lunes, 28 de febrero de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 9ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica»

Domingo de la Semana 9ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A

«Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica»

 

Lectura del libro del Deuteronomio 11, 18. 26-28. 32

 

«Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal, y sean como una insignia entre vuestros ojos. Mira: Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición. Bendición si escucháis los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo hoy, maldición si desoís los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, si os apartáis del camino que yo os prescribo hoy, para seguir a otros dioses que no conocéis. Cuidaréis de poner en práctica todos los preceptos y normas que yo os expongo hoy».

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 3, 21- 25a. 28

 

«Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios -  y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe. Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 7, 21- 27

 

«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; = apartaos de mí, agentes de iniquidad!" =

 

Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

El Evangelio de hoy es la conclusión del Sermón de la Montaña. Podemos afirmar que  el tema central es: ¿cuál debe de ser el fundamento de nuestra fe? ¿Cuál es la roca dura sobre la cual debemos de edificar nuestra casa? ¿Dónde encontraremos la seguridad que necesitamos para vivir y encontrar el sentido de nuestra existencia? ¿No es acaso la ley que Dios mismo colocó en nuestro corazón? (Primera Lectura). Sin embargo la antigua ley tendrá ahora en Jesucristo su plenitud ya que la salvación solamente es posible por la fe en Aquel que nos ha reconciliado mediante su sacrificio en la Cruz siendo «instrumento de propiciación»[1] (Segunda Lectura).

 

J Los preceptos de Dios

 

Sabemos que el Evangelista San Mateo recoge todo lo que sabe sobre el misterio de Cristo y organiza su escrito en cinco discursos de Jesús entre los cuales intercala, según un plan lógico, los relatos de milagros y otros hechos biográficos de Jesús. Para hacer un comentario a un texto de este Evangelio conviene preguntarse siempre en qué parte de la obra se encuentra el texto, sobre todo, en cuál de los discursos. El primero y más importante de los discursos es el Sermón de la Montaña que se extiende desde Mt 5,1 a Mt 7,29 (capítulos 5 a 7 completos). Mientras los otros cuatro discursos agrupan material con un tema común (discurso apostólico, discurso en parábolas, discurso eclesiástico, discurso sobre el fin), éste, en cambio, es un discurso programático.

 

Muchos especialistas estiman que en el Sermón de la Montaña San Mateo quiere presentar a Jesús como un nuevo Moisés que da al mundo una nueva ley. Pero curiosamente el método de enseñanza es muy distinto y, sobre todo, es muy distinto el origen de la ley presentada por uno y otro. Fijémonos en la Primera Lectura cuando Moisés dice: «Miren, hoy pongo delante de ustedes bendición y maldición: la bendición, si escuchan los preceptos del Señor, su Dios, que yo les mando hoy; la maldición, si no escuchan los preceptos del Señor, su Dios, y se desvían del camino que hoy les expongo» (Dt 11,26-28). Moisés es un profeta que presenta al pueblo los preceptos de Dios. Eso queda absolutamente claro para todos sus oyentes. Son justamente éstas las palabras que manda poner en el corazón, en el alma,  atarlas en las manos y colocarlas como insignias en los ojos.

 

Los fariseos del tiempo de Jesús, tomando al pie de la letra lo que leemos en el libro del Deuteronomio (ver Dt 6,8) ponían en cajitas textos bíblicos[2] y se los ceñían en la mano izquierda y en la frente con correas de cuero. En el Nuevo Testamento se llaman a estas cajitas, «filacterias», es decir «palabras despertatorias» (ver Mt 23,5) y se deriva de la palabra griega «filakterion» que significa medio de protección; aunque dicha idea no se halla en la palabra hebrea «tefilla» que, traducida literalmente, quiere decir, «oración». Esta costumbre llegó a convertirse en una especie de talismán para algunos judíos en el Nuevo Testamento[3]. Tal parece que el uso de las filacterias empezó con «los hasidim»[4], en la época inter-testamentaria, con el fin de contrarrestar la fuerte influencia helenista de sus tiempos.

 

J «Estas palabras mías…»

 

Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como origen de los preceptos de cuyo cumplimiento depende la bendición o maldición: «Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca... Todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena». Observamos también la diferencia en el modo de enseñar. La enseñanza de Jesús es muy rica en imágenes tomadas de la experiencia cotidiana.

 

Jesús en su Persona es la Palabra de Dios Encarnada y dirigida al mundo. Lo que Él es, lo que Él dice y lo que Él hace, eso es la Palabra de Dios. Por eso, toda la vida cristiana consiste en imitar a Jesús y meditar su palabra. La desgracia de nuestro tiempo es que se medita poco el Evangelio y menos aun se imita la vida de Jesús. Como nunca en la historia, hoy día cada persona puede llevar el libro del Evangelio en el bolsillo. Pero esto no quiere decir que se lea más ni que se conozca más. Tenemos la mente llena tan llena de otras cosas que no aceptamos las únicas palabras que tienen sentido pleno, las únicas palabras con las cuales podemos edificar nuestra casa firme y sólida: las palabras del Verbo Encarnado, Jesús.

 

J La salvación viene por la fe en Jesucristo

 

Sin duda éste es uno de los temas centrales en la teología[5] de San Pablo: ¿la justificación viene por la fe o por las obras? Más aún dada la interpretación antojadiza[6] de nuestros hermanos separados de algunos pasajes de las cartas de San Pablo y de la carta de Santiago. Ciertamente la salvación como tal, sólo es posible por la «fe en Jesucristo», Verbo Eterno hecho Hombre para nuestra Reconciliación mostrándonos el misterio de nuestra propia grandeza y vocación[7]. Único Mediador, quien haciéndose víctima agradable al Padre en la Cruz, nos redimió y nos mereció la gracia de la justificación y reconciliación.

