lunes, 13 de diciembre de 2010

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 4ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A. «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel»

Domingo de la Semana 4ª del Tiempo de Adviento. Ciclo A

«Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel»

 

Lectura del profeta Isaías 7, 10-14

 

«Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: "Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto". Dijo Ajaz: "No la pediré, no tentaré a Yahveh". Dijo Isaías: "Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. »

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 1, 1- 7

 

«Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.»

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 1, 18-24

 

«La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros". Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.»

 

Pautas para la reflexión personal  

 

El vínculo entre las lecturas

 

Una frase que podría sintetizar las lecturas de este cuarto Domingo de Adviento podría ser: «Emmanuel- que traducido significa- Dios con nosotros». La Primera Lectura expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Ajaz o Acaz[1] desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos (rey de Damasco y rey de Samaria). Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yahveh. El rey Ajaz debía confiar en el Señor y no aliarse con ningún otro rey. Sin embargo, el rey Ajaz ve las cosas desde un punto de vista terreno y desea aliarse con el más fuerte, el rey de Asiria. Isaías sale a su encuentro y le dice: «pide un signo y Dios te lo dará. Ten confianza en Él». Sin embargo, el rey Ajaz teme abandonarse en las manos de Dios y se excusa diciendo: «no pido ningún signo». En su interior había decidido la alianza con los hombres despreciando el precepto de Dios. Isaías se molesta y le ofrece el signo: «la virgen[2] está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros». La tradición cristiana siempre ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María.

 

Así lo interpreta el Evangelio de San Mateo cuando considera la concepción virginal y el nacimiento de Cristo: María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Esta fe en Cristo se recoge admirablemente en el exordio de la Carta a los Romanos. San Pablo ofrece una admirable confesión de fe en Jesucristo, el  Señor. Nacido del linaje de  la familia de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios. San Pablo subraya el origen divino del Mesías y, al mismo tiempo, su naturaleza humana: «nacido de la estirpe de David». Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

 

La genealogía de Jesús

 

Cuando leemos las Sagradas Escrituras, vemos que la identidad de una persona queda esta­blecida cuando se sabe de quién es hijo. Por eso la histo­ria de los grandes personajes comienza con su genea­logía. Esto lo que ocurre también con Jesús. En efecto, el Evangelio según San Mateo comienza así: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1). Y sigue el detalle de las generaciones desde Abraham, pasan­do por David, hasta Cristo. Se repite el verbo «engendró» trein­ta y nueve veces, siempre con la misma fórmula (A engendró a B; B engendró a C; C engendró a D...), con la única excep­ción de la última, donde se produce una llama­tiva disonan­cia evitando cuidadosamente decir: «José engendró a Jesús», porque esto habría sido falso.

 

Veamos también que son cuatro las mujeres que se mencionan en la genealogía de Jesús, cinco con María. Pero siempre según esta fórmula: «Judá engendró, de Tamar, a Fares... Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró de Rut.... David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón». En el caso de María no es ésa la fórmula sino: «José, el esposo de María, de la cual nació Je­sús». Se debe concluir que «José no engendró a Jesús, pues éste nació virginalmente de María». Aun a riesgo de poner en cuestión la descendencia davídica de Jesús -lo único claro es que el hijo de David es José-, el Evangelio afirma la concep­ción virginal de Jesús porque esto es lo único coherente con su identidad. Justamente lo que el Evangelio de este Domingo quiere explicar es cómo llegó José a ser padre de Jesús, para que esa genealogía pueda realmente llamarse: «Libro de la generación de Jesús Cristo»

 

Aproximándonos al texto...

 

El Evangelio de este Domingo comienza con estas palabras: «La génesis[3] de Jesús Cristo fue así: concedida en matrimonio su madre María a José, antes que ellos comenzaran a estar juntos, se encontró encinta del Espíritu Santo». Ya está afirmado lo principal: el niño fue concebido por obra del Espíritu Santo; no es hijo de José, sino que es Hijo de Dios. Así lo confirma la cita­ción que aporta Mateo como explicación del retorno de la Sagrada Familia de Egipto, cuando se refugiaron allá huyendo de Herodes: «De Egipto llamé a mi Hijo» (Mt 2,15). Según la genealogía, como hemos visto, el que es «hijo de David» es José. Y así lo proclama el ángel cuando se le aparece en sueños: «José, hijo de David». Pero hasta aquí resulta claro que José no es el padre de Jesús. Para responder a esta cuestión debemos examinar detenidamente el texto: «José, su marido, siendo justo y no queriendo denunciarla, resol­vió repudiarla en secre­to».

