental de Turquía.  La iglesia en Éfeso (principal ciudad de la región) era la más importante del grupo. Pablo escribe la carta desde la prisión en Roma alrededor de los años sesenta. El gran tema de la carta: «el Plan de Dios es…reunir toda la creación, todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra, bajo Cristo como cabeza» (Ef 1,10).    

[5] Discutir: (Del lat. discussĭo, -ōnis). Acción y efecto de discutir. Análisis o comparación de los resultados de una investigación, a la luz de otros existentes o posibles.

 

[6] Ver también Jn 2,19-21; 4, 31-34; 7,37-39.

[7] Catecismo de la Iglesia Católica 1374.

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