 

Los hombres participamos gratuitamente de esta gracia, que es «don» de Dios, al hacernos «hijos en el Hijo», miembros del Cuerpo Místico, por el sacramento del Bautismo. Dice el Concilio de Trento; «Cristo derrama continuamente su virtud en los justos, como la cabeza lo hace con sus miembros y la vid con los sarmientos. Dicha virtud, precede siempre a las buenas obras, las acompaña y las sigue, dándoles un valor sin el cual en modo alguno podría resultar del agrado de Dios ni meritorias».

 

Es interesante ver el equilibrio que coloca el Concilio entre la fe y las obras. Cuando leemos en el versículo 28 de la carta a los Romanos que: «el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley», ciertamente no se refiere a las «buenas obras» de la caridad (ver 1Co 13), en las cuales se manifiesta la fe (ver St 2, 20-24), sino a las obras de la ley que carecen de valor para la justificación. Nos dice San Agustín acerca de este pasaje: «San Pablo nos habla de las obras que preceden a la fe, Santiago de las que le siguen».

  

+  Una palabra del Santo Padre:

«Hoy recordamos doscientos años de un momento crucial en la historia de la Iglesia en los Estados Unidos: su primera gran fase de crecimiento. En estos doscientos años, el rostro de la comunidad católica en vuestro País ha cambiado considerablemente. Pensemos en las continuas oleadas de emigrantes, cuyas tradiciones han enriquecido mucho a la Iglesia en América. Pensemos en la recia fe que edificó la cadena de Iglesias, instituciones educativas, sanitarias y sociales, que desde hace mucho tiempo son el emblema distintivo de la Iglesia en este territorio. Pensemos también en los innumerables padres y madres que han transmitido la fe a sus hijos, en el ministerio cotidiano de muchos sacerdotes que han gastado su vida en el cuidado de las almas, en la contribución incalculable de tantos consagrados y consagradas, quienes no sólo han enseñado a los niños a leer y escribir, sino que también les han inculcado para toda la vida un deseo de conocer, amar y servir a Dios. Cuántos "sacrificios espirituales agradables a Dios" se han ofrecido en los dos siglos transcurridos. En esta tierra de libertad religiosa, los católicos han encontrado no sólo la libertad para practicar su fe, sino también para participar plenamente en la vida civil, llevando consigo sus convicciones morales a la esfera pública, cooperando con sus vecinos a forjar una vibrante sociedad democrática. La celebración actual es algo más que una ocasión de gratitud por las gracias recibidas: es una invitación para proseguir con la firme determinación de usar sabiamente la bendición de la libertad, con el fin de edificar un futuro de esperanza para las generaciones futuras.

"Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que les llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa" (1 P 2,9). Estas palabras del Apóstol Pedro no sólo nos recuerdan la dignidad que por gracia de Dios tenemos, sino que también entrañan un desafío y una fidelidad cada vez más grande a la herencia gloriosa recibida en Cristo (cf. Ef 1,18). Nos retan a examinar nuestras conciencias, a purificar nuestros corazones, a renovar nuestro compromiso bautismal de rechazar a Satanás y todas sus promesas vacías. Nos retan a ser un pueblo de la alegría, heraldos de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5) nacida de la fe en la Palabra de Dios y de la confianza en sus promesas.

En esta tierra, ustedes y muchos de sus vecinos rezan todos los días al Padre con las palabras del Señor: "Venga tu Reino". Esta plegaria debe forjar la mente y el corazón de todo cristiano de esta Nación. Debe dar fruto en el modo en que ustedes viven su esperanza y en la manera en que construyen su familia y su comunidad. Debe crear nuevos "lugares de esperanza" (cf. Spe salvi, 32ss) en los que el Reino de Dios se haga presente con todo su poder salvador.

Además, rezar con fervor por la venida del Reino significa estar constantemente atentos a los signos de su presencia, trabajando para que crezca en cada sector de la sociedad. Esto quiere decir afrontar los desafíos del presente y del futuro confiados en la victoria de Cristo y comprometiéndose en extender su Reino. Comporta no perder la confianza ante resistencias, adversidades o escándalos. Significa superar toda separación entre fe y vida, oponiéndose a los falsos evangelios de libertad y felicidad. Quiere decir, además, rechazar la falsa dicotomía entre la fe y la vida política, pues, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, "ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios" (Lumen Gentium 36). Esto quiere decir, esforzarse para enriquecer la sociedad y la cultura americanas con la belleza y la verdad del Evangelio, sin perder jamás de vista esa gran esperanza que da sentido y valor a todas las otras esperanzas que inspiran nuestra vida».

Benedicto XVI. Homilía en el Yankee Stadium, Bronx,  New York. 20 de Abril de 2008.

 

'  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

 

1. Solamente construyendo nuestra casa en la piedra sólida que es Jesucristo podremos tener la seguridad que estamos cumpliendo el amoroso Plan de Dios. ¿Yo vivo esta realidad?

 

2. Toda la primera parte del Evangelio es realmente impresionante. Leamos y meditemos con humildad este pasaje: «No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial»

 

 



[1] Propiciación. (Del lat. propitiatĭo, -ōnis). Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia.  Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicia divina y tener a Dios propicio.

[2] Generalmente contenían cuatro pasajes bíblicos: Éx 13.1-16; Dt 6.4-9; 11 y 13-21.

[3] Actualmente hay grupos de judíos ortodoxos que siguen usando filacterias.

[4] Hasidim o hasideos significa los «piadosos». Este grupo no era una secta organizada. Era el nombre que se daba a los judíos que se oponían a la penetración de la influencia griega (helenismo) en la vida y en la cultura judías.  En el siglo II A.C. algunos de ellos se unieron a los macabeos en la lucha armada contra los griegos (ver 1M 2,42). Otros eran pacifistas. Todos, desde luego, eran fieles seguidores de la Ley, muchos de ellos, ingresaron en las sectas de los fariseos y de los esenios.