 

Según la interpretación frecuente de este texto, José, al ver a María espe­rando un hijo, habría sospechado de su fidelidad y la habría juzgado culpable; pero, siendo justo y no queriendo dañarla, decidió dejar la cosa en secreto. Pero, en reali­dad, esta interpreta­ción es extraña al texto. Si José hubiera sospe­chado que su esposa era culpa­ble de infideli­dad, el hecho de ser justo, le exigía aplicar la ley, y ésta ordenaba al esposo entregar a la mujer una escritura de repu­dio (ver Dt 22,20s). En ningún caso la ley permite dejar la cosa en secre­to. Esto es lo que observaba San Jerónimo: «¿Cómo podría José ser calificado de justo, si esconde el crimen de su esposa?» Si, sospechando el adulterio, José hubiera queri­do evitar un daño a su esposa, su actitud habría sido caracterizada por la mansedumbre, no por la justicia.

 

¿Cómo supo José que María estaba encinta?

 

Esta pregunta es bastante importante y la respuesta obvia es: María se lo dijo tan pronto como lo supo ella[4]. Hay que tener en cuenta que José era su esposo y que, como explicaremos a continuación, estaba en la víspera de llevarla a vivir consigo. El Evangelio dice: «Antes de empezar a vivir juntos ellos, se encontró encinta». Nos preguntamos: ¿cuánto tiempo antes? Si todos pensaban que Jesús era hijo de José[5], eso quiere decir que José empezó a vivir junto con María en los mismos días de la concepción de Jesús, de manera que vivieran juntos los nueve meses del embarazo.

 

En cualquier otra hipótesis, se habría arrojado una sombra sobre la generación de Jesús: se habría pensado que sus padres habían tenido relaciones antes de convivir o, lo que es peor, que el Niño era hijo de otro. Ambas cosas repelen a la santidad de María y también de José. Por último, si María no hubiera dicho a José lo que ocurría en ella, habría faltado de honestidad, cosa imposible en ella. En efecto, su identidad había cambiado, y su esposo tenía derecho a saberlo. Más aun, tenemos que considerar que ambos ya habían decidido mantenerse vírgenes por la sencilla razón de que la decisión de María necesariamente ha tenido que ser compartida por José.

 

La reacción de José

 

Analicemos ahora lo que José ha decido hacer ante la información dada por María: el texto nos dice que como era justo, decidió repudiarla; y, como no quería ponerla en evidencia, decidió hacerlo en secreto. Examinemos lo primero: José no podía pretender ser el esposo de esta Virgen que llevaba en su seno a un Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, y sobre todo, no podía pretender ser el padre de semejante Hijo. No cabe otra reacción sino considerarse indigno. Por eso decide repudiarla[6] (esta es una expresión idiomática que significa no seguir adelante con el desposorio). Pero no quiere poner en evidencia los motivos, porque esto pertenecía a la intimidad de María con Dios. Por eso decide proceder privadamente e interrumpir su desposorio con María en secreto. De hecho, después que José tomó a su esposa y nació el Niño, todos estos hechos siguieron siendo secretos. Son un misterio admirable y no pudo revelarlos nadie sino Jesús mismo.

 

Hay que tener en cuenta que hasta ahora nadie había pedido a José que él fuera el padre de ese Niño. Entonces el Ángel de Dios se le aparece en sueños y le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque, aunque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo y dará a luz un hijo, tú le pondrás por nombre Jesús...». Esta traducción es perfecta­mente correcta[7]. El ángel está confirmándole algo que José ya sabe y cree - lo sabe porque María se lo dijo y lo cree -, pero ahora le comunica su vocación: tú le pondrás por nombre Jesús[8]. Esto quiere decir: tú estás llamado a ser el padre del Niño. Y José reaccionó según su justicia: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer». Si María, al recibir el anuncio de su vocación de Virgen Madre de Dios, respondió: «He aquí la esclava del Señor», José, su casto esposo, respondió igual. Al asumir la paternidad de Jesús, José no está sustituyendo a nadie (como ocurre en las adopciones nuestras), porque Jesús no tiene padre biológico. Su Padre es Dios, pero es precisamente Dios quien encomienda a José la misión de ser su padre en la tierra. A él Dios le encomienda la paternidad de esa manera; a todos los demás padres Dios se la encomienda por vía de la generación biológica. ¡Ojalá todos los padres fueran tan fieles como José! Por esto Jesús es verdaderamente «hijo de José e hijo de David»: él es el «Dios con nosotros» de quien celebraremos el nacimiento.