[5] Teología: Del griego Theos: Dios y Logos: estudio. La ciencia que estudia a Dios y lo referente a Él, a la luz de la revelación sobrenatural en comunión con el Magisterio de la Iglesia. La teología es reflexión: es la fe que busca entender («fides quarens intelectum»)  has donde le es posible, consciente que en el fondo permanece el misterio insondable de Dios ante el cual no queda sino arrodillarnos. 

[6] Hay una clara interpretación personal en Lutero, Calvino, Zwinglio, entre otros;  en temas como el pecado, la predestinación, la justificación, el mérito de las obras, etc. Temas fundamentales para crear y justificar una nueva teología.   

[7] Ver Gaudium et Spes, 22 y Ecclesia in America 10.

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito a:
"Meditación Dominical"
 
Para anular la suscripción a este grupo, envía un mensaje a
meditacion-dominical+unsubscribe@googlegroups.com

lunes, 21 de febrero de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 8ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A «Buscad primero su Reino y su justicia»

Domingo de la Semana 8ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A

«Buscad primero su Reino y su justicia»

 

Lectura del libro del profeta Isaías 49, 14-15

 

« Pero dice Sión: "Yahveh me ha abandonado, el Señor me ha olvidado".- ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido».

 

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 4, 1-5

 

« Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los  administradores es que sean fieles. Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo  a mí mismo!  

 

Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 6, 24- 34

 

«Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.  Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?

 

Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con  vosotros, hombres de poca fe?

 

No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.

Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

En su excepcional libro «Jesucristo», el Papa Benedicto XVI, nos da una bella clave para poder aproximarnos a la Palabra de Dios: «Los santos son los verdaderos intérpretes de la Sagrada Escritura». Y justamente comentando el pasaje del Evangelio de San Mateo que corresponde a este Domingo nos hablará de San Francisco de Asís. Dice el Papa que «Francisco de Asís entendió la promesa de esta bienaventuranza en su máxima radicalidad; hasta el punto de despojarse de sus vestiduras y hacerse proporcionar otra por el obispo  como representante de Dios, que viste los lirios del campo con más esplendor que Salomón y todas sus galas (Ver Mt 6, 28s). Esta humildad extrema era para Francisco sobre todo libertad para servir, libertad para la misión, confianza extrema en Dios, que se ocupa no sólo de las flores del campo, sino sobre todo de sus hijos».  

 

Éste es sin duda el mismo mensaje que el profeta Isaías y San Pablo nos quieren transmitir: confianza en Dios hasta el extremo, donde ni siquiera el fuero más íntimo me reprocha nada, cuando sé que el amor de Dios por mí es más grande que el amor de una madre. 

 

J «¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho? »    

 

El carácter mesiánico de todo el capítulo 49 del libro de Isaías es claro y evidente. No será más Ciro[1], el rey de Persia, el libertador de Israel sino el Mesías – el Siervo de  Dios, el Santo -  el cual vendrá para dar salud a su pueblo. En los primeros versículos de este capítulo se describe la vocación del «Siervo de Dios», luego su misión entre el pueblo judío y los paganos. El Siervo de Dios está llamado a reunir los pueblos de Israel, a «restaurar las tribus de Jacob y convertir a los sobrevivientes de Israel» (Is 49,6). Esto podría explicar por qué ninguno de los israelitas piadosos del tiempo de Jesús entendían el misterio de su rechazo y de su muerte.

 

San Pablo revelará que el misterio de esta salvación[2] no quedó revocado con la venida de Jesús (Rm 11,1) sino que ha sido postergado para los últimos tiempos (Rm 11, 25 ss). Yahveh recordará que Él es quien formado y hecho con su pueblo; y que finalmente los sacará de las tinieblas y dirá: «venid a la luz» (Is 49, 9). Los israelitas que  vuelven de su cautiverio babilónico serán comparados a un rebaño cuyo pastor es Dios. Nada les faltará en el camino. El significado mesiánico de estas imágenes es evidente.

 

Finalmente en una de las bellas manifestaciones del amor de Dios por nosotros dirá: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido». Santa Teresa nos dice que «confiemos en la bondad de Dios que es mayor que todos los males que podamos hacer» ya que «he aquí que te tengo grabado en las palmas de mis manos» (Is 49, 16). Cada uno de nosotros, nos recuerda el profeta, tenemos un valor infinito y único ante Dios.    

 

JL «Nadie puede servir a dos señores»

 

Para poder entender mejor el significado de una de las frases más conocidas de Jesús que ciertamente encierra una profunda enseñanza espiritual, debemos de ver detenidamente que entiende Jesús por uno y por lo otro; es decir por los «dos señores» a los que refiere y que ciertamente son antagónicos[3] uno del otro. El primero es claramente Dios y el segundo es «mamón»[4], nombre que es personificación de las riquezas. De esto resulta claramente que quien ama las riquezas, poniendo en ellas su corazón (ver Mt 6,21), llega sencillamente a odiar a Dios. Terrible verdad, que no será menos real por el hecho de que no tengamos conciencia de ello.

 

Y aunque parezca esto tan monstruoso, es bien fácil de comprender si pensamos que en tal caso la imagen de Dios se nos representará día tras día como la del peor enemigo de esta presunta "felicidad" en que tenemos puesto el corazón; por lo cual no es nada sorprendente que lleguemos a odiarlo en el fondo del corazón, aunque por fuera tratemos de cumplir algunas obras vacías de amor, por miedo a la justicia de Dios.

 

Pero ¿por qué es tan radical la frase de Jesús ante las riquezas? Porque recordemos que el apego a los bienes materiales refleja una falta de confianza en Dios que ha prometido velar por nosotros, y por otro lado, una excesiva preocupación por nosotros mismos, buscando la seguridad exclusivamente en lo material y en lo pasajero.  Este desorden lleva con frecuencia a la falta de generosidad y a la avaricia. Finalmente nos puede levar a la idolatría y entonces nos volvemos contra Dios.   

 

En cambio en el segundo caso nos muestra que nos adherimos a Dios, esto es si ponemos nuestro corazón en Él, mirándolo como el Sumo Bien, como Aquel que realmente va a poder saciar el hambre de infinito que encontramos en nuestro corazón; entonces veremos que el mundo y sus riquezas son basura comparados con lo que Dios nos tiene reservado[5].  Santo Tomás sintetiza esta doctrina diciendo que el primer fruto del Evangelio es el crecimiento en la fe; o sea el conocimiento de los atractivos de Dios; y el segundo, consecuencia del anterior, será el desprecio del mundo, tal como nos lo presenta Jesús en este pasaje.        

 

J ¿Cuánto voy a vivir?

 

La segunda parte del Evangelio es un bello canto de amor y de confianza a Dios. Respondamos con sinceridad: «¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo[6] a la medida de su vida?» ¿Quién tiene asegurada su vida? ¿Quién puede añadir un segundo a su vida? ¿Quién puede decir con seguridad cuánto va a vivir? Nadie…nadie. Ni con todo el dinero del mundo podemos comprar una milésima de segundo a nuestra vida. El libro del Eclesiastés repite una y otra vez:  «Todos caminan hacia la misma meta: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo» (Ecle 3,20).

 

¡Qué tercos, que estultos somos los seres humanos para olvidarnos esta realidad tan evidente y estar entretenidos en mil y un ocupaciones "demasiado importantes" para pensar en la muerte!  La meditación de nuestro fin en este mundo que pasa nos debe de hacer reaccionar ante la tibieza, ante la desgana en las cosas de Dios, ante el apegamiento inútil a una vida cómoda, materialista y superflua. Cualquier día puede ser el último día de nuestra vida. Esta consideración puede ayudarnos mucho a considerar serenamente que en cualquier día puede llegar nuestro fin y que, en cualquier caso, ese momento «no puede estar lejos» (San Jerónimo).     

 

Debemos pues agradecer a nuestro Señor Jesucristo que con su sacrificio reconciliador nos ha librado del poder de la muerte (ver Rm 7, 24) y nos ha dado así una esperanza que nunca falla. Nos dice bellamente San Agustín: «Si tienes miedo a la muerte, ama la vida. Tu vida es Dios, tu vida es Cristo, tu vida es el Espíritu Santo. Le desagradas obrando mal. No habita Él en templo ruinoso, no entra en templo sucio».

 

+  Una palabra del Santo Padre:

«Y ¿qué significa verdaderamente «eternidad»? Hay momentos en que de repente percibimos algo: sí, esto sería precisamente la verdadera «vida», así debería ser. En contraste con ello, lo que cotidianamente llamamos «vida», en verdad no lo es. Agustín, en su extensa carta sobre la oración dirigida a Proba, una viuda romana acomodada y madre de tres cónsules, escribió una vez: En el fondo queremos sólo una cosa, la «vida bienaventurada», la vida que simplemente es vida, simplemente «felicidad».

A fin de cuentas, en la oración no pedimos otra cosa. No nos encaminamos hacia nada más, se trata sólo de esto. Pero después Agustín dice también: pensándolo bien, no sabemos en absoluto lo que deseamos, lo que quisiéramos concretamente. Desconocemos del todo esta realidad; incluso en aquellos momentos en que nos parece tocarla con la mano no la alcanzamos realmente. «No sabemos pedir lo que nos conviene», reconoce con una expresión de san Pablo (Rm 8,26). Lo único que sabemos es que no es esto. Sin embargo, en este no-saber sabemos que esta realidad tiene que existir. «Así, pues, hay en nosotros, por decirlo de alguna manera, una sabia ignorancia (docta ignorantia)», escribe. No sabemos lo que queremos realmente; no conocemos esta «verdadera vida» y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados.

Pienso que Agustín describe en este pasaje, de modo muy preciso y siempre válido, la situación esencial del hombre, la situación de la que provienen todas sus contradicciones y sus esperanzas. De algún modo deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte; pero, al mismo tiempo, no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados. No podemos dejar de tender a ello y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos. Esta «realidad» desconocida es la verdadera « esperanza » que nos empuja y, al mismo tiempo, su desconocimiento es la causa de todas las desesperaciones, así como también de todos los impulsos positivos o destructivos hacia el mundo auténtico y el auténtico hombre. La expresión « vida eterna » trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida».

Benedicto XVI. Carta Encíclica Spe Salvi, 11.

 

'  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

 

1. Recordemos lo que nos dice San Pablo: «Dios no perdonó a su Hijo y lo entregó por nosotros. ¿Cómo no abría de darnos con Él todos los bienes?» (Rm 8,32). ¿Cómo vivo mi confianza en  Dios? ¿Vivo preocupado solamente por lo material, las apariencias?    

 

2. Nos dice el profeta Isaías: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido». Elevemos en silencio una oración de agradecimiento por el inmenso amor que Dios nos tiene a la luz de la lectura de este bello texto.

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 625- 627, 635, 994- 996, 1006- 1014.

 



[1] Ciro. Rey persa que conquista Babilonia el año 539 A.C. La Biblia lo presenta como el elegido por Yahveh para hacer volver a los judíos de su destierro en Babilonia. Se le asigna también el nombre de ungido o mesías, caso único entre los paganos pues este nombre era reservado exclusivamente para los reyes de  Israel y, posteriormente, aplicado a Jesús. Ciro fue un gobernante de corazón noble y justo no solamente con los judíos sino con los demás pueblos sometidos (ver Is 44, 28; 45,1; Esd 1, 1-14; Cr 36, 22-23).   

[2] La salvación en el Antiguo Testamento estaba directamente vinculada a la restauración del Pueblo de Israel siendo el arquetipo de salvación la salida del pueblo de Egipto bajo el mando de Moisés y la llegada a la tierra prometida. 