 

Una palabra del Santo Padre:                

 

«En la tradición del pueblo de Israel el nombre "Jesús" conservó su valor etimológico: «Dios libera». Por tradición, eran siempre los padres quienes ponían el nombre a sus hijos. Sin embargo, en el caso de Jesús, Hijo de María, el nombre fue escogido y asignado desde lo alto, ya antes de su nacimiento, según la indicación del ángel a María  en la anunciación y a José en sueños...En el Plan dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret lleva un nombre que alude a la salvación «Dios libera», porque Él es en realidad lo que el nombre indica, es decir, el Salvador». 

 

Juan Pablo II. Catequesis  del 14 de enero de 1987.

 

 

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

 

1. Vivamos estos últimos días de espera cerca de la Virgen Santa y de San José. Preparemos nuestro hogar para que en él nazca el «Emmanuel».  ¿Qué vamos hacer en estos últimos días del Adviento?

 

2.  A todos nos gusta recibir regalos y eso está muy bien. Pero al dueño del "santo", ¿qué regalo le voy a dar?

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 437- 439. 496- 507. 1846.

 

 

 

 

 



[1] Ajaz o Acaz, rey de Judá aproximadamente del 732 al 716 a.C., introdujo el culto pagano en el Templo de Jerusalén e incluso llegó a sacrificar a sus propios hijos quemándolos. Ajaz fue finalmente derrotado cuando Siria (Damasco era su capital) e Israel (Samaria era su capital) llevaron adelante juntos un ataque contra Judá. Rechazando el consejo de Isaías, pidió ayuda a Tiglat-Piléser, rey de Asiria, pero ello lo convirtió en vasallo suyo (2R 15, 38 ss.; 2Cro 27, 9; Is 7). Fue tan aborrecido por sus súbditos que le negaron sepultura entre los reyes de Judá.    

[2] Es cierto que en el texto hebreo de Isaías no se hablaba explícitamente de una «Virgen», sino de una «doncella» (betulah), pero cuando los mismos sabios hebreos tradujeron la Biblia al griego mucho antes de Cristo (la LXX), haciendo una inter­preta­ción auténtica, usaron aquí el térmi­no «parthenos», que signi­fica claramente «virgen», y es precisamente este el punto que llama la atención de Mateo y que él quiere destacar como leemos en el texto evangélico de este Domingo.

[3] Es significativo que el Evangelio de Mateo, que es el primer libro del Nuevo Testa­mento, comience con estas pala­bras: "Libro de la génesis de Jesús Cristo" (Mt 1,1). El evan­gelista ha elegido deliberadamente la pala­bra "génesis" (con una n) y no "generación" (esta última palabra se escribe en griego con doble n: "gennêsi­s"). Su intención es recordar el primer libro de la Biblia, que recibe el nombre "Génesis", porque en su traducción griega el relato de la creación concluye con esta frase: "Este es el libro de la génesis del cielo y de la tierra" (Gn 2,4). Tenemos entonces el "libro de la génesis del cielo y de la tierra" y el "libro de la génesis de Jesús Cristo". De esta manera Mateo quiere destacar que con Jesu­cristo se tiene un nuevo inicio en la historia.

[4] Un presupuesto importante que tenemos que tener en cuenta es que la vocación de María, que leemos en el relato del Evangelio de San Lucas 1,26-38, tiene directa relación con la vocación de su esposo y padre de Jesús: San José. Ambos relatos tratan de explicar cómo fue el nacimiento  en este mundo del Hijo de Dios hecho hombre. Lucas expone el punto de vista de María; Mateo, por su parte, nos va a entregar el punto de vista de San José. 

[5] Ver Lc 3,23; Jn 1,45; 6,42.

[6] En la traducción de la Biblia Americana de San Jerónimo leemos: «...quiso abandonarla secretamente».

[7] Esta traducción es válida y ha sido propuesta por biblistas tan destacados como Xavier León-Dufour, A. Pelletier, René Laurentin, entre otros. 

[8] Se sigue así la costumbre judía de impo­ner el nombre según la misión o según alguna circunstan­cia que acompaña al nacimiento. En este caso el nombre que debía darse al niño suena en hebreo así: «Yeho­shua» y quiere decir: «Yahveh salva»

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