[3] Antagonismo. (Del gr. νταγωνισμς). Contrariedad, rivalidad, oposición sustancial o habitual, especialmente en doctrinas y opiniones.

[4] Mamón. Palabra griega que significa riqueza (ver Eclo 42, 9: Mt 6.24; Lc 16.11, 13), especialmente la que se usa en oposición a Dios ya desde el Antiguo Testamento. Mamón es una transliteración de la palabra aramea «mamon». 

[5] «Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,8).

[6] Codo. Medida de longitud muy usada por los hebreos (Ex 25.10; 1 R 7.24; Ez 40.5) y otras naciones antiguas. Es aproximadamente el largo del brazo, desde el codo hasta la punta del dedo corazón. Tanto los egipcios como los babilonios, y después los hebreos, tuvieron un codo real u oficial y otro común. El oficial tenía 20, 8 plg. (53 cm) y el común 17, 7 plg. (45 cm). Antes del cautiverio de los judíos, parece que se usaba el codo común. Después del cautiverio, cuando había necesidad de especificar una medida exacta, aclaraban a cuál codo se referían (Ez 40.5; 43.13).

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito a:
"Meditación Dominical"
 
Para anular la suscripción a este grupo, envía un mensaje a
meditacion-dominical+unsubscribe@googlegroups.com

miércoles, 16 de febrero de 2011

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 7ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A. «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»

Domingo de la Semana 7ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A

«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»

 

Lectura del libro del Levítico 19, 1-2.17-18

 

«El Señor habló a Moisés: "Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor"».

 

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 3, 16-23

 

«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.

 

Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: "Él caza a los sabios en su astucia". Y también: "El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos". Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 38- 48

 

«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

 

Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Éste es el parámetro que el Señor Jesús nos ha dejado como corolario de su sermón de la montaña. Él mismo nos dice que no ha venido a abolir la Ley sino a darle pleno «cumplimiento» (ver Mt 5,17). Cumplimiento que se realiza en la vivencia del amar sin límites…hasta los enemigos.

 

En la Primera Lectura vemos como Moisés se dirige a toda la Asamblea de los hijos de Israel para darles el mismo precepto que, en este caso, ha sido recibido directamente de Dios: «Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo». San Pablo, en su carta a los Corintios, nos habla de la centralidad y la nueva dignidad de la persona humana siendo así «templos del Espíritu Santo», merecedores del amor reconciliador de Dios

 

J «Seréis santos, porque yo soy santo»

 

El enunciado por el que Moisés inicia su discurso acerca de los ritos de purificación es realmente asombroso: «sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo[1]». Pero ¿es posible ser santo como Dios es santo? San Jerónimo responde que sí podemos imitar a Dios en su humildad, mansedumbre y en su caridad. San Gregorio Nazianceno busca la solución respondiendo a la pregunta: ¿qué es la santidad? Nos dice el Santo: «Es contraer el hábito de vivir con Dios». Por otro lado Santa Catalina de Siena nos dirá que la perfección consiste en la caridad, primero en el amor a Dios y luego en el amor al prójimo. Esto es perfectamente bíblico ya que recordemos la bella definición de Dios: «Dios es Amor» en la carta de San Juan (1Jn 4,8.16). 

 

El desterrar del corazón el odio, la venganza y el rencor manifestarán este asemejarse cada vez más a Dios llegando así a «amar al prójimo como a (uno) mismo» (Lv 19,18). Poco saben realmente que este versículo está ya en el Antiguo Testamento. Sin embargo este gran mandamiento no pudo imponerse a todo el pueblo de Israel porque los judíos entendían por prójimos, no a todos los hombres, y de ninguna manera a sus enemigos, sino solamente a los de su nación y a los extranjeros que vivían con ellos. Por lo cual los escribas explicaban «la Ley de Moisés» en el sentido que vemos en Mt 5, 43: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo» y es por eso que Jesús tendrá que ahora manifestar la plenitud del mandamiento que llegará hasta el extremo de «amar a los enemigos». 

 

J La Nueva Ley

 

En el Evangelio de hoy vemos como Jesús será la nueva instancia de la «Ley de Dios» dándoles así su sentido último. En esta parte del Sermón de la Montaña (Mt 5,21-48) Jesús cita diversos manda­mientos y explica en qué consiste su cumpli­miento por medio de la fórmula: «Se os ha dicho: 'No matarás', pues Yo os digo... Se os ha dicho: 'No cometerás adulterio', pues Yo os digo... Se os ha dicho: 'No perju­rarás', pues Yo os digo... etc.» Eso que Jesucristo «dice» es nueva instancia de Palabra de Dios.

 

Él es la Palabra eterna del Padre, que se hizo hombre y habitó entre noso­tros. Y si esto no bastara para dar autoridad divina a la enseñanza de Cristo y a su propia Ley, tenemos el testimo­nio del Padre mismo, que en el monte de la Transfiguración declara: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mt 17,5). Por eso cuando Jesús dice: «Yo os digo», debemos tender el oído y escuchar atentamente, pues va a seguir una palabra de vida eterna endosada por el Padre mismo.

 

Jesús concluye la serie de mandamientos citando un último precepto de la ley antigua: «Voso­tros sed per­fec­tos, como es perfecto vuestro Padre celes­tial». Jesús lo toma del libro del Levítico que decía: «Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2). Pero hace suyo este precepto con un sentido completamente nuevo de como había sido entendido en la Ley de Moisés.

 

Allí se trataba de la santidad necesaria para participar en el culto, que se adquiría por medio de diversas abluciones y manteniéndose libre del contacto con cadáveres y con otras realidades externas que hacían impuro al hombre. Aquí, en cambio, se trata de algo diverso; Jesús se refiere a la santidad interior, a la pureza del corazón, que consiste­ en el cumplimiento de la Ley evangélica que Él está ense­ñando.

 

J «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

 

El precepto: «Vosotros sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial», no admite profundización, porque no existe un precepto ulterior ni más radical. En efecto, no hay nada más perfecto que el Padre celestial. Lo impre­sio­nante es que Jesús nos llama a nosotros a esa misma per­fección. Si, conscientes de nuestro pecado, en nuestra impo­tencia, pre­guntamos: ¿Cómo se puede cumplir tal pre­cepto? Queda así, de saque, excluida del cristianismo toda actitud de auto­suficiencia ante Dios. El cristiano sabe que el hombre no se salva por el cumplimiento de ciertos preceptos de una ley externa, sino por pura gracia de Dios. La reconciliación del hombre es fruto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; es algo que obtuvo para nosotros y no algo que noso­tros hayamos logrado por nuestro propio esfuerzo. A esto se refiere San Pablo cuando escribe: «No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtu­viera la justi­ficación, entonces Cristo habría muerto en vano» (Gal 2,21).

 

Permanece el hecho de que Cristo nos dio ese precepto y que lo hizo seriamente y no sólo para convencernos de nuestra impotencia sino para hacernos ver realmente que lo podríamos cumplir. Es que «somos templos del Espíritu Santo», donde es la fuerza de Dios la que actúa en nosotros, donde todo lo podemos en Aquel que nos consuela (ver Flp 4, 13).     

 

¿Cómo entender los preceptos que Jesús nos ha dejado? Si Cristo nos dio esa Nueva Ley es porque Él sabía que con su sacrificio Reconciliador nos iba a obtener una participación en la naturaleza divina que nos permitiera cumplirlos. Solamente a través de nuestra generosa y humilde colaboración con su gracia podremos cumplirlos. De otra manera es imposible. Y justamente para eso tenemos el testimonio de los santos. «Debemos conocer la vida de los santos, para afinar en la corrección de nuestra propia vida…así el fuego de la juventud espiritual, que tiende a apagarse por el cansancio, revive con el testimonio de los que nos han precedido» (San Gregorio Magno).

 

+  Una palabra del Santo Padre:

 

«En este punto, se impone una última pregunta: la Escala, obra escrita por un monje eremita vivido hace mil cuatrocientos años, ¿puede decirnos algo a nosotros hoy? El itinerario existencial de un hombre que vivió siempre en la montaña del Sinaí en un tiempo tan lejano, ¿puede ser de actualidad para nosotros? En un primer momento, parecería que la respuesta debiera ser "no", porque Juan Clímaco está muy lejos de nosotros. Pero, si observamos un poco más de cerca, vemos que aquella vida monástica es sólo un gran símbolo de la vida bautismal, de la vida del cristiano. Muestra, por así decirlo, en letras grandes lo que nosotros escribimos cada día con letra pequeña. Se trata de un símbolo profético que revela lo que es la vida del bautizado, en comunión con Cristo, con su muerte y su resurrección.

 

Para mí es particularmente importante el hecho de que el culmen de la escala, los últimos peldaños sean al mismo tiempo las virtudes fundamentales, iniciales, más sencillas: la fe, la esperanza y la caridad. No son virtudes accesibles sólo a los héroes morales, sino que son don de Dios para todos los bautizados: en ellas también crece nuestra vida. El inicio es también el final, el punto de partida es también el punto de llegada: todo el camino va hacia una realización cada vez más radical de la fe, la esperanza y la caridad. En estas virtudes está presente la escalada. Fundamentalmente es la fe, porque esta virtud implica que yo renuncie a la arrogancia, a mi pensamiento, a la pretensión de juzgar por mí mismo, sin confiarme a otros.

 

Este camino hacia la humildad, hacia la infancia espiritual es necesario: es necesario superar la actitud de arrogancia que hace decir: yo soy mejor, en este tiempo mío del siglo XXI, de lo que sabían los que vivían entonces. Es necesario, en cambio, confiarse solamente a la Sagrada Escritura, a la Palabra del Señor, asomarse con humildad al horizonte de la fe, para entrar así en la enorme vastedad del mundo universal, del mundo de Dios. De esta forma nuestra alma crece, crece la sensibilidad del corazón hacia Dios. Justamente dice Juan Clímaco que sólo la esperanza nos hace capaces de vivir la caridad. La esperanza en la que trascendemos las cosas de cada día. No esperamos el éxito en nuestros días terrenos, sino que esperamos finalmente la revelación de Dios mismo. Sólo en esta extensión de nuestra alma, en esta autotrascendencia, nuestra vida se engrandece y podemos soportar los cansancios y desilusiones de cada día, podemos ser buenos con los demás sin esperar recompensa.

 

Solo si Dios existe, esta gran esperanza a la que tiendo, puedo cada día dar los pequeños pasos de mi vida y así aprender la caridad. En la caridad se esconde el misterio de la oración, del conocimiento personal de Jesús: una oración sencilla que sólo tiende a tocar el corazón del divino Maestro. Y así se abre el propio corazón, se aprende de Él su misma bondad, su amor. Usemos por tanto esta "escala" de la fe, de la esperanza y de la caridad, y llegaremos así a la vida verdadera».

 

Benedicto XVI. Audiencia, 11 de Febrero de 2009

 

 

'  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

 

1. Tenemos un camino muy concreto que debemos recorrer: la santidad. Entendamos que la santidad no es sino responder a lo que somos a las promesas asumidas en nuestro bautismo. Leamos el texto de las promesas bautismales. 

 

2.  ¿Cómo vive nuestra Santa Madre María esta Nueva Ley? ¿Cómo vive el perdón y el amor a los enemigos? Ciertamente no es fácil para nadie vivir esta dimensión extrema del amor. Seamos humildes y recurramos al auxilio y guía de María.  

 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 605. 1465. 2608. 2842- 2845.  

 



[1] Santidad es sinónimo de sacralidad, sólo que el término ha llegado a implicar, por la consideración del carácter personal de la divinidad, un aspecto moral. Es en efecto una de las mayores enseñanzas de los grandes profetas, en espacial de Isaías, que la santidad divina se manifiesta, sobretodo, en la justicia. Las criaturas espirituales serán, pues, santificadas, en la medida que su voluntad se conforme, por la ley y la obediencia, a la santa voluntad de Dios (ver Is 6). En el cristianismo, la santidad se identificará, pues, con la perfección de la caridad. Todos los cristianos serán  llamados santos en virtud del bautismo (ver 1P1,15), como es «Santo» el Señor Jesús (Mc 1,24; Lc 4,34).

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito a:
"Meditación Dominical"
 
Para anular la suscripción a este grupo, envía un mensaje a
meditacion-dominical+unsubscribe@googlegroups.com

lunes, 7 de febrero de 2011

{Meditación Dominical} Les mando el archibvo de nuevo.

Faltaban la spreguntas finales.

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito a:
"Meditación Dominical"
 
Para anular la suscripción a este grupo, envía un mensaje a
meditacion-dominical+unsubscribe@googlegroups.com

{Meditación Dominical} Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A. «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A

«No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»

 

Lectura del libro del Eclesiástico 15, 16 - 21

 

«Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos».

 

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 3, 6- 10

 

«Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye!».

 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 17- 37

 

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los  Cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

 

Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.

 

Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas  tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

 

Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.

 

También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio. Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

 

 

 

 

& Pautas para la reflexión personal  

 

z El vínculo entre las lecturas

 

Podemos decir que todas las lecturas giran alrededor de la frase de Jesús: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». ¿Qué debo de hacer para tener en herencia la vida eterna?, preguntaba un inquieto joven[1] directamente a Jesús ante la multitud de normas y leyes existentes. Hoy veremos cómo Jesús explicará justamente los mandamientos que mandó cumplir a este preocupado joven. 

 

Los mandatos han sido dados por Dios a los hombres, sin embargo hace parte de la propia condición humana el decidir entre lo bueno y lo malo, entre la vida y la muerte (Primera Lectura). ¿Cómo elegir bien? Es colaborando con la «gracia de Dios» que podremos poner el buen cimiento de la edificación de Dios (Segunda Lectura).

 

JL «Ante ti están puestos fuego y agua»

 

Fuego y agua o vida y muerte se presentan como las dos alternativas necesarias para poder guardar los mandatos del Señor ya que «es prudente[2] cumplir su voluntad». Leemos en Jeremías: «Así dice el Señor: "Mira que te propongo el camino de la vida y el camino de la muerte"» (Jr 21,8).  De ahí la imperiosa necesidad de formar rectamente la voluntad y la conciencia  para que sepan elegir libremente lo bueno y alejarse de lo malo. La conciencia moral, tabernáculo donde Dios habla al hombre, era motivo de una reflexión por parte del filósofo Séneca: «No hay nada, tan difícil y arduo que no pueda ser vencido por el espíritu humano y que no se haga familiar por una meditación sostenida».

 

El filósofo no conocía «la gracia de Dios» que hace crecer, fortalecer y fructificar las obras que el hombre realiza. Dice San Gregorio: «Dios nos da por medio de su gracia los buenos deseos; pero nosotros, con los esfuerzos de nuestro libre albedrío, nos valemos de los dones de la gracia para hacer reinar en nuestra alma las virtudes». Pero recordemos la verdad dicha por el mismo San Pablo: «Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está puesto, que es Jesucristo» (1Cor 3,11). 

 

J «Darle cumplimiento a la Ley»

 

Uno de los méritos de la reforma litúrgica llevada a cabo con ocasión del Concilio Vaticano II fue el  estable­cimiento de la lectura continuada del Evangelio en los domin­gos del tiempo ordinario. Es así que este domingo continuamos la lectura del Sermón del monte donde lo habíamos dejado el domingo pasado. Allí Jesús concluía con esta exhortación a sus discípulos: «Brille vuestra luz delante de los hom­bres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).

 

¿Qué entendía un judío del tiempo de Jesús por «bue­nas obras»? Para un judío las buenas obras son aque­llas cosas que se hacen en cumplimiento de la «Ley de Dios». Se trata de las obras que la ley ordena; es lo mismo que San Pablo llama «obras de la Ley». Por eso cuando Jesús men­ciona las "buenas obras" se pone en discusión el tema de la Ley. Surge la pregunta: ¿Conforme a qué ley hay que realizar esas obras? Jesús responde di­ciendo:«No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo asegu­ro: el cielo y la tierra pasarán antes que pasen una i o una til­de de la ley sin que todo suceda».

 

Jesús declara haber venido a dar cumplimiento a la ley, es decir, a darle su forma última, perfecta y definitiva. Y esta ley así perfeccionada es la «ley de Cristo»; ésta es la que hay que observar en adelante. A esta ley se refie­re Jesús cuando dice: «El que traspase uno de estos manda­mientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más peque­ño en el Reino de los cie­los; en cambio, el que los obser­ve y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cie­los».

           

Los maestros de Israel contaban en la Ley[3] 613 preceptos distintos. Algunos de éstos eran clasificados como "importantes" y otros como "pequeños", según criterios propios de los escribas y fariseos, que no coincidían con los de Jesús. Estos 613 eran preceptos no llevados a cumplimiento por Cristo. Por eso Jesús los declara insuficientes: "Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entra­réis en el Reino de los cielos". Para tener una idea de qué es lo que Jesús considera importante podemos leer una de sus invectivas contra los escribas y fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!» (Mt 23,23-24).

 

A continuación Jesús da ejemplos de qué es lo que significa llevar la ley a cumplimiento. Toma algunos de los mandamientos y sobre la base de ellos formula su propia ley: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal». El manda­miento: «No matarás» es uno del decálogo, que había sido escrito por el mismo dedo de Dios. Por eso Jesús al decir: «Yo os digo», se está poniendo a la altura de Dios; está hablando con toda su autoridad divina; está dando una nueva instancia de ley de Dios.

 

Según la ley antigua el que cometía homicidio era reo de muerte ante el tribunal humano; según la ley de Cristo, la ira contra el hermano que impele al homicidio es tan culpable como el homicidio mismo. El que concibe una ira criminal contra su prójimo, aunque se vea impedido de llevar a ejecución su propósito, es reo ante el tribu­nal; en este caso, se entiende el tribunal de Dios. De esta manera, la ley de Cristo se extiende incluso a los pecados de intención que sólo Dios conoce.

 

Es más, en el caso en que alguien tuviera cualquier riña con su hermano y en este estado participara en el culto, ese culto sería inaceptable para Dios: «Si, al presentar tu ofren­da ante el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo con­tra ti, deja tu ofrenda allí, delante del al­tar, y vete primero a reconciliarte con tu her­mano; luego vuelves a presentar tu ofrenda». El deber más sagrado para un judío era el culto a Dios. Pero, según la ley de Cristo, éste cede ante el deber de la reconci­liación entre herma­nos. Y debemos notar que no basta que yo esté libre de rencor o de queja contra mi hermano, sino que es necesario que nadie tenga rencor o queja contra mí. Según la ley de Cristo, no inte­resa quién haya sido culpa­ble de comenzar el con­flic­to; en cualquier caso es necesa­rio reconciliarse antes de parti­cipar en el culto. Y no es cosa de dilatar la reconciliación, pues la cosa urge: «Ponte en seguida a buenas con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te metan en la cárcel». Jesús está usando una parábola tomada de los litigios humanos; pero, en realidad, se refiere al camino de esta vida, que en el momento menos pensado termina y se debe enfrentar el juicio de Dios. Por eso la conclusión adquie­re más peso: «Yo os aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cénti­mo».

 

¿Cuál es la guía común en las enseñanzas de Jesús? Sin duda vemos un claro acento en el ámbito de las intenciones, el mundo interior. No basta con cumplir exteriormente las normas legales. Tenemos que vivir una dimensión que es diferente y más exigente que esta primera: la dimensión del amor. Pero el camino es un camino exigente que exige hasta perder el ojo, la mano o uno de los miembros si es necesario antes que pecar. La enseñanza es evidente: el pecado nos pone en estado de condenación eterna y no hay desastre mayor que éste; es mucho más grave que perder un ojo o una mano, y hasta la misma vida corporal.

 

 

+  Una palabra del Santo Padre:

«En este sexto domingo del tiempo ordinario, pocos días antes del comienzo de la Cuaresma, la liturgia habla del cumplimiento de la ley por parte de Cristo. Él afirma que no ha venido a abolir la ley antigua, sino a darle plenitud. Con el envío del Espíritu Santo, grabará la ley en el corazón de los creyentes, es decir, en el lugar de las opciones personales y responsables. Con ese espíritu se podrá aceptar la ley no como orden externa, sino como opción interior. La ley promulgada por Cristo es, por tanto, una ley de «santidad» (cf. Mt 5, 48), es la ley suprema del amor (cf. Jn 15, 9-12).

A esta responsabilidad personal, que reside en el corazón del hombre, se refiere también el pasaje tomado del libro del Sirácida que acabamos de escuchar. Subraya la libertad de la persona frente al bien y al mal: Dios ha puesto «ante ti fuego y agua, echa mano a lo que quieras» (Si 15, 16). Así, se nos indica el camino para encontrar la verdadera felicidad, que es la escucha dócil y el cumplimiento diligente de la ley del Señor.

Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Fulgencio, os saludo con las palabras de la liturgia: «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor». He venido a encontrarme con vosotros para compartir las alegrías y las esperanzas, los compromisos y las expectativas de vuestra comunidad parroquial».

Juan Pablo II. Homilía en la parroquia de San Fulgencio 14 febrero 1999.

 

'  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana. 

 

1. ¡Qué importante es formar rectamente la conciencia moral! Saber elegir el bien y rechazar el mal. ¿Cómo poder vivir esta área tan importante en la educación de los hijos? ¿Qué medios concretos puedes colocar?   

 



[1] Me refiero al pasaje del joven rico. Ver Mc 10, 17- 22 y paralelos.

[2] La prudencia es definida por Aristóteles como la virtud que dirige las acciones humanas de conformidad con la verdad, la prudencia en griego (phronesis) será considerada una de las cuatro virtudes cardinales. Santo Tomás mostrará cómo la virtud sobrenatural infusa de prudencia regula nuestras acciones con vistas al imperio de la caridad sobre toda nuestra vida. El don del consejo la perfecciona en su papel de crear en nosotros una docilidad especial a las mociones del Espíritu Santo en nuestras vidas.

[3] Los cinco primeros libros de la Biblia se conocen, en su conjunto, como «la Ley». Se les considera preferentemente como un solo libro, aunque consta de toda clase de historias, leyes, instrucciones de cultos y ceremonias religiosas, discursos y hasta genealogías. Sin embargo estos libros tienen un tema en común. Después de las historias sobre el origen del mundo, los libros de la ley nos remiten a la historia del pueblo de de Dios desde la vocación de Abrahán a la muerte de Moisés en el Monte Nebo, en un periodo que va desde 1900 a 1250 A.C. La idea de la comunidad que obedece el Plan de Dios es central en estos libros y les dio su nombre en hebreo, «la Torá». Estos libros son conocidos también a veces por su nombre en griego «Pentateuco» o "cinco rollos".    

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito a:
"Meditación Dominical"
 
Para anular la suscripción a este grupo, envía un mensaje a
meditacion-dominical+unsubscribe@googlegroups